MARIE DE GOURNAY Y RITA LEVI-MONTALCINI: LA QUERELLA DE LAS MUJERES EN UN TIEMPO DE CAMBIOS
MARIE DE GOURNAY AND RITA LEVI-MONTALCINI: THE WOMEN´S QUARREL IN A TIME OF CHANGE
María Elena Ojea Fernández
UNED - Ourense
Resumen:
El propósito de este trabajo es subrayar la búsqueda de la identidad femenina a través de dos pensadoras que, separadas en el tiempo, coincidieron tanto en su lucha contra la misoginia de la ideología patriarcal, como en los métodos para expresar sus ideas. Marie de Gournay y Rita Levi-Montalcini parten de la genealogía femenina para entender el presente y proyectar el futuro. Ambas creyeron en la necesidad de transformar las superestructuras de la sociedad para potenciar la voz y la inteligencia de las mujeres. Y lo hicieron alejándose del dogmatismo, con coherencia, apelando al raciocinio y a la libertad interpretativa.
Palabras claves:
memoria, educación, igualdad, escritura, pensamiento
Abstract:
The purpose of this paper is to underline the search for female identity through two thinkers separated in time, but in agreement in their struggle against patriarchal ideology, and mainly, on the method to express their thinking and their concept of feminine ancestor. Marie de Gournay and Rita Levi-Montalcini start from the female genealogy to understand the past and to project the future. Both of them believed in the necessity to transform the superstructures of society to enhance the intellectual capacity of women. And they did it because they were consistent with their ideas, moved away from dogmatism and called upon to reason and to interpretative freedom.
Key word:
memory, education, equality, writing, thinking
Introducción
Marie de Gournay (1565-1645) fue una pensadora francesa que defendió los derechos de la mujer y su dignidad humana. Su fama de erudita en sus múltiples facetas de ensayista, literata y traductora hizo que ya en vida fuese considerada una mujer extraordinaria, hecho que no impidió que sus detractores la desacreditaran por denunciar públicamente la sumisión de su sexo. La aguda inteligencia de esta autora no solo abrió un nuevo horizonte en el debate acerca de la valía intelectual de las damas, sino que sus Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres (1622), inician un cambio histórico que influirá en las diferentes maneras en que se va a reelaborar la idea de la igualdad de los sexos.
Rita Levi-Montalcini (1909-2012) fue una científica italiana, premio Nobel de Medicina en 1986 y testigo privilegiado de los grandes acontecimientos del siglo XX. Hija de una familia judía de clase media, comenzó sus investigaciones en un laboratorio instalado en su casa, una vez que las leyes raciales de Mussolini la obligaron a dejar la Universidad. Después de la II Guerra Mundial fue invitada por la Washington University de St. Louis, donde permaneció cerca de treinta años. En 1961 fundó en Roma el Laboratorio de Biología Celular, institución que dirigió hasta 1979. En 1986 recibió el premio Nobel por su descubrimiento del factor del crecimiento nervioso. El 1 de agosto de 2001 fue nombrada senadora vitalicia por el presidente Carlo Azeglio Ciampi. Levi-Montalcini no solo ha destacado como científica sino también como humanista y feminista. De entre los muchos libros que escribió, hemos escogido Tiempo de cambios, y Las pioneras porque aquí es donde emerge la científica que reflexiona acerca de la supervivencia de la especie humana y la pensadora que exige para la mujer un papel protagonista en la gestión del planeta.
Levi-Montalcini subrayaba en los albores del III milenio que la humanidad se enfrentaba a dos retos fundamentales: el primero tenía que ver con la supervivencia del ser humano; el segundo, y no menos importante, hacía referencia a la mejora de la calidad de vida sin distinción de sexo, condición social o grupo étnico. La doctora opinaba que era necesario revisar los sistemas educativos y dar paso a los jóvenes (de ambos sexos) y a las mujeres en general: “Al ámbito femenino del género humano le ha llegado el momento de asumir un papel protagonista en la gestión del planeta Tierra, algo que se le ha negado durante milenios” (Levi-Montalcini, 2005: 11). Se preguntaba por qué ni el sistema autoritario ni el permisivo habían dado los frutos esperados y albergaba la esperanza de que un nuevo sistema educativo basado en el desarrollo cognitivo impusiera un cambio (revolucionario) en las “relaciones entre las viejas y las nuevas generaciones” (Levi-Montalcini, 2005: 13). Nuestra científica creía que la capacidad de raciocinio del ser humano le permitiría adquirir la sabiduría necesaria para salir adelante. Las dos autoras fueron capaces de entrever que el origen de todas las injusticias sociales residía en el desprecio a la educación. Si la propuesta de Gournay al conflicto de los sexos tenía la pretensión de acabar con la polaridad superioridad/inferioridad que sostenía la dialéctica dominación/sumisión (Gournay, 2014: 40), la doctora italiana indicó que la presencia de la mujer en la cultura y en la ciencia era vital, pues las necesidades reales del ser humano necesitan del conocimiento de ambos sexos. Tanto Mademoiselle de Gournay como Rita Levi-Montalcini probaron que las mujeres habían brillado en todos los campos “donde han puesto su afán”, como señalaba Ariosto en su Orlando furioso (Levi-Montalcini, 2005: 55). Este trabajo pretende reivindicar la originalidad de dos personalidades excepcionales, que, uniendo su labor intelectual a su condición de mujeres, nunca cesaron de subrayar que la facultad de raciocinio no estaba ligada al sexo, antes bien, constituía un privilegio del ser humano.
La recuperación de la memoria femenina
Para Levi-Montalcini, el desprecio sufrido por innumerables generaciones de mujeres, más que una carga, constituía el acicate para reclamar lo que siempre se les había negado. En su libro Las pioneras (2011), escrito en colaboración con su mano derecha Giuseppina Tripodi, rinde homenaje a la sabiduría femenina a través de una larga lista de mujeres que despuntaron en todas las disciplinas del saber. A su juicio, las antepasadas, no son quienes nacieron antes, sino quienes “destacaron en el desarrollo científico, tecnológico y cultural (Levi-Montalcini, 2011: 7). También Marie de Gournay subraya la aportación que a la historia del pensamiento hicieron personalidades como Hipatia, Temistoclea (hermana de Pitágoras), Cornelia, la madre de los Gracos o Arete, que en Atenas llegó a ocupar la cátedra que su padre, el filósofo Aristipo, había dejado vacante (Gournay 2014: 90). En todas ella sobresale la elocuencia, la rectitud y la seriedad, virtudes que también celebra Christine de Pizan en La ciudad de las damas. Y es que la recuperación de la memoria femenina es fundamental para rebatir y desmantelar la hegemonía masculina, pues “la pérdida de las memorias colectivas, de miríadas de historias sobre el pasado ha contribuido enormemente a la vigente subordinación de las mujeres” (Offen 2015, 49), indicaba Susan Straford Friedman. El esfuerzo de Gournay por exigir respeto para aquellas que a pesar de su sabiduría fueron excluidas de la historia oficial, se verá reflejado siglos después en la incuestionable lista de mujeres notables de Levi-Montalcini, para quien la escasa contribución de la mujer a ciertas áreas del conocimiento no se debía a ningún “dimorfismo sexual de las estructuras cerebrales”, sino a que el acceso a los estudios superiores ha sido privilegio absoluto del hombre y no al revés (Levi-Montalcini 2005: 53).
Marie de Gournay reflexiona en su obra acerca de la injusta ortodoxia político-religiosa que relegaba jurídicamente a la mujer en la familia y en la sociedad. Ella misma, aunque gozó de cierta estima en su época, fue rápidamente silenciada, como si desde los centros de poder no interesara mantener viva la memoria de las mujeres sabias. En sus trabajos se observa la fuerza crítica de quien –como Pizan antes− ha visto cercenada su voz y su dignidad. Las citas, ejemplos y proverbios, tanto de la Antigüedad como de la tradición cristiana, ofrecen −en palabras de Montserrat Cabré y Esther Rubio− una “significativa y olvidada aportación a la historia del pensamiento en Occidente” (2014:78). La larga nómina de mujeres que da lustre a sus escritos es un ejemplo de que la memoria femenina existe y es esplendorosa. Como siglos después reconocía Levi-Montalcini, la desigual aportación de hombres y mujeres a la historia del pensamiento solo se debe a la implacable ortodoxia de la sociedad patriarcal.
En realidad, a lo largo de la historia y hasta la época actual la mujer ha contribuido al desarrollo científico en la misma medida que el hombre, aunque ha desempeñado, además, el papel de mujer y de madre. […]
Las personalidades femeninas que se contemplan en el presente ensayo confirman que las capacidades intelectuales no son monopolio del sexo masculino. En la mujer prevalece, además, una capacidad innata de adaptarse a las condiciones ambientales.
Las escasas mujeres que lograron abrirse camino en las ciencias experimentales, como en las matemáticas, la física o la astronomía, pertenecían a una élite sociocultural que podía contar con el apoyo de tutores particulares. (Levi-Montalcini, 2011: 8)
Gournay siempre denunció que, si las damas no alcanzaban la excelencia, se debía a una deliberada y deficiente instrucción que de forma perversa había impedido su progreso y su bienestar.
Y en consecuencia, ¿por qué una formación en los asuntos públicos y en las letras igual a la de los hombres, no podría colmar la distancia que, por lo común, separa el conocimiento que ellos y ellas poseen? […] ¿Por qué, entonces, una adecuada formación no podría, en verdad, llegar a salvar la distancia que se observa entre las mentes de los hombres y las mujeres, cuando es evidente− a la vista del ejemplo que acabo de alegar−que quienes proceden de linajes inferiores superan a los mejores, única y simplemente a fuerza de conversar y de involucrarse en los asuntos de este mundo? (Gournay, 2014: 93).
Apela la erudita francesa a la autoridad de Plutarco y de Séneca para demostrar que la naturaleza dotó a hombres y a mujeres de las mismas virtudes:
Plutarco, en el opúsculo Virtudes de mujeres, sostiene que la virtud del hombre y de la mujer son una misma cosa. Por otra parte, Séneca en sus Consolaciones manifiesta que
es preciso creer que la naturaleza no ha tratado ingratamente a las mujeres, ni ha restringido o limitado sus virtudes ni su inteligencia más que las virtudes e inteligencia de los hombres; al contrario, las ha dotado de igual vigor y facultades semejantes para cualquier cosa honesta y loable. […]
¿No es esta una manera de ponerlas en pie de igualdad con los hombres individualmente y de confesar su temor a equivocarse por no hacerlo de modo general, aunque bien puede basar su restricción en la pobre y desgraciada manera en la que se cría a este sexo? (Gournay, 2014: 93-94).
Gournay y Levi-Montalcini responsabilizaron a la sociedad patriarcal del desprecio a la inteligencia y a la virtud de las mujeres. Sin embargo, no por ello podemos hablar (en el caso de Gournay) de feminismo militante, porque como tal, el feminismo es un movimiento moderno que explora la igualdad a través del activismo organizado, como si de una lucha de clases se tratara. A este respecto, Simone de Beauvoir consideraba que la mujer no tenía “pasado ni historia y tampoco solidaridad” (Offen, 2015: 45). Lo mismo parece entender Amorós cuando observa que el feminismo habla a la igualdad universal de todos los seres humanos, aplicada esta sin distinción de raza o sexo. Defiende, además, que obras como La ciudad de las damas de Christine de Pizan, responden al género del memorial de agravios, esto es, mera denuncia de situaciones específicas sin un proyecto claro (Amorós, 2000: 67). Pero lo cierto es que el Libro de la filósofa franco-italiana es pieza clave en la resistencia frente al patriarcado, como significativos son los ejemplos de Agravio de damas, Igualdad de hombres y mujeres de Gournay o Las pioneras de Levi-Montalcini. Por lo tanto, sacar a la luz la memoria enterrada es un deber parar reconstruir “debates y controversias largo tiempo olvidados que han conformado de forma profunda la historia de las mujeres y los hombres” (Offen, 2015: 46). No es nuestra intención hacer un estudio sobre el feminismo como movimiento político, porque como bien señala Offen, sus partidarias no pretendían tomar el poder sino compartirlo (p. 47). En realidad, tanto Gournay como Levi-Montalcini buscaban la reparación de afrentas e intentaban convencer a los hombres, sobre todo, a los varones doctos, de la urgencia de transformar las leyes para permitir el equilibrio de los sexos en la sociedad.
Levi-Montalcini creía a inicios del siglo XXI que el ser humano vivía una etapa en la que lo prioritario era un cambio radical en la forma y en el modo de vivir. Tal vez con algo de optimismo opinaba que las mujeres, una vez investidas de mando, serían capaces de gestionar mejor el poder que los hombres:
A pesar de las dudas que puede suscitar el ejemplo de la que fue primera ministra británica, hay razones para pensar que, si no están motivadas por la avidez de poder, las mujeres sabrán hacer de él un uso menos cínico y desaprensivo que los políticos de profesión. (Levi-Montalcini, 2005: 69)
Mucho antes, la pensadora francesa alababa las excelencias del género femenino al señalar que:
Si no quiero referirme a los hechos privados es por miedo a que, al hacerlo, pudiera parecer que son meras manifestaciones que emanan, a borbotones, de un excesivo vigor personal, en lugar de ser considerados dones y excelencias del sexo femenino. No obstante, el hecho de Judit merece un lugar aquí, pues es bien que su propósito –procediendo del corazón de una joven mujer entre tantos hombres faltos de corazón, en una situación de tal necesidad y con una empresa tan difícil como favorecer la salvación de un pueblo y de una ciudad fieles a Dios –parece ser un favor inspirado por prerrogativa divina, una gracia especial concedida a las mujeres, más que un acto meramente humano y voluntario. Como también parece serlo el de la doncella de Orléans, pues en él concurrieron similares circunstancias, aunque el suyo resultó ser, por su alcance, de mayor utilidad, pues logró la salvación de un gran reino y de su príncipe. (Gournay, 2014: 104)
El uso que la mujer puede hacer del poder ya se vislumbra en la obra de Christine de Pizan, para quien, llegada la ocasión, una mujer pierde “todo miedo femenino” y es capaz de tomar las armas, encabezar un ejército y lograr la victoria (Pizan, 1995: 61). No haríamos de más, si nos parásemos a pensar en esa cualidad especial que hizo posible la creación del eterno femenino, una imagen de marca surgida en la génesis de la Modernidad que Gournay (vid. cita anterior) y Levi-Montalcini Gournay parecen apreciar:
Si las mujeres jóvenes, como sus antepasadas, procedentes de todas las clases sociales y pertenecientes a diferentes etnias lograran unirse de forma compacta por encima de las ideologías políticas o de las naciones, cabría esperar, por la fuerza de su número y la bondad de su causa, que serían capaces de enfrentarse a las amenazas que hoy se ciernen sobre la humanidad. (Levi-Montalcini, 2005: 72)
El desequilibrio de poder entre los sexos generó una serie de transformaciones que fueron convenientemente institucionalizadas en el orden simbólico y que llevaron a la construcción de la feminidad a partir de premisas recibidas. Así, por ejemplo, Karen Offen sostiene que el feminismo no había aspirado a la autoridad por derecho propio, sino a cambiar las sociedades a mejor ejerciendo lo que “la teórica política Kathleen Jones ha denominado desde entonces como autoridad compasiva” (Offen, 2015: 47). Es esta quizá la lógica de fondo que engendra los procesos históricos o sociales que afectan a las mujeres: la de creer como Gournay en la existencia de una gracia especial concedida al género femenino o la de pensar, como Levi-Montalcini, que la bondad de una causa motivaría en la mujer su natural disposición al bien. Julia Varela entiende estas circunstancias de modo distinto, porque “el hecho de ‘ser mujer’ no implica que de forma espontánea surjan lazos de solidaridad y de fraternidad, dado que las relaciones de poder no son ajenas a los grupos de mujeres, ni a los grupos en que estas se integran” (Varela, 1997: 231).
Educación en igualdad
Rita Levi-Montalcini mantenía que el remedio más eficaz contra los estereotipos pasaba por instruir por igual a los individuos de ambos sexos. También era consciente de la necesidad de destruir dos fetiches: el de la belleza en las mujeres y el de la agresividad, entendida como marca de supremacía, en los hombres. La científica estaba convencida de que el género humano “vive la crisis más grave de su historia” y esa crisis “solo podrá solucionarse si la mujer ejerce unos derechos que se le han negado desde los albores de la civilización” Levi-Montalcini, 2005: 44).
La obligación de educar a la mujer ha sido la gran reivindicación de las pensadoras en todas las épocas. Cierto es que hubo momentos de gloria y estímulo como la concesión a Laura Bassi en 1732 del título de doctor en filosofía por la Universidad de Bolonia, pero fue un hecho aislado. Por lo general, en lo concerniente a la educación de las mujeres, lo que prevaleció fueron los dictámenes oficiales que exigían preparar a las niñas para ser buenas esposas y buenas madres, útiles, por encima de todo, para “servir a los hombres”, como aconsejaba Rousseau (Offen, 2015: 83). La ideología dominante no pretendía que una mujer pensara por sí misma o tuviera criterio propio. Una mujer tenía que actuar al dictado de las normas que para ella construía una sociedad interesada en mantenerla sujeta y en perpetua minoría de edad. En este orden de cosas, cobra especial relevancia el juicio de Levi-Montalcini de que la solución no consiste en aprovechar el inutilizado intelecto de las mujeres, sino en devolverle “el sentido de la dignidad de ser pensante y responsable de sus actos” (Levi-Montalcini, 2005: 44). En otras palabras, no puede haber igualdad sin respeto. Y eso mismo lo demandaba Gournay cuando se refería a la explícita mala educación que recibía el sexo femenino, única causa de que su grado de excelencia no brillase con la frecuencia debida: “Y en consecuencia, ¿por qué una formación en los asuntos públicos y en las letras igual a la de los hombres, no podría colmar la distancia que, por lo común, separa el conocimiento que ellos y ellas poseen?” (Gournay, 2014: 93). La gran humanista cita a ilustres pensadores como San Jerónimo para demostrar que a las mujeres se les debe permitir el acceso a todas las ciencias, porque su actitud, excelencia y disposición para desempeñar cualquier oficio es encomiable. Las diferencias intelectuales si existen, residen en el nulo apoyo que reciben las féminas, pues, como ya criticaba Pizan: “si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con métodos, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos” (Pizan, 1995: 63).
Cuando las mujeres toman posiciones, contra ellas se desencadena una campaña de descrédito, cuando las mujeres reniegan de la obediencia y de la sumisión, la ideología dominante intensifica las ofensas. Levi-Montalcini relataba cómo en Estados Unidos, durante el siglo XIX, las activistas y afiliadas al Movimiento Cuáquero aparecían en público con el atuendo monacal que las protegía de los insultos de la prensa, pero no de los ataques de la Iglesia, que “veía en el movimiento un desafío abierto a los conceptos tradicionales de obediencia y sumisión de la mujer” (Levi-Montalcini, 2005: 48). Y es que el patriarcado se adapta a todos los regímenes. Pensemos en los jerarcas de la Rusia soviética, que tildaron a Engels de irresponsable burgués porque creía que la inferioridad legal de la mujer no era “la causa, sino la consecuencia del patriarcado” (Levi-Montalcini, 2005: 50). Mientras, una ideología moralista, basada en la glorificación de la masculinidad, en los elogios militares o en la educación represiva se erigía como pilar de la socialización del Estado (Levi-Montalcini, 2005: 50). La celebración de la fortaleza física ha sido el germen de la desigualdad, pues durante milenios impidió a las mujeres el acceso al conocimiento. Gournay escribía que la fuerza física era una virtud tan baja que solo las bestias la poseen en mayor medida que el hombre (Gournay, 2014: 98) y Levi-Montalcini consideraba que la mujer estaba destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza y “con la fuerza física puedes ser maletero, pero no un genio” (El país, 2009: 9).
El orden dominante siempre receló del sexo femenino y ese recelo se advierte en la obstinación por controlar sus actitudes, sus valores, sus emociones y por mantener inalterable la misma estructura durante siglos. Gournay y Levi-Montalcini sabían que eran las condiciones ambientales las responsables de la presunta inferioridad de la mujer y no su intelecto. La ausencia de las féminas en la historia del pensamiento es culpa de la tradición, que como apuntaba Wu Chien-Shiung, “tiene el privilegio de no ser punible ni enjuiciable” (Levi-Montalcini, 2005: 56). El patriarcado nunca toleró que se cuestionaran sus superestructuras e hizo cuanto pudo por aniquilar las aspiraciones femeninas. Por si fuera poco, el desprecio de muchos sabios contribuyó a que las mujeres llegaran a desconfiar de sus propias capacidades intelectuales1.
Levi-Montalcini creía esencial para el futuro de la humanidad que las mujeres exigieran más protagonismo en la vida pública. Cuando se refiere a las antepasadas ilustres, admira a quienes fueron capaces de dejar su impronta en la historia del conocimiento. Todo un logro si pensamos que el orden dominante silenciaba sus estudios y ridiculizaba sus aportaciones. Recordemos a Laura Bassi, −la primera mujer que ejerció en Italia como profesora universitaria− considerada “un fenómeno que atraía al público más que una científica excepcional”, o el caso de Nicole-Reine Lepaute, de cuyos logros se apropiaron otros científicos (Levi-Montalcini, 2011: 41).
Hoy como ayer, la mujer que posee cultura encuentra el camino lleno de obstáculos, pero es precisamente eso, la cultura y la instrucción lo que la librará del fanatismo. El orden patriarcal siempre quiso a la mujer apartada del mundo, encerrada y en perpetuo silencio. Su ideología, entre egoísta y tenebrosa, se sintetiza en la frase del Papa Pío X: “Que nos guste, que se calle, que se quede en casa” (Levi-Montalcini, 2005: 45). La educación es lo que garantiza la emancipación y la independencia, además de ser clave para el progreso de un país. Si Christine de Pizan ideó en el siglo XV un recinto fortificado donde primaba la solidaridad femenina, siglos más tarde, Levi-Montalcini hizo lo propio al pretender “una red internacional de solidaridad femenina” cuyo objetivo sería fomentar y permitir a las mujeres de países subdesarrollados el acceso a los estudios superiores (Levi-Montalcini, 2005: 62). La científica italiana consideraba prioritario la creación de mecanismos que ayudaran a las mujeres a enfrentarse a las dificultades, dado que el camino para recuperar la dignidad y el respeto sigue siendo arduo: “Las mujeres de todo el mundo están recuperando la voz para expresar su angustia, su dolor y su rabia por la violencia de tantos ultrajes, que van desde el incesto hasta la violación, pasando por la prostitución forzosa, la mutilación genital, la pornografía y la violencia entre las cuatro paredes domésticas” (Levi-Montalcini, 2005: 64)
Pasan los siglos, y a pesar de los avances notorios –en Occidente, sobre todo−, los prejuicios van y vienen. El patriarcado es resistente y ante sus ataques solo cabe defenderse en recintos como La ciudad de las damas, espacios utópicos donde reina la sabiduría y donde la mujer puede dejar su huella. En estos lugares de acogida, el patriarcado siempre se ha resistido a “ver” la creación de la mujer. Nunca consideró necesario entrar respetando y escuchando, de forma sigilosa, como el que penetra en casa ajena. Si lo hizo, fue destruyendo e imponiendo su ley, como “los batallones de soldados que entran en las casas de los civiles en tiempos de guerra. Pero a eso se le llama anexión, confiscación o robo, no visita” (López, 2011: 139).
Desperdiciar el potencial intelectual de la mitad de la humanidad es una temeridad contra la que alerta Levi-Montalcini. Su olfato científico subraya los peligros a los que se enfrenta el hombre en los albores del siglo XXI, de ahí la necesidad de contar con la inteligencia femenina para contrarrestarlos. Porque no existe justicia social ni igualdad auténtica si se excluye a las mujeres.
Subjetividad femenina
Cuando Rita Levi-Montalcini señalaba que las mujeres estaban recuperando la voz, tenía en mente la imagen simbólica que durante siglos transmitió el patriarcado, es decir, la de una mujer callada y taciturna, dado que la “logorrea de las mujeres –flaca compensación a su falta de poder−, desesperaba a los hombres” (Borin, 2000: 264). Era consciente que la negativa a que una mujer utilizara la palabra equivalía a considerarla menor de edad y, por consiguiente, no apta para trabajos de índole intelectual. También observaba que a estas alturas la incorporación de las féminas a las “a las altas esferas sociales y su plena implicación, son imperativas para un nuevo orden mundial” (Levi-Montalcini, 2005: 72). Siglos atrás, Marie de Gournay no ocultaba su malestar por culpa de los mediocres que la ridiculizaban con la consabida frase: “Es una mujer la que habla” (Gournay, 2014: 112). Todo esto evoca la dificultad del orden simbólico a la hora de entender el sexo femenino. Freud, por ejemplo, reconocía tras treinta años de estudio que “no había logrado comprender a la mujer ni lo que esta deseaba” (Levi-Montalcini, 2005: 52). Por lo que concierne a la autora francesa, sabemos que no buscaba la mirada paternalista del otro ni era una tranquila naturaleza muerta. Estaba deseosa de poder destacar (Gournay, 2014: 140), de relacionarse intelectual y afectivamente y, para ello, necesitaba hacer uso de la palabra. La pretensión de tener visibilidad y de trascender a la historia de los anales de la erudición es lo que la convierte en pionera, no solo de la igualdad entre hombres y mujeres, sino también del derecho que tienen las mujeres a intervenir y a cambiar la sociedad. En cuanto a Levi-Montalcini, ese derecho siempre lo exigió sin ambages: “participar, en igual medida que los pertenecientes al otro sexo, en los más altos cargos gubernamentales” (Levi-Montalcini, 2005: 69).
Marie de Gournay y Rita Levi-Montalcini vivieron tiempos agitados. Ambas vislumbraron la necesidad de un cambio básico que afectara en profundidad a las relaciones humanas. Eran conscientes de las dificultades, porque la mujer había interiorizado durante milenios la subordinación e incluso la auto-marginación. Nunca será posible el bienestar social completo, si el varón oprime y desprecia a la mujer, pero tampoco si la mujer consiente en ser oprimida. Y ahí es donde radica el problema de la subjetividad femenina, sentimiento incontrolable, que a veces se confabula para negar la estima a otras mujeres:
Ciertas mujeres, bellas en su juventud, con el fin de lisonjear el favor de los grandes, se han aliado para dedicarse, entre otras cosas, a ensartar cuentos sobre mi pretendido boato, hasta un punto que me ha contrariado mucho, porque son mujeres que no han esperado a tener una necesidad semejante a la mía para buscar quien se la financiara y no han tenido reparos en aceptar riquezas de los hombres, vergonzosamente requeridas.
(Gournay, 2014: 139)
Durante mucho tiempo, aquellas que utilizaban el espacio público, lo hacían adaptando y reproduciendo el mito de los orígenes paternos, pues no debemos olvidar que una mujer no existía como sujeto histórico: “Según la ideología genérico-sexual, la vida de la mujer es una no-historia, pues la mujer ideal, a diferencia del hombre, no construye su vida en torno a la vida pública y desde ese punto de vista, la mujer no tiene un yo autobiográfico en el mismo sentido que el hombre” (Loureiro, 1993: 37).
Marie de Gournay y Rita Levi-Montalcini quebrantan la superioridad de la ideología patriarcal al incidir en el derecho natural de las féminas a ocupar su propio espacio. La mujer, que vivía marginada frente al sistema, que ocupaba una posición de otredad, se atreve ahora a desempeñar un papel central. Todo ello supone desmontar las imágenes que sobre ella se crearon, porque la mujer estuvo siempre sujeta a un poder que dibujaba su propio yo, y ese poder actuaba como “una forma de guía, de ‘gobierno’ de la conducta” (Loureiro, 1993: 44).
La agresividad de la ideología dominante se sostiene a partir de una serie de factores culturales, que transmitidos de generación en generación, resultan muy difíciles de vencer. Hoy como ayer, el acceso a la instrucción, puede arrojar un rayo de luz a la emancipación femenina y a la ansiada igualdad, en lugares y culturas donde priman los controvertidos “genes egoístas” del genetista Dawkins, −responsables al parecer de la supervivencia− (Levi_Montalcini, 2005: 106).
Gournay y Levi-Montalcini entendieron que la individualidad femenina debe encontrar su camino y reivindicarse en todos los órdenes, solo así serían posibles los profundos cambios que la sociedad necesita. Las dos pensadoras toman conciencia de su propia identidad cuando hacen uso del poder de la memoria como fuerza que sostiene la herencia. Gournay sabía que el acceso de las mujeres al poder habría de ir precedido de una transformación radical en la forma de pensar. Levi-Montalcini defendía que si la mujer quería progresar, tenía que aprovechar su potencial. Solo una decidida voluntad de renovación conduciría a ese tiempo nuevo que la pensadora italiana tanto auspiciaba en los albores del nuevo milenio.
Conclusión
Por medio del mecanismo activo de la memoria, Marie de Gournay estudia una identidad biográfica para sí misma y para las mujeres en general. Sus quejas y reivindicaciones pasan por interrogarse sobre el pasado y explorar sus orígenes, lo que le permite ubicarse en el presente y darle una explicación. Como antes Christine de Pizan y como después tantas otras (entre ellas Rita Levi-Montalcini), utiliza el recuerdo para ir al encuentro de su individualidad. Las pioneras de la ciencia de las que alardea Levi-Montalcini o las mujeres notables a las que Gournay recurre con frecuencia, son el resultado de la búsqueda de una especificidad nueva en quienes, con frecuencia, no se ven a sí mismas exclusivamente como algo único, sino que “exploran a menudo su sentido de identidad colectiva con otras mujeres, aspecto de la identidad que se da en tensión con un sentido de su propia singularidad” (Loureiro, 1993: 41). A través de la memoria, esto es del reconocimiento del pasado, las mujeres se presentan como individuos reales y diversos que solicitan entrar de lleno en las relaciones de poder con el otro. Cierto es, que el poder nunca suprime del todo la violencia y, en ese sentido, Levi-Montalcini era partidaria de la cooperación para salvar la especie, aunque también recalcaba la capacidad de superación de la mujer en situaciones de emergencia (Levi-Montalcini, 2005: 70). Así pues, y en consonancia con una naturaleza que definía como no agresiva, juzgaba imprescindible la implicación global de las féminas para “prevenir e impedir desastres terribles” (Levi-Montalcini, 2005: 70).
Tanto la tradición secular pagana como la cristiana mantenían que si las mujeres querían hacerse visibles en la sociedad, y por tanto en la historia, tenían que mudar la piel, ser hombres; es decir, convertirse en una especie de ser inclasificable, por cuanto marginal, “que era menos peligroso para el orden patriarcal que un modelo de género nuevo” (Holguera, 1993: 264). Gournay y Levi-Montalcini fueron plenamente conscientes del papel que las mujeres debían desempeñar en la sociedad, un rol distintivo y crucial para el desarrollo y supervivencia de la misma. A pesar de ello, el género femenino está lejos del haber vencido todos los escollos. Tal vez por ello, como reflejaba Christine de Pizan, hoy como ayer, las mujeres precisan de un “espacio” que les permita hacer frente al patriarcado. De viles ataques es ejemplo Marie de Gournay, que sufrió el vilipendio en su tiempo y cuya memoria sería ultrajada siglos después, cuando se la seguía considerando la solterona vieja y pobre que vivía rodeada de gatos y libros de brujería (Gleichauf, 2010: 50). Todavía en 2004, el género femenino tuvo que soportar que la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo celebrara que la mujer había sido hecha más para el hombre que para sí misma (Forcades, 2011: 39).
Gournay y Levi-Montalcini centraron su discurso en abrir nuevas vías para la igualdad entre hombres y mujeres. Las dos fueron testigos privilegiados de conflictos religiosos, sociales y políticos. Marie Le Jars fue una polifacética erudita. Rita Levi-Montalcini, una científica que unió ciencia y feminismo. Ambas lucharon para que se escuchara la palabra femenina desafiando las costumbres y las conveniencias. Los textos de Gournay, en los que culpa de la subordinación femenina a los hábitos y a las costumbres del orden patriarcal, tienen un fuerte contenido político. Y el hecho de que Levi-Montalcini creara una fundación en apoyo de las mujeres africanas, y reclamara (una vez más) en los albores del III milenio la necesidad de una mayor igualdad en el acceso al saber, confirma la antigua e inquebrantable resistencia del patriarcado. Gournay y Levi-Montalcini potenciaron la inteligencia y la voz de la mujer con coherencia, lejos de cualquier dogmatismo, apelando siempre a la razón y a la libertad interpretativa. Fueron dos personalidades que abordaron cuestiones relacionadas con la valía moral, intelectual y política de las féminas, con su naturaleza, con los beneficios que estas han aportado a la humanidad y con los que aportarían (Levi-Montalcini) si el hombre superara su discurso misógino y respaldara la plena igualdad. Ambas asimilaron el modelo de la auctoritas femenina demostrando que la mujer no era un mero copista que reproducía “prototipos previamente inventados” (García Negro, 2010: 42), sino un ser dotado de inteligencia suficiente para crear escuela. Gournay reivindicó la originalidad creadora y Levi-Montalcini advirtió que sin la aportación intelectual del ámbito femenino, el Homo sapiens no sería capaz de afrontar los peligros que le acechan.
Marie de Gournay y Rita Levi-Montalcini redefinen la conducta humana y subrayan que las maneras femenina y masculina de ver el mundo han de ser complementarias y no excluyentes. Critican la superioridad masculina y sus métodos de desautorización. A fin de cuentas, si la Querella sigue viva se debe a la injusticia, al egocentrismo masculino y a su individualismo narcisista y deificado. No dudamos de que el pensamiento y la obra de estas autoras ofrece un mosaico genuino y valioso de auctoritas femenina.
Referencias bibliográficas
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1 Gournay se defiende en Apología de la que escribe (1626) contra quienes la calumnian y la ridiculizan. La autora desea reconstruir su imagen pública difamada por los hombres ilustres que consideraban que las mujeres eruditas eran unas “descerebradas” (Gournay, 2014: 133). Otro ilustre, Sigmund Freud. estaba convencido de la inferioridad natural de la mujer, a quien consideraba enemiga de la inteligencia y la cultura (Levi-Montalcini, 2005: 52).