EL
DESPLAZAMIENTO DEL DESEO EN LA POÉTICA DE FERNANDA LAGUNA
THE DISPLACEMENT OF DESIRE IN
FERNANDA LAGUNA’S POETICS
Julieta Novelli
IdIHCS- UNLP- CONICET
Resumen
El trabajo se propone abordar aquella zona de la
poética de Fernanda Laguna, artista visual y escritora argentina, constituida a
partir de distintas voces feminizadas (Richard, 1994) que habilitan la
problematización de la noción de género (Butler, 2019), así como la emergencia
de nuevas subjetividades.
De este modo, el análisis buscará indagar el dis-currir de estas voces por los estereotipos ligados,
sobre todo, al placer y al deseo femenino. Se pretenderá describir los modos a
partir de los cuales las voces lagunianas desbordan
los lugares comunes presentes en el discurso amoroso, la tradición literaria y
ciertas consignas provenientes del feminismo, otorgándoles nuevas potencias
capaces de (re) nombrar el deseo.
Palabras clave:
Fernanda Laguna- género- estereotipo- deseo
Abstract
An area of the poetics of
Fernanda Laguna, Argentine visual artist and writer, is erected from different
feminized voices (Richard, 1994) that enable the problematization of the notion
of gender (Butler, 2019) as well as the emergence of new subjectivities.
The present article, then,
proposes to review the flow of these voices by the stereotypes linked, above
all, to pleasure and feminine desire. In this way, it will attempt to describe
the ways in which Lagunian voices overflow the
commonplaces present in the discourse of love, the literary tradition and
certain slogans from feminism, giving them new potencies capable of (re) naming
desire.
Keywords: Fernanda Laguna- gender- stereotype- desire
1.
Introducción
En la mayoría de los poemas de
Fernanda Laguna[1]
se configuran voces que envían a revisar la noción de género, en el sentido planteado
por Judith Butler (2019) como aquel “mecanismo a través del cual se producen y
se naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino” (p.70); dispositivo
que habilitaría preguntas tales como: “¿esta persona es suficientemente
femenina?, ¿ha llegado a la feminidad?, ¿encarna apropiadamente la feminidad?”
(p.103). El par femenino/masculino, lejos de desconocer la existencia de otros
términos que dirimen dichos esencialismos, será operativo en el presente
análisis dado que se buscará indagar en qué medida esta dicotomía ha
determinado un modo de ser, de actuar y de sentir cuyos ecos alcanzan –ya sea
como reproducción o como huella anacrónica– las producciones del presente; en
efecto, veremos cómo la poética de Laguna se propone soslayar este binarismo. Asimismo,
el género, continúa Butler, puede considerarse como el aparato mediante el que
se desnaturaliza dicho binarismo en tanto categoría histórica y variable que
paradojalmente depende de su repetición y de su constante
hacer/rehacer/deshacer. Es importante destacar que dicha noción no solo refiere
a aquellas áreas en donde se juegan las relaciones entre sexos como la familia,
la maternidad, el deseo y la sexualidad, sino que figura un “campo primario”
dentro del que se articulan relaciones de poder (Scott, 1986).[2] De
modo que este artículo se ajusta sobre un aspecto reducido del género: la
problematización en la escritura del uso del lugar común investido de
“potencias anómalas” (Giordano, 1998, p.31)[3]
que definen y desbordan a estas voces lagunianas a
las que denominamos, junto con Nelly Richard, feminizadas. Richard (1994) difiere respecto de la concepción representacional
de la literatura para pensar lo femenino, como puede observarse en el uso de sintagmas
tales como “literatura de mujeres”, a la vez que propone revisar el valor génerico-sexual de dichos recortes que limitarían el
análisis de aquellos textos que desestabilizan el universo referencial y
cuestionan el esencialismo genérico. Si bien no sería posible afirmar que la
literatura tiene sexo, Richard señala, no obstante, la importancia de no
neutralizar la cuestión, puesto que sería un modo de encubrir la hegemonía
masculina. Así, invita a pensar en términos de feminización de la escritura “cada
vez que una poética o que una erótica del signo rebalsan el marco de
retención/contención de la significación masculina con sus excedentes rebeldes
(cuerpo, líbido, goce, heterogeneidad, multiplicidad,
etc.)”, y agrega: “cualquier literatura que se practique como disidencia de
identidad respecto al formato reglamentario de la cultura masculino-paterna” (p.132).
De modo que utilizaremos la noción para adjetivar las voces que los poemas de
Laguna configuran, y no Laguna en tanto mujer que escribe,[4] evitando
reproducir mediante el sintagma “femenino” una idea homogénea y sexualizada del
género. Resulta imprescindible, de este modo, leer la fuerza performativa que
las voces feminizadas de Laguna ponen en movimiento en la construcción de su
performance. Por esto, el análisis buscará describir los modos en que éstas
entran y salen de los discursos pertenecientes al imaginario femenino
considerando las figuras barthesianas del discurso
amoroso (1977);[5]
los estereotipos femeninos provenientes de los relatos míticos y los cuentos de
hadas (Secreto, 2009); y las consignas procedentes del movimiento feminista.[6]
2. Amor intertodo
Tal como indica la figura barthesiana “Átopos”, el sujeto
amoroso le devuelve al enamorado una imagen singular e inclasificable frente a
la cual el enamorado no hace más que sentirse un estereotipo: “La mayor parte
de las heridas me vienen del estereotipo: estoy obligado a hacerme el enamorado
como todo el mundo: a estar celoso, abandonado, frustrado, como todo el mundo”
(p.33). La única posibilidad de nombrar el amor parece reducirse a consultar
las imágenes amorosas aspirando a alcanzar lo singular capaz de rebasarlas en
un sin-discurso (p.33). La (im) potencia del
estereotipo que avanza como un adhesivo sobre el sujeto enamorado junto con la búsqueda del reconocimiento de los
deseos, en términos de legibilidad (Butler, 2019), se torna clave para leer la
plaqueta de Fernanda Laguna titulada Poema
IV (2000), publicada por Belleza y Felicidad (de ahora en más: ByF),
editorial que coordina junto con la poeta Cecilia Pavón. Los cuatro poemas que
se indican en el título no solo ponen en cuestión, a través de una voz feminizada, la inteligibilidad de los
deseos sino que extienden, haciendo eco del discurso feminista (Laguna y
Palmeiro, 2021), los límites del amor hasta alcanzar lo “no humano”.
Mientras que el primer poema
configura el deseo alrededor de un escobillón con su “palita” para evitar los
esfuerzos ligados a la limpieza declarando cierto hastío –puede observarse en el verso: “Ayer me tiré por el balcón”(s/n)–; en el
segundo poema, la voz feminizada manifiesta
estar enamorada de una foto que tiene escrito, en su reverso, un número
telefónico. Así, el objeto amado barthesiano se convierte concretamente en un objeto
inanimado del que se destaca su plasticidad: a la foto se la puede besar en
todo momento, aunque debe ser manipulada con cuidado porque se puede manchar o
arrugar. En esta plaqueta, el gesto se extiende hacia otros objetos tangibles,
de aquí que unos versos más adelante, leemos: “También ayer/ me he enamorado de
una frase que apareció en un libro”, o, como se enuncia en el último poema:
En
casa tengo un osito-mono
que
me satisfacería [sic] bastante
si
no fuera tan parecido a un muñeco.
El
amor se me revela de a pedacitos
como
un cristal facetado;
un
ojo, un brillo, una caricia, un cuerpo, un sonido,
una
sonrisa,
etc.
Ay...
El
amor, el amor, el amor...
(2000,
s/n).
En estos versos el amor y el deseo
confluyen en el “osito-mono”, aunque la materialidad de juguete parece avanzar
en detrimento de la satisfacción otorgándole preeminencia a un sentimiento
amoroso corrido: se ama “de a pedacitos”, al tiempo que se presenta, condensada
en el “etc.”, la posibilidad de amarlo todo. Se produce, entonces, aquello que
Laguna y Cecilia Palmeiro (2021) llaman dentro de su archivo-vivo feminista,
siguiendo a Leo Bersani (2010), “acuerpamientos
intertodo” (2021, p.11) que consiste en una relacionalidad universal entre seres y cosas. Es decir que,
para las imaginaciones feministas, los cuerpos exploran la especificidad de lo
humano, tanto su construcción simbólica como sus límites anatómicos y “las
fronteras entre lo vivo, lo muerto y lo inorgánico” (Arnés, De Leone y Punte, 2020, p.26). Si el estereotipo del amor romántico
parece ser corroído por imágenes y objetos inanimados que reciben el amor de la
enamorada poniendo en escena la “solidaridad universal del ser” (Palmeiro y
Laguna, 2021, p.11) comprendida por el imaginario feminista, en los últimos
versos puede observarse cómo se vuelve a entrar al discurso amoroso barthesiano cuando la grandilocuencia y el sacrificio
irrumpen. En este punto Poema IV se
aproxima a la plaqueta Mi Amor, del
mismo año, donde se escribirá del y al amor por momentos con mayúscula y se lo
animizará. Asimismo, este poema es elocuente en tanto que aparece la figura de
la espera con atributos positivos, como un estado de disfrute y entusiasmo,
ligado a la escritura: “¿¡Qué mejor que esperarte escribiendo/ mientras pueda,
mi amor!?” (s/n).
En Poema IV, luego de la evocación al amor, la enamorada se referirá a
él en términos sagrados –como un templo– y figurará su rezo “todas las noches y
las mañanas/ -Amor, amor, amor...” (s/n), a la manera de aquellos ritos
secretos y acciones votivas de los amantes (Barthes, 1993, p.132). Otro rasgo del discurso amoroso que se escenifica es la
incomprensión del amor y lo “indescifrable” del objeto amado al que Barthes describe como “impenetrable,
irreducible, no puedo abrirlo, remontarme a su origen, descifrar el enigma
Quién es? Me agoto; no lo sabré jamás” (1993, p.114). De esta manera, el
sujeto amado deviene en la plaqueta objeto para conmover el estereotipo –que,
paradojalmente, también es imagen fija, petrificada, vacía– del enamorado quien
se interroga por sus deseos, hasta concluir: “creo que amo a la foto en general./Amo el papel brillante,/ esa suavidad rozando mis
labios” (s/n). Un gesto similar puede observarse en el poema “No puedo” (2018) aunque,
a diferencia del poema anterior, el yo poético no tiene marcas de género.
Conformado por tres estrofas breves, se describe con sutileza el desplazamiento
del deseo dirigido a una segunda persona hasta detenerse en una prenda
femenina:
No
quiero olvidar
cuando
te pusiste
el
vestido sin corpiño.
Cuando
te pusiste
ese
vestido sin corpiño.
No
puedo olvidar
ese
vestido sin corpiño
(2018,
p.108).
Mientras que en la
primera y segunda estrofa el sujeto amado aparece en la conjugación del verbo –“te pusiste”– ,en la
última se borra su presencia. El movimiento es acompañado por el pasaje de un
yo activo que no quiere olvidar hacia
un yo que ha perdido el control, en la estrofa final, y no puede olvidar, mientras que “el
vestido” se singulariza con el deíctico “ese”. Aquí la fascinación por la
imagen procede
del vestido: ni un hombre, ni una mujer, ni un animal. La segunda persona se
retira y lo íntimo se construye entre un yo que habla y una cosa.
La importancia de las
imágenes en la relación amorosa insiste en el poema “Casi
no como” (2012) en donde la voz feminizada,
herida por la experiencia del amor, no únicamente decide no comer sino que se
obsesiona con la imagen de ese otro –una mujer– ya que la memorización de sus
gestos significa la posibilidad de apropiarse de ella y de “invocarla” (p.72).
Es decir, el deseo y el “éxtasis” (p.72) se define por la repetición mental de
la imagen de la amada: “me aislé en mi cuarto todo el fin de semana/ para poder
memorizar tus gestos” (p.72). Esta confluencia
entre deseo e imagen vinculada al éxtasis que genera una figura femenina toma, como
veremos en el siguiente apartado, un nuevo matiz en la figura de la Virgen
María.
En el poema “Música”, este amor intertodo se exhibe en tanto fantasía en el momento en el
que la voz se plantea la posibilidad de tener otro tipo de relaciones amorosas y
especula con casarse con la música para tener “sesiones random
sexuales” (2012, p.90). La problematización de lo humano, de la cuestión de
género y orientación sexual se presenta en un paréntesis en el que el yo duda
sobre la clasificación disponible en torno a este vínculo hipotético y se
interroga sobre si la relación puede pensarse o no en términos lésbicos (p.89).
Así, el poema articula una serie de preguntas que exploran los límites del
deseo en vínculo con el género: ¿es la música de género femenino solo porque el
término es un sustantivo femenino? ¿Qué sucede si se animiza hasta volverse
amante? ¿En qué medida responde a las conductas, modos y normas establecidos
culturalmente para lo femenino la fantasía que se extiende ya no a un objeto
tangible sino escuchable y complejo como la música? O mejor: ¿es posible contar
otras historias en las que el amor no tenga género ni se subsuma al
reconocimiento de lo humanamente legible? Una respuesta es este poema como
disputa, aquí su fuerza performativa en tanto que invención, de nuevos
sensibles.
3. Erotización de la Virgen, las hadas y los gnomos
La esquematización cultural y
socialmente legitimada que deslinda (Secreto, 2009), por un lado, la madre como
representación de la bondad y de la virtud, cuyo caso representativo podría ser
la Virgen María en la tradición cristiana, y por otro lado, la prostituta como
la encarnación de la maldad, el pecado y la infidelidad se ve retomada para
abrir puntos de fuga en aquellos poemas de Laguna que rodean la imagen de la
Virgen María. Aquí la fuerza inventiva radica en deshacer los límites que los discursos
religiosos y los relatos fantásticos han intentado fijar para la mujer. El
detenimiento sobre la figura de la Virgen, no solo en tanto madre, sino en
tanto estereotipo de mujer buena, permite leer un nuevo pliegue en la
distribución de los espacios con sus valores y una nueva modulación de la
apertura del deseo hacia lo “no humano”; en este caso, no solo se desearán
objetos-imágenes sino también seres divinos. La figura de la virgen no será
invocada por una voz feminizada, no
obstante, es a partir de esta voz y de su performance de género que el
estereotipo de la virgen se desarticula.
La virgen María, figura religiosa que
representa la idealización de la madre y la bondad, será sexualizada, cruzando
los dos términos propuestos por Secreto (2009) hasta el punto de convertirse en
amante, a la vez que se la vinculará con lo mágico en diálogo con las hadas. Así,
como veremos, Laguna reescribe los estereotipos provenientes de ambos relatos
–La Biblia y los cuentos de hadas tradicionales– pero no para subvertirlos en
el sentido de oponer maldad como respuesta al ideal femenino de la bondad, más
bien lo que su escritura propone es la movilidad continua.[7]
Los estereotipos, entonces, se desplazan como un modo de escapar a la lógica
binaria propia de los discursos que (re)producen la organización moderna del
logos. En Salvador Bahía, ella y yo (1999), se observa la construcción terrenal y
desacralizada de la figura de la Virgen desde el comienzo:
mi
Diosa
increíble.
Virgen por siempre
para siempre
desde siempre,
mi divina,
alucinante
madre y amante,
amiga,
Diosa
mi Reina.
(s/n).
Si bien la Virgen sigue siendo
nombrada como madre, ahora disputa el lugar de Dios con mayúscula, el de
amante, el de amiga y Reina. Al mismo tiempo, la palabra “Virgen” trae a primer
plano la sexualidad –por siempre, para siempre, desde siempre– y hace sentido
con la noción de amante que aparece unos versos más tarde. En el poema, la voz
entra en éxtasis –término que también, como vimos, nombra el deseo en “Casi no
como”–ante la aparición de esta virgen vestida de celeste con un manto
brillante, tal como se la representa desde la institución, pero –y aquí el
desvío– es una aparición religiosa profanada ya que lo primero que hace la
virgen es pedirle fuego. Ningún milagro, ninguna revelación, la virgen pide
fuego a lo que el yo poético responde de manera casi epifánica:
“yo estaba toda encendida”(s/n). De este modo, la figura de la santa se
sexualiza y se humaniza, tanto que ese manto celeste desaparece: “¿fuego?/
¿ella fumaba?/ ¿estaría vestida de jeans?”(s/n), se pregunta el yo. La virgen
ahora es una chica, vestida de jeans, con necesidades terrenales en las playas
del paraíso –espacio que cobra también una doble significación con los pares
paraíso/virgen y paraíso/playa.– De modo que el movimiento de fuga del
estereotipo necesita, en este poema, de la mezcla: por un lado, la aparición de
la virgen con su manto como un momento cúlmine en la vida –“el momento tan
esperado/ durante esos largos 26 años”(s/n)– que emociona, genera miedo y
felicidad; por otro lado, la sexualización y humanización que la separan de su
origen sagrado y puro. La virgen no deja de ser una figura digna de adoración
pero desalineada respecto de la representación institucionalizada. Despunta, de
esta forma, la construcción de una imagen erótica de la virgen que conmueve el
modelo de madre y virtud en su devenir objeto de deseo sexual. En el poema su
sexualidad no solamente no es pura –en el sentido de reservar la virginidad a
Dios– sino que se desvía de la heterosexualidad y de la monogamia que ordena La
Biblia al momento en que la Virgen se convierte en amante de una chica.
Por otro lado, en el poema “Plantas
salvajes”, la figura de la virgen se igualará con las hadas mediante el
ejercicio de la fe. El poema comienza describiendo el “drama del corazón” (p.75),
un sufrimiento que desespera al yo, para luego dividirse en dos apartados
titulados: “Hadas” y “La Virgen”. Las hadas son presentadas
como diosas que irrumpen, al igual que en los cuentos de hadas, en los momentos
de desamor: “cuando siento que nadie me quiere”, leemos (p.76). Pero, aquí la
deriva, las hadas, seres mágicos que desean que se enamore, son “todas mis
amantes” (p.76). Tal como con la virgen y con los gnomos, la voz feminizada se vincula con las hadas
eróticamente: “y yo salgo de debajo de sus polleras/ hecha música” (p.77). Aquí
puede verse nuevamente cómo la voz inventa un modo de desear que trasciende los
límites humanos hasta alcanzar lo divino, haciendo hincapié en la fantasía.
La operación de tomar a la Virgen y colocarla
en el mismo sitio que las hadas, a partir de lo fantástico, implica la
precarización de la fe: la creencia ya no responde a la virtud trascendental
cristiana. Antes que a los ideales profesados como doctrina, en estos poemas,
la fe depende de las ganas del yo quien dice tener el poder de decidir sobre la
existencia de la virgen: “[p]odría dejar de creer en
ella y chau.../desaparecería la virgen de mi vida” (p.80). Por otra parte, se
vislumbra que la importancia de la figura de la virgen procede de su belleza,
mejor, de las representaciones pictóricas de su belleza –leemos que prefiere
“las imágenes religiosas” a cualquier
hada “inmaterial” porque las puede abrazar– y esto “sacia” (p.80) al yo quien
afirma haber sentido “el movimiento de su amor/ penetrar en mi cuerpo” (p.81).
Estos dos versos condensan categóricamente el erotismo de su figura, dado que
lo que se percibe recibir por parte de la virgen no es mero amor ligado a los
sentimientos sino un movimiento que el amor emana y penetra en la carne. Tal
como analizamos en Poema IV, aquí la
voz feminizada desea y ama no solo a
personas sino a imágenes y figuras sobrenaturales. Dicho procedimiento se
extiende en un poema sin titular incluido en La princesa de mis sueños (2018), en el que el yo poético, esta vez
sin marcas de género, se dirige a la imagen
de la virgen que cuelga del pecho de una chica en el colectivo: “Bellísima/ con
tu capa/ del color de la plata” (2018, p.80). Si en “Plantas salvajes” la
belleza en la imagen de la virgen estaba en las “pinturas bellísimas de ella”
(2012, p.80), acá anida en el dije de plata que luce una chica del micro. Y esa
segunda persona a la que, por su belleza, se le dedica el poema no es otra cosa
sino una miniatura objetivada.
Ahora bien, es interesante pensar
esta serie de poemas junto con el texto “Ave María purísima, te quiero y sos mi ídola, aunque muchos no te
quieran”, con el que Laguna abre su libro Espectacular.
Cartas y textos de arte (2019), conformado por cartas y textos curatoriales
(siempre bordeando los límites genéricos), escritos entre el 2006 y el 2019. En
este texto fechado en el 2003, la virgen es, al igual que en Salvador de Bahía, ella y yo (1999),
además de una madre, una amante, y agrega: “la que no entiende nada y por eso
vive siempre en éxtasis. En una nube” (p.8). Perplejidad y no saber acercan a
la virgen al estereotipo de mujer tonta representada, en la tradición femenina,
por las princesas (Bechtel, 2003). La voz feminizada relata su excitación por lo
sacro (2019, p.7) y el momento de la confesión en el que enuncia no solo que la
Virgen María es su madre sino también su amante, por quien siente “una inmensa
pasión” (p.7), mejor, la virgen deviene “prototipo de todas las chicas que me
gustan” (p.7). Los lazos tendidos entre la religión y el deseo se prolongan,
por otro lado, en la reconstrucción que hace la voz, al momento de narrar el
pasaje de la espera del éxtasis al comulgar –“orgasmo espiritual” inaccesible
para esta voz feminizada– a la revelación
del éxtasis en el sexo: “era ese el éxtasis que de niña buscaba” (p.8), dirá
subrayando en el deíctico la distancia que toma respecto de la búsqueda infantil
del deseo en el sacramento de la eucaristía.[8]
El texto avanza sobre la condición
que define a la Virgen aunque, en lugar de asociarla a la pureza, la trampa consiste en puntuar el alcance
semántico sexual: “es la única representación sexual de la Iglesia, ya que es
la única a la que se le otorga el nombre de virgen” (p.8), y agrega, a quien
“todo Occidente se la quiere coger”, es “súper lésbica” (p.8). Aquí confluyen
la madre y la prostituta[9] o
el estereotipo de femme fatale para
dar lugar a un “sexo fantástico” (p.8), además de señalarse nuevamente el
lesbianismo de la virgen. Pero el gesto se completa con la ponderación de su
rol de madre: “Ella es la que dice que sí, la madre buena que te dice siempre
que sí. Los gays deberían amarla. La amante siempre
dispuesta. Los héteros deberían hacerse la paja
pensando en ella” (p.8). Al comienzo de esta cita se recupera el lugar común de
la madre-buena que responde sacrificialmente a la sumisión, la que no opone
resistencia y dice siempre que sí, tal como se refiere en el Evangelio de Lucas
ante el anuncio del ángel Gabriel, la que siempre está disponible; sin embargo,
esta misma condición tiembla al momento de convertirse, a causa de su entrega,
en una amante ideal, “siempre dispuesta”, tanto para gays
como para “heteros”. En otros términos, la entrega y la sumisión de la virgen
impulsan su devenir ícono sexual capaz de superar los binarimos
sexo-genéricos.
La sexualidad y el erotismo emerge en
términos de transgresión de “lo humano”, también, en “El planeta de los gnomos”
(2018, p.95). En la primera estrofa, la voz feminizada
se dirige a los “enanos de la soledad” quienes son “sus amiguitos” (p.95), para
luego, a partir de la segunda estrofa, citada más abajo, referirse a ellos en
tercera persona y describirlos. La convivencia en una casa entre gnomos y una
mujer cansada del trabajo de fregar nos envía al personaje proveniente de la
tradición germánica, luego recogida por los hermanos Grimm: Blancanieves. A
diferencia del ama de casa, el trabajo de esta voz es remunerado ya que su tarea
consiste en limpiar los pisos y las heladeras aunque no de una casa diminuta
sino de un supermercado, esto implica otro tipo de alienación dado que trabaja
más horas de las que desea.
Los
enanos
me
llenan la cabeza
con
pensamientos anarquistas.
(...)
[s]e
cuelgan de mis pezones
y
no sé cómo
a
mí también me sacan la leche.
Y
me encanta,
lo
disfruto mucho.
Siento
sus manitos
apretándome
las tetas
blandas
como espuma
(2018,
p.96)
Del mismo modo que sucede con las
hadas, las voces de Laguna desconciertan las connotaciones mágicas de los
gnomos, quienes también están, aunque provengan de la tradición germana y no
celta, ligados al auxilio y a la función de fomentar el amor y la sensibilidad.
Los gnomos-enanos despliegan prácticas anómalas respecto de su tradición narrativa
germánica en la que cumplen roles de protección, en la medida en que resguardan
la vida de los personajes femeninos y propician el encuentro amoroso (Secreto,
2009, p.71). En este caso, conducen al yo a la anarquía, no aconsejan sino que
“llenan la cabeza”, y en lugar de favorecer un encuentro con otro sujeto son
ellos mismos los que dan y reciben placer. Los gnomos tocan, aprietan el cuerpo
del yo quien con su afirmación –“a mí también me sacan leche”– supone,
entonces, el acto de eyaculación al mismo tiempo que extraña la naturaleza del
yo femenino.
Las voces feminizadas de Laguna, de este modo, no dejan de explorar la deriva
anómala, antes que la construcción y el reconocimiento de lugares fijos; en su
desplazamiento las voces apelan al imaginario dominante, en el sentido en el
que visitan ciertos valores, sentimientos y conductas normalizadas cultural y
socialmente como femeninos para, luego, a través de la deriva y la obcecación
que caracterizan su performance, hacer irrumpir el temblor del estereotipo a
modo de respuesta a su intimidación. Es en este discurrir, y su nutrirse de la
novedad, que el yo poético inventa voces cuyo valor reside en la fuerza de fuga
de los lugares comunes.
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[Fecha
de consulta: 22/08/2022]
[1] Fernanda Laguna nació en Buenos Aires en 1972. Es artista
visual, escritora, curadora de arte y gestora cultural. Entre sus
intervenciones en el campo cultural ha fundado, junto a la poeta Cecilia Pavón,
el espacio de arte y editorial Belleza y Felicidad que funcionó primero, entre
1998 y 2010, como sello editorial y luego como espacio de arte entre 1999 y
2007. Creó, además, espacios artísticos como No hay cuchillos sin rosas (2003),
Tu Rito (2010), Agatha Costure (2013), el Universo (2017) y Para vos... Norma mía! (2020). En el
año 2003, abrió una sucursal de Belleza y Felicidad en villa Fiorito, que
continúa en la actualidad. Asimismo, en 2008, Laguna fue miembro fundador de la
orientación en artes visuales de una Escuela Secundaria en este barrio. Ha
sido, a su vez, uno de los miembros fundadores de la editorial Eloísa Cartonera
junto con Javier Barilaro y Washington Cucurto. Sus obras visuales forman
parte, actualmente, de diversas colecciones en Museos, como el Guggenheim de
Nueva York, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, Museo de Arte
Latinoamericano de Buenos Aires, Museo Reina Sofía en Madrid, Museo de Arte
Contemporáneo de Rosario, Galería de arte Nora Fisch, entre otros. Desde el
2007, coordina el archivo-vivo feminista llamado Mareadas en la marea junto con Cecilia Palmeiro.
[2] El
género comprende, siguiendo la propuesta de Joan Scott, los símbolos que evocan
representaciones culturalmente disponibles; los conceptos normativos
desprendidos de los significados que se otorguen a los símbolos desde las
diferentes doctrinas – religiosa, educativa, científica, legal –; las nociones
políticas; y la identidad subjetiva.
[3] En su
tesis doctoral, Alberto Giordano analiza el uso de los estereotipos en las
voces narradas por Manuel Puig. Entre los rasgos que señala, destacamos la
falta de distancia de Puig con los lugares comunes provenientes del folletín y
la cultura sentimental. Así como los personajes de Puig sufren, después de
fantasear con encarnar los estereotipos del cine o del tango, las voces de
Laguna lo hacen en varios de sus poemas después de encarnar, por ejemplo, el
estereotipo romántico de la enamorada. Pero, aquí una divergencia, las voces de
Laguna antes que ver en el estereotipo un testimonio del fracaso, creen en su
fantasía y juegan con sus posibilidades desde la escritura inventando nuevos
modos de nombrar la experiencia.
En un trabajo
reciente, Cecilia Palmeiro inscribe a Laguna en la tradición de Puig a partir
de “la popularización y literaturización de las lenguas de las locas” (2020, p.
87).
[4] Para una discusión sobre el término
“mujer” como categoría fija y esencialista, véase: Richard (1994) y Scott, J. “Preguntas no respondidas”. Debate
feminista, núm. 40, 2009, p.100-110. Dice Scott: “No existe una esencia de
lo que es ser mujer (o ser hombre) que pueda proporcionar un sujeto estable
para nuestras historias; sólo están las repeticiones sucesivas de una palabra
que carece de referente fijo y que, por ende, no significa lo mismo” (p.105). Véase
también: Riley, Denise, 1988, "Am I That Name?" Feminism and the
Category of "Women" in History, Macmillan Press, Londres.
[5] En Fragmentos de un discurso amoroso
(1977), Barthes se propone volver sobre lo inactual e intratable de este
discurso y, antes que analizarlo o describirlo, nos interesa su trabajo porque
apuesta por performar– “se ha sustituido pues la descripción del discurso
amoroso por su simulación” – como una manera de poner en escena la
“importancia” de la primera persona, “el lugar de alguien que habla en sí
mismo, amorosamente, frente a otro (el objeto amado), que no habla” (p.13). El
enamorado de Barthes es un sujeto que se encuentra en constante movimiento, de
ahí dis-cursus en tanto acción de ir y venir: “Su discurso [del enamorado] no
existe jamás sino por arrebatos del lenguaje, que le sobrevienen al capricho de
circunstancias ínfimas, aleatorias” (p.14). De esta corrida constante que afecta
al cuerpo del enamorado deriva la preferencia de Barthes por pensar el discurso
amoroso en figuras, en términos de gesto coreográfico, que subrayan la
vitalidad de la acción antes que la inmovilidad de la contemplación como un
modo de acercarse al movimiento del enamorado. El recorte de cada una de las
figuras se sustenta por su reconocimiento, como si todo enamorado tuviera un
archivo de frases, una reserva, al cual acudir para nombrar el afecto.
Para una lectura en
otra línea del discurso amoroso en ByF, véase Moscardi (2016). Allí, se propone
vincular la banalidad y el discurso amoroso para definir “un tipo de vínculo
con la escritura” (p.165), ya que para Moscardi el amor en ByF no “constituye
ningún tema sino que aparece como
otra forma de decir literatura” (p.167).
[6] Si bien
pueden distinguirse distintas “olas” dentro del movimiento feminista, no
operaremos con esta distinción.
[7] La
erotización del espacio religioso aparecerá también, aunque ligada a la figura
de las monjas, en “Durazno reverdeciente” (2005).
[8] El
procedimiento se asemeja a la propuesta del video clip de Madonna “Like a
Prayer” (1989) que, sin ir más lejos, menciona la voz de La Señorita: “De Madonna me gusta “Like a Prayer”/ “Open your
heart” and “Tief of hearts” [sic] / y algunas de sus bailarinas” (2018. p.
178). En el video dirigido por Mary Lambert, Madonna representa a una joven
católica extasiada no por la Virgen sino por Dios.
[9] La figura madre-prostituta como motivo literario es analizada por Nora Domínguez en el capítulo “Rameras y bastardos” en su libro De dónde vienen los niños (2007).