Travel, Identity and Modernity in Two short
Novels by Carmen de Burgos: La
misionera de Teotihuacan and El
dorado trópico
Claudia Cristina Martino
Universidad de Almería
Resumen
En la narrativa de Carmen de Burgos
hay numerosas protagonistas viajeras. Estudios anteriores han evidenciado lo
contradictorio de los personajes femeninos en la narrativa de la autora,
divididos entre modernidad y tradición. En las dos novelas a analizar, el viaje
y el contacto con otras culturas –en este caso, mexicana y cubana– suponen para
las dos protagonistas una ocasión para cuestionar su condición. La autora se
vale del elemento del viaje para explorar la relación que se establece entre
estas mujeres y la modernidad.
Palabras clave: Mujeres, viaje, identidad, modernidad.
Abstract
Carmen de Burgos’ narrative
presents several traveling female protagonists. Previous studies have shown the
contradictory views of the female characters in the author's narrative, divided
between modernity and tradition. In the two novels to be analyzed, the contact
with other cultures –in this case, mexican and cuban– represents an opportunity for the two protagonists
to question their condition. The author uses the element of travel to explore
the relationship between these women and modernity.
Keywords: Women, travel, identity, modernity.
1. Introducción
La vida de Carmen de Burgos[1],
escritora y periodista almeriense, fue un viaje en todos los sentidos: un
recorrido tanto por Europa como fuera de ella, un viaje exterior e interior
hacia la independencia económica y emocional, pero sobre todo un compromiso en
varios frentes para todo lo que significase el avance hacia la modernidad, para
ella y para toda mujer[2].
Sus viajes la llevaron desde Almería a Madrid, y luego por toda
Europa, experiencias que siempre irá compartiendo en sus artículos para numerósos periódicos.
Sus travesías la conducen hasta
América Latina, pues entre 1925 y 1927 visita México y Cuba –países que en este
artículo nos ocupan– y llega hasta Chile para impartir conferencias en
Universidades y centros cívicos.
El viaje fue importante para la
autora y alimentó muchas de sus ideas sobre la modernidad, comenzando con sus
artículos sobre mujeres extranjeras y, a menudo, viajeras.[3]
Como afirma Núñez Rey, “los
desplazamientos personales de la autora repercuten en sus novelas” (Núñez Rey,
2010, p. 8), pues muchas y significativas son en ellas las referencias a los
viajes y a las experiencias vividas por la autora, pero sobre todo las formas
de vivir el viaje en sí y la forma de describir, relatar y reflexionar acerca
de cada experiencia.
Señalar esto es una premisa importante, teniendo en cuenta que Carmen
de Burgos fue una fecunda escritora de libros de viajes como Por Europa (1906) y Mis viajes por Europa (1917), así como de numerosos artículos sobre
sus viajes dentro y fuera de Europa.
La recuperación de la figura de la escritora que se está llevando a
cabo en los últimos años se entrelaza con la atención que la investigación
feminista ha puesto sobre las cuestiones de género y los viajes, en gran parte
centrada en la escritura de viajes de las mujeres, durante las décadas de 1980
y 1990 (de Robinson, Barr y Melman entre muchos otros),
así como las importantes reflexiones hechas por Pratt (1992) en torno al
encuentro con el Otro y a las características de la literatura de viajes en las
así llamadas “zonas de contacto”, en óptica poscolonial.
La relación entre los escritos de viaje de de
Burgos y la transposición de sus experiencias directas en forma de literatura
de ficción son, como decíamos antes, evidentes y, aunque no pretendemos hacer
aquí un análisis exhaustivo, se tienen presentes en las novelas a analizar, a
la luz de las reflexiones hechas por Kaasa (2019) en
torno a la relación entre viaje y ficción.
En la literatura de viajes, tanto la crónica y el reportaje como el
relato de ficción son lo suficientemente flexibles como para superponerse en
varios aspectos, entre ellos la búsqueda de los mismos ideales estéticos, el
relato de experiencias y la descripción de lugares según determinadas
estrategias de autorización, la respuesta a hechos, contingencias históricas, y
la expresión (o rechazo) de valores socialmente compartidos.
Notamos, de hecho, que algunas protagonistas viajeras de la
producción novelística de Carmen de Burgos parecen ser incluso sus alter ego, pero sobre todo son vehículos de mensajes y
exploración de las facetas de la realidad y de la modernidad femenina. Establier Pérez, en Mujer
y feminismo en la narrativa de Carmen de Burgos «Colombine» (2000), analiza
varios tipos de personajes femeninos en la narrativa de la autora. En el último
capítulo, titulado “Las hijas del nuevo siglo: las modernas”, analiza la
contradictoria mujer moderna de El
perseguidor (1917), quien quiere viajar sola, pero termina casándose y
compartiendo los viajes con su pareja, o también la protagonista de El veneno del arte (1910), quien está
satisfecha de sus peregrinaciones en solitario, pero admite su fracaso en
formar una familia.
Los mencionados sólo son dos
ejemplos de la ambivalencia de sus textos literarios, donde “se cuestionan y
relativizan los principios de emancipación, independencia y autonomías
femeninas” (Cibreiro, 2005, p. 56), tan presentes en
su obra teórica y en su vida personal. Como bien ha observado Rodríguez, las
fuertes contradicciones entre sus ensayos en defensa de los derechos de la
mujer, como El divorcio en España
(1904), La Mujer en España (1906) y
sobre todo La mujer moderna y sus
derechos (1927), y sus otros escritos tanto teóricos como de narrativa,
donde defiende los valores tradicionales de familia y maternidad, hacen que
esta escritora resista a cualquier intento de clasificación, y se deben a su
declarado “rechazo a constituirse como identidad constante e inmovible”
(Rodríguez, 1998, p. 382). Son también
el resultado del esfuerzo, por parte de la autora, de adaptación a una realidad
compleja, con el objetivo de mejorar las condiciones de la mujer en la sociedad
del siglo XX (Díaz-Marcos, 2009, p. 114; Rodríguez, 1998, p. 381).
Así que no nos sorprende la relación
problemática que Carmen de Burgos siempre ha tenido con el feminismo, relación
que de todas formas ha sufrido una evolución a lo largo de su vida (Cibreiro, 2005, p. 57; Establier
Pérez, 2000, pp. 24-28), pero refleja también la voluntad de enfrentarse a las
mujeres idealizadas en la literatura y forjar una mujer nueva. De ahí que sus
personajes sean “a menudo inquietantes”, ya que representan la transformación
del sujeto femenino en la Europa de principios de siglo y plantean nuevas
preguntas (Cibreiro, 2005, pp. 56-57). El sujeto
femenino de su narrativa, de hecho, es paradójico, tal y como lo es la
situación de la mujer en la España de principios de siglo, en el vértice de la
transición entre el ámbito doméstico y el ámbito laboral. Algo parecido plantea
también Johnson, que sostiene que lo contradictorio de los personajes
narrativos de Carmen de Burgos como vehículo de reflexiones sobre la
modernidad, donde las relaciones y la sexualidad juegan un importante papel.[4]
La postura contradictoria de la
autora en su narrativa sobre la mujer moderna es ya conocida y sobre ella
escribieron también Imboden (2001), Paredes (2002),
Kirkpatrick (2003), Davies (2000), Bieder (2005), Rodríguez
(1998; 2006) y Arranz (2013).
Es interesante notar cómo en las dos
novelas mencionadas anteriormente a título de ejemplo,
El veneno del arte y El perseguidor, así como en muchas
otras, el viaje parece vehicular esta ambivalencia y poner el sujeto femenino
en la condición de experimentar nuevas dinámicas de la modernidad relacionadas a su género,
frente a las formas de vida tradicionales, aunque no siempre con resultados
edificantes.
Es importante tener en cuenta los importantes estudios realizados
sobre la tensión que produce el viaje en las cuestiones de género, y en
particular en torno a cómo el viaje es un espacio privilegiado para
experimentaciones o rectificación de las normas de género (Bird,
2012).
El papel que juega la identidad en
estas dos novelas examinadas es una variable a tener
en cuenta en nuestra ecuación, puesto que los dos protagonistas abordan la
experiencia del viaje y los problemas relacionados con su condición, abordando
también diversos problemas relacionados con su identidad, entendida como un
conjunto de rasgos que caracterizan a la persona (nombre, nacionalidad,
estatus) pero también como identidad cultural.
Es difícil esbozar una definición
unívoca de este concepto, pero nos limitamos al ya multifacético concepto de
identidad relacionada con el viaje. Viajar es una actividad que tiene
consecuencias en la formación de la identidad, y permite la interpretación de
diferencias, así como la comparación y el contraste con el Otro (Drace-Francis, 2019). Cruzando límites, se marcan
diferencias entre el “yo” y el Otro, y se produce la identidad del viajero. La
narración transmite este proceso, puesto que la narrativa se define
convencionalmente como la representación del acontecimiento (Genette, 1992).
Atendiendo a estas premisas, necesarias
para dar unas definiciones en torno a los conceptos claves de viaje, identidad
y modernidad, este trabajo
pretende tomar en examen dos novelas tardías de la autora, La misionera de Teotihuacan (1926) y El dorado trópico
(1930), donde las protagonistas son mujeres viajeras, condición de la que se
vale Carmen de Burgos para explorar la relación que se establece entre ellas y la modernidad, y la función
que tiene el viaje en dicho contacto. El viaje será analizado también en
cuanto a tratamiento del espacio, relacionándolo con la trayectoria vital y la
evolución de las protagonistas. Este aspecto será estudiado junto a otro importante elemento presente en
las dos novelas: la identidad, atendiendo a la “máscara” que llevan las
protagonistas durante sus viajes y al contacto con otras culturas y personajes.
La elección de estas dos novelas no es en absoluto gratuita, puesto que
se encuentran en la última etapa creativa de la autora, donde se reelaboran sus
últimas inquietudes y reflexiones acerca de la mujer moderna, caracterizadas
por cierto desencanto (Núñez Rey, 2006, p. 348).
2. La misionera
de Teotihuacan
En 1925 Carmen de Burgos planea ir a
México para presidir el Congreso Internacional de la Liga de Mujeres, que
se había convocado desde Nueva York a principios de año. Al final el proyecto
fracasó, pero la escritora decidió viajar igualmente a este país.
Marta Portal recoge algunas
observaciones hechas por la escritora en varios artículos publicados en La Esfera, reflexiones que se reflejarán
en la novela (Portal, 2010, pp. 95-97). En dichos artículos Carmen de Burgos
describe, como siempre de forma pormenorizada, lo que observa y aprende de esta
cultura.
Publicada en 1926 para la colección La novela corta, La misionera de Teotihuacan cuenta la historia de una joven monja,
Guadalupe, que decide ir a México con el objetivo de participar en la
evangelización de la población indígena del lugar. Allí se encuentra con su
familia materna, aunque la protagonista se ve obligada a esconder su condición
de monja para poder entrar en el país.[5] Una vez en México, busca ayuda en la
familia de su madre, y su tía Margarita la acoge subrayando la importancia de
mantener ocultos sus votos religiosos. Durante su estancia, la joven recorre todo el estado de México para
investigar sus orígenes, estableciendo cierta empatía con los indígenas. Tras
un grotesco episodio con un general mujeriego, y la posterior venganza del
primo de ella, Guadalupe, sintiéndose culpable por la resolución negativa de
los acontecimientos, decide refugiarse en una nueva y más auténtica
espiritualidad, convirtiéndose en una mística en el valle de Teotihuacán, donde
une a su recogimiento espiritual una vida humilde de tejedora.
La novela, compuesta de nueve
capítulos titulados, refleja el proceso de transculturación que experimenta la
protagonista, una viajera entre dos mundos. Nombres y costumbres indígenas irán
entremezclándose con nombres y costumbres españolas mientras la protagonista va
buscando su identidad entre España y el México de su madre.
2.1. Guadalupe, una viajera entre dos
mundos
Toda
la novela se basa en el juego del contraste: contraste entre dos mundos y entre
dos filosofías de vida.
Daganzo-Cantens
describe el proceso del cual Guadalupe forma parte como “transculturación que
va desde el hermanamiento con los desfavorecidos indígenas hasta la absorción
de las costumbres de éstos” (2011, p. 657).
El conjunto de los personajes que
giran alrededor de Guadalupe está dividido culturalmente, comenzando por ella
misma, quien ha crecido en España, pero es originaria de México.
Es un viaje de vuelta a sus
orígenes, el de Guadalupe, que parece casi recobrar la identidad que su madre
ha dejado allí al irse: no es casualidad que la joven llegue a la ciudad de
Veracruz, donde su madre, hacía muchos años, se había embarcado con rumbo a
España; precisamente, esta conjunción con la figura de la madre fallecida puede
relacionarse con el estado de abandono total por parte de su congregación en
Europa. La identificación con otra mujer, su madre, es, entonces, simétrica y
contrapuesta en cuanto a razones: Guadalupe viaja por amor a su congregación y
a Jesús, su madre viaja por amor a un hombre.
El contacto con una vida totalmente nueva (en un mundo nuevo y sin
las vestiduras religiosas) la deja en un estado de confusión que nos recuerda a
otras viajeras de Carmen de Burgos: un ejemplo destacable bien podría ser
Ketty, de otra novela corta de la autora, Luna
de Miel (1920).
El narrador, con una analepsis, nos
permite ver también que su primer contacto con México le ha proporcionado el
descubrimiento de sus orígenes y ha sido la ocasión de excavar en recuerdos
antiguos y memorias ancestrales. Se trata de un nuevo tipo de viaje, en este
caso hacia atrás en el tiempo,
en su memoria. Guadalupe
recuerda los cuentos de su madre sobre su país y cómo ha formado y basado su
identidad en ellos.
Es un descubrimiento de su ser, ante
todo de tipo físico, matiz que podemos percibir en la forma en la que el
narrador observa la búsqueda que Guadalupe hace de sus propios rasgos entre
aquellas gentes, sobre todo los indios.
La protagonista se compara a sí misma y compara a su madre con los
indios, llegando a encontrar también los rasgos de su padre. Su mismo cuerpo,
mezcla de rasgos de culturas tan lejanas, encarna su encuentro con este nuevo
país.
Podemos observar también ese
contraste al que nos venimos refiriendo en el estilo y la filosofía de vida: el
hecho de ser monja es un detalle que está lejos de ser irrelevante, sobre todo
en lo concerniente la identidad. Muchas de las mujeres viajeras retratadas en
la narrativa de Colombine se enfrentan a un viaje o a una situación eligiendo
llevar una “máscara”, escondiendo una parte importante de su identidad o
disimulando ser otra persona. En este caso, vemos desde el principio que
Guadalupe está muy influenciada por una elección que le ha sido impuesta: el padre,
al casarse con una nueva mujer, acepta que su hija tome el hábito de las
hermanas de Santa Mónica, sin que ésta se niegue. Ella siente como suyos este
estilo de vida y esta fe, llegando a identificarse tanto con su circunstancia
que esconde los hábitos con reticencia en un país que, por circunstancias
históricas, es adverso a las figuras de la religiosidad: “A pesar del refrán
vulgar, tantas veces repetido, de que el
hábito no hace al monje, le parecía que había mucho de su personalidad de
religiosa unido a su hábito. Estaba con el traje de moda como si se sintiese
desnuda.” (pp.11-12). La autora parece hacer un guiño, además, a la
superficialidad de la moda, admirando la elegante simplicidad de las monjas,
que con su moderación y sobriedad en el vestir dejan entrever un encanto
particular. Las monjas y Guadalupe, al llegar a México, pierden no sólo su
identidad, sino su encanto, transformándose en mujeres banales y hasta vulgares[6].
A pesar de esta débil identificación
con la cual busca algo familiar a ella, sigue sintiéndose extranjera en un
entorno hostil. Por razones políticas, tanto al pasar Cuba (y entrar a México)
como durante la estancia en la casa de su tía Margarita, tiene que seguir
manteniendo oculto su monjío. La palabra clave que resume su estado de ánimo,
repetido anafóricamente, es “desconocida”, y tal es la situación, la vida nueva
(otra anáfora, “nuevo”, “nueva”) en la que se encuentra forzosamente, que muta
su estado de ánimo en desesperación: “De aquella manera Guadalupe se encontraba
en una ciudad desconocida, con una familia desconocida y una clase de vida
desconocida también. Era aquello como un nuevo nacimiento, una nueva
encarnación, en la que sólo conservase la memoria.” (p.23)
En aquella casa la afligen su
inmensa tristeza, su tía Margarita que quiere que abandone para siempre su vida
religiosa y sobre todo la condición penosa en la que viven los indios, a menudo
relegados a condiciones de esclavitud en casa de familias ricas. No parece
arriesgado notar en la actitud de triste observación de la condición de los
indios una ulterior identificación empática de la protagonista con ellos, quien
se ve obligada a seguir los dictámenes “mundanos” de la despótica tía, además
escondiendo su identidad de religiosa. En esta vida extraña para ella,
reacciona con resignación e intenta martirizarse utilizando sus mismos hábitos,
los cuales ha modificado para que le resulten más incómodos en la medida de lo
posible.
A pesar de esta condición no
favorable, hay espacio en ella para saborear una vida diferente a la que ha
vivido. No sería desacertado comparar a Guadalupe, en estas circunstancias,
como una Eva que, viéndose desnuda y descubriéndose joven y guapa, siente el
anhelo de experimentar ese amor terrenal tan lejano a su amor hacia lo divino:
“¿Como será tener novio?” (p.26) se pregunta, y siente también el deseo de
compartir ciertas inquietudes con alguien que tenga con ella una relación de
amistad. Una vez más, el viaje abre las puertas a muchas dudas y nuevas ideas
sobre su propia existencia.
Notamos,
a partir de este pasaje, un proceso progresivo de abertura mental que repercute
en una nueva mirada más curiosa; también la narración se hace menos
introspectiva y más descriptiva. Guadalupe se deja impresionar por la majestad
del patriarca de una familia india, que en sus comportamientos tiene algo de
sereno y ancestral, algo que es significativo, como veremos a la hora de
analizar el desenlace de la novela. La mujer empieza a sentirse más a gusto en
aquel lugar y sigue con su estancia contemplativa del entorno, intentando pasar
lo más desapercibida posible.
La
última y definitiva excursión de Guadalupe, en el valle de Teotihuacán, es la
que presenta circunstancias menos problemáticas para la viajera: en
primer lugar, ha reforzado su amistad con su primo Alberto, el cual se ha
dejado conquistar por la dulzura de la joven; en segundo lugar, si los demás
paisajes han provocado en ella emociones contradictorias, en este valle
encuentra la paz de los sentidos:
Se infiltraba en su espíritu como un sedante, después de
los paisajes frondosos, fuertes, lujuriantes, de las cercanías de la ciudad de
Méjico, el ambiente de aquel lugar, de aspecto romántico y árido, con una
aridez triste. El silencio, la calma, la desolación que lo envolvía todo,
llevaba su frialdad a templar su espíritu, excesivamente caldeado por la
excitación del vivir. Era como si su alma se sentase allí a reposar. (p.48)
Es un
lugar significativo para ella: en aquel país donde todo habla de guerra y
destrucción desde su descubrimiento, el valle de Teotihuacán parece llamar a la
meditación y al reposo del alma. Guadalupe vive una intensa identificación con
este lugar. De hecho, se siente atraída por una misteriosa divinidad, un
antiguo rey que, según la joven, “tiene algo de Jesús” (p.48) y que se opuso a
la violencia y al derramamiento de sangre de los rituales de sacrificio humano.
Era un hombre superior, una especie de mesías o de intermediario entre la
tierra y el cielo que se atrevía a instaurar una revolución de paz.
Algo rompe la situación idílica que
Guadalupe había conquistado: durante una excursión, un grotesco y mujeriego
general intenta besarla. Alberto, como sabemos, vengará aquel acto de violencia
llevado a cabo por el general, matándolo; Guadalupe, sintiéndose culpable,
abandonada por su familia, por su orden, reniega de todo su camino hasta allí y
afirma que no ha sido capaz de guardar su corazón, saliendo del claustro y
dejándose “seducir con exceso por la vida mundana” (p.56). Si no hubiese
salido, no hubiese vivido, pero a lo mejor no estaría luchando contra esta
tempestad. No hay vuelta atrás, pero en este momento siente más que nunca el
deseo de un descanso verdadero para su alma, que no suponga ninguna falta de
conocimiento y que al mismo tiempo le garantice un verdadero alejamiento de la
mundanidad: Guadalupe, pues, “se volvía más hacia la divinidad” y recuerda la
calma del valle de Teotihuacán, posible lugar de retiro y aislamiento (p. 57).
Borra su antigua identidad y empieza
desde cero a tejer su vida –no es casualidad, por tanto, que
busque como sustento un trabajo como tejedora–. Incluso cambia de nombre, con uno
que parece casi un signo de su destino: Mónica, como el nombre de su orden, que
además deriva del griego monos,
“único”, “sólo”, y cuya traducción más libre indicaría aquél que vive de forma
íntima, espiritual.
Para su familia, ha embarcado hacia
Europa, para su padre, se ha quedado en México: “Guadalupe quedaba muerta para
el mundo” (p.57); sin embargo, es precisamente en este momento cuando está más
viva que nunca: en medio de la pobreza y de la meditación encuentra la paz
espiritual, lo que le proporciona la ocasión de difundir la palabra. Teotihuacán,
pues, “encontraba en ella el sacerdote que perpetuaba su culto: la Divinidad
seguía teniendo allí su lugar de adoración” (p.57); y Mónica vuelve a ser –o
empieza a serlo de verdad– para aquel inmenso valle lo que
había sido al principio: una misionera.
2.2. Las contradicciones de la modernidad
y un nuevo matiz del feminismo
Esta novela nos presenta un
personaje que, aunque no lo parece, rompe los esquemas establecidos desde más
de un punto de vista. El sólo hecho de tener como protagonista a una mujer
española que viaja sin la compañía de un hombre, seguramente representa un
enfrentamiento a los convencionalismos de la época. Ya existen en la narrativa
de la autora ejemplos de mujeres viajeras sin hombre, concretamente en El kodak (1917) y en la ya citada El perseguidor, pero este caso es aún
más peculiar porque: en primer lugar, no es ciudadana extranjera, sino española
(en una novela dirigida al público lector español); en segundo lugar, al final
de la obra no sólo no se produce ninguna reunión con un hombre, sino que
termina por abandonar a su familia demostrando, de esta forma, una nueva
manifestación de empoderamiento e independencia femenina. Daganzo-Cantens
define esto como “Adquisición de poder y autoridad discursivos” y en concreto
se refiere a cánones literarios típicamente masculinos dentro de la literatura
femenina (Daganzo-Cantens, 2011, p. 658).
La autora intenta, por otro lado,
construir un personaje femenino que, aunque rompiendo estos cánones, establezca
empatía con la mujer española contemporánea a la autora. Esto se ve en otras
obras también, aunque el mejor ejemplo se encuentre en El perseguidor donde una mujer rompe dichos esquemas, viaja sola y
al final se une en matrimonio con un hombre que es un compañero de viaje.
Daganzo-Cantens sostiene esta hipótesis, y habla de
“forjar una empatía con el oprimido” (Daganzo-Cantens,
2011, p. 658), y esta empatía tiene el objetivo preciso de “producir un
acercamiento de la audiencia femenina a los postulados reivindicativos que la
novela propone y, de esta forma, encauzar a las mujeres a concienciarse de la
necesidad de una reevaluación de la situación de inferioridad en la que se
encontraban” (Daganzo-Cantens, 2011, p. 658).
De hecho, Guadalupe es un personaje
que actúa activamente en la narración. La protagonista se encuentra
forzosamente sola ante la problemática de enfrentarse a un mundo desconocido, y
luchando contra viento y marea consigue sobrevivir en un país extranjero. El
sólo hecho de viajar sola establece un conflicto con un poder de tipo machista,
pues Carmen de Burgos presenta a un personaje que actúa como uno masculino, y
gana cierta independencia en sentido económico e ideológico. en dos sentidos, según Daganzo-Cantens (2011, p. 659):
La independencia
personal y la libertad adquirida de la protagonista es doble. Por un lado,
adquiere una libertad real ya que se aventura a viajar a un país para ella
desconocido en el que tiene que buscar, primero, el apoyo de sus parientes y
después, su independencia económica. Y en segundo
lugar, es una libertad simbólica porque representa su ruptura temporal con la
iglesia y la concienciación de su independencia personal.
A partir de esta concienciación
parece justo añadir un tercer elemento: la capacidad y la autodeterminación de
saber decir “no” también a la “vida mundana”, lo que comporta una situación
que, si en un primer momento presenta connotaciones negativas (estar sola, sin
la aceptación de su familia ni de su orden religiosa, incluso sin la
posibilidad de poder construirte un hogar) se transforman aquí en un elemento
que dota al personaje de un nuevo estado de libertad. La máscara de la vida
mundana que su tía Margarita le obliga a llevar, como la de La flor de la playa (1920) o la de la ya
citada Luna de miel, siempre es una máscara.
Enfrentarse a estas premisas es, siempre según Daganzo-Cantens, enfrentar el discurso patriarcal, aunque parezca
una de las premisas del discurso de la domesticidad (Daganzo-Cantens, 2011, p. 657). Encontramos precisamente en esto un nuevo punto de
contraste entre Guadalupe y Caridad: Guadalupe vuelve a México para no casarse,
su madre había huido de allí para casarse. El carácter de la joven es
sutilmente rebelde, su “sumisión” parece susceptible a una doble lectura de
corte feminista, y la primera la subraya Daganzo-Cantens
(2011, p. 660):
Carmen
de Burgos intenta mostrar a Guadalupe sumisa, obediente y acatadora como el
modelo que el discurso masculino impone a la mujer. Este hecho convierte a
Guadalupe en el símbolo de la pobre víctima de las circunstancias sin voluntad
de actuar ni decidir por sí misma su porvenir. Esta historia, que podría
situarse dentro de los cánones de la narrativa tradicional masculina, no es
sino una confrontación al poder establecido que intenta producir el efecto
contrario; es decir, se representan irónicamente los males que la sociedad
impone a la mujer: la dependencia económica y la sumisión a los preceptos de la
tradición masculina.
Podríamos también añadir que esta
novela muestra cómo cualquier mujer, incluso la más aparentemente sumisa y
caritativa, puede ser libre, sin necesariamente adherirse a ningún canon del
naciente feminismo, al cual la misma autora, además, no quiere pertenecer. Ella
misma intenta cortar cualquier imposición, y en sus novelas hemos visto cómo su
mensaje de independencia toma varias formas, desde el viajar sin renunciar al
amor, hasta el viajar totalmente sola. Carmen de Burgos parece añadir a su
“feminismo”, entonces, una nueva faceta: la de una mujer que viaja sola y
encuentra una nueva espiritualidad, sin imponerse límites, y demoliendo cada
nuevo canon u obligación que se pueda crear.
3. el dorado
trópico
Esta novela fue publicada en el 1930 en La Novela de Hoy, y consta de diez
capítulos. Ambientada en la isla de Cuba, y sobre todo en su capital, La
Habana, la acción nos sitúa ante dos hombres, Federico y Emilio, quienes tienen
la ocasión de viajar y visitar el entorno junto a Manuel, cronista de teatros
en el Diario de la isla. Federico
conoce a Mercedes, una bella mujer española famosa por engañar y aprovecharse
de hombres adinerados para enriquecerse y viajar, cambiando continuamente de
identidad. Los dos se enamoran y plantean un futuro juntos, sin embargo, a
partir del capítulo VI, Mercedes queda como la única protagonista de la novela:
ha sido abandonada por Federico y ha perdido su fama. En unas condiciones
económicas difíciles, intenta reconstruir sus amistades, pero se encuentra de
improviso sola y abandonada. Desesperada, se precipita en un abismo de
violencia y droga, hasta ser rescatada por un hombre chino, con quien acepta mantener
una relación de amante-criada para salir adelante. Habiendo escapado de una
situación de opresión y encontrándose de repente en otra, ya exasperada llega
al límite y mata al hombre.
3.1. El personaje de Mercedes: una parábola descendiente
La construcción y la trayectoria de
la mujer viajera de este cuento crece y se enriquece a medida que avanza la
narración.
Mercedes es una misteriosa viajera
que aparece en el hall
de un albergue en La Habana. Es “medio española, medio francesa” (p.23), ha nacido
en Sevilla y a la pregunta de Federico a Hidalgo sobre la razón que conducía
aquella joven a la Habana, la respuesta es “Bonita, ambiciosa, descontenta de
su vida mediocre” (p.24). Ha viajado mucho gracias no sólo a su inteligencia,
sino también a las múltiples identidades que hábilmente ha sabido llevar en
cada sitio visitado; tenemos pues otra mujer que, al viajar, lleva una máscara,
como Guadalupe de La misionera de
Teotihuacan. En este caso, la máscara es creada no por exigencias dictadas
por las circunstancias contingentes, sino que Mercedes se sirve de ella para
pagarse una vida de aventuras y lujos, junto a sus amores pasajeros.
Es una mujer elegante, deseada y
requerida en varios eventos públicos; su carácter frío y calculador contribuye
a la fascinación que provoca y a la idea de inaccesibilidad que aparenta. Es
tan rica como caritativa, lo cual enriquece su retrato y su influencia sobre
los que la rodean. Sus viajes la han
llevado hasta Cuba, donde está casada con el hombre más rico de la isla, quien
está tan orgulloso que la cubre de diamantes y la muestra en los ambientes
sociales más altos cual “escaparate en donde hace ostentación de su dinero”
(p.29) Así, entendemos un poco mejor el tipo de relaciones que establece
Mercedes con los diferentes hombres adinerados que frecuenta a lo largo del
recorrido de sus viajes: relaciones superficiales, donde hay un aprovechamiento
mutuo entre ambos amantes.
En el capítulo IV, cuando se dan las
excursiones en compañía de Hidalgo y Federico hacia el interior de la isla,
comienzan a revelarse algunos aspectos sobre su experiencia como viajera, así
como sus conocimientos de la isla de Cuba. Sus consideraciones y conocimiento
sobre el país hacen que Federico dude de las crueles anécdotas sobre ella, y que
se quede embelesado mirándola y escuchándola. En los primeros dos capítulos en
los que aparece ella (el III y el IV) no tenemos una verdadera evolución del
personaje ni de la relación que le une a Federico.
Una gran elipsis marca el pasaje
entre el cuarto y el quinto capítulo: descubrimos que Mercedes y Federico han
empezado una relación amorosa.
El lector aprecia un cambio
repentino en la idea que se había hecho de Mercedes: ahora es caracterizada por
una docilidad que deja espacio a la tiranía y a los celos de Federico. Además,
sufre por la pérdida de su carácter joven e inconsciente, aunque siga
sintiéndose “unida a él por aquella nota de ternura y de respeto que no había
encontrado en ninguno de sus enamorados” (p.35). Tenemos otra vez una relación que,
en las novelas de Carmen de Burgos es “siempre conflictiva” (Imboden, 2001, p. 234), pues el carácter libre y abierto de
Mercedes choca con Federico y su ser celoso y posesivo. La autora parece
aprovechar de la relación de tipo conflictivo que une a los dos personajes para
tratar aquellos aspectos que el hombre medio español exige de su mujer: la
docilidad ante la sumisión total hacia el marido y la aceptación de una
posición económica que la hace dependiente, siendo él el encargado de
mantenerla y administrar el dinero; de hecho, con relación a esto último, vemos
cómo Mercedes sigue con sus costosas compras, escondiéndolas o mintiendo sobre
su precio.
Un personaje que aparece en la parte
final del capítulo, Fernando, hombre rico e influyente, pone a la mujer delante
de una decisión radical: o sigue con su vida, o se casa y renuncia a ella del
todo, entregándose totalmente a su nueva existencia de mujer casada. La
trayectoria ascendente de Mercedes –mujer joven, bella, rica y viajera– parece
haber terminado totalmente.
Otra nueva elipsis temporal abre el
siguiente capítulo, en el cual encontramos otro sorprendente y repentino cambio
en la vida de Mercedes: ahora está sola, buscando compañía y ayuda entre sus
conocidos, sin encontrarla, sabiéndose víctima de aquella superficialidad que
siempre mantuvo en sus anteriores relaciones, que ahora se ha volcado en su
contra. Descubrimos, además, la dinámica más en boga en Cuba: las mujeres
jóvenes y guapas son tratadas como una prenda, utilizadas y dejadas cuándo están
viejas y pasadas de moda. Mercedes ha pasado precisamente por esta etapa, pues
“había dejado de ser “novedad” y tenía que ceder el paso a otras bellezas de
las que llegaban en aquellos barcos, que conducían mujeres sin rumbo de todas
partes del mundo. (p.45)”.
El lector nota que los viajes que
siempre ha emprendido Mercedes y que la han llevado a Cuba le han servido como
escenario para cambiarse de máscara e interpretar un nuevo papel que le
permitiese seguir utilizando a los hombres para obtener lujo y fama: haciendo
de sus relaciones objetos, se ha hecho ella misma un producto de su conducta.
La autora parece sostener que su misma libertad se ha volcado en su contra, aún
más en una ciudad vivaz y excitante donde la vida corre rápida y no se detiene
en las personas como seres enteros y dotados de sentimientos. Mercedes termina
por ser identificada por los mismos diamantes que mostraba en los eventos
mundanos, y que va poco a poco vendiendo:
Las joyas no sólo no se renovaban, sino que disminuían.
Se iban perdiendo en las casas de préstamos. [...] No se ha estudiado bien la
importancia del brillante en relación con la mujer. Tenía algo de “piedra de
pecado” enemiga de la virtud, algo de “ascua del infierno”, como decían los que
predicaban contra el lujo. Pero lo cierto era que los brillantes ayudaban a su
dueña para excitar los deseos amorosos. Parecía que poseían a la vez la mujer y
sus brillantes. Estos la avaloraban, la hacían su don más rico. (p.45)
Vemos pues cómo Mercedes sufre un
abandono progresivo y un alejamiento de la sociedad, que la obliga a recurrir a
la venta de drogas como único medio de supervivencia. Termina en riñas, en la
cárcel, y ya al padecer la violencia encuentra el punto más bajo de su
existencia; es la primera vez que asistimos a un cambio tan radical, rápido y
que lleva a la mujer a una situación tan lejana a la inicial en las novelas de
Carmen de Burgos. Sobre todo, vemos de forma directa y tajante las dramáticas
consecuencias de su carácter libertino y no “tradicional”.
En la casa de la madre de Felipe
encuentra un personaje que es el espejo de su situación, lo que despertará la
piedad de la protagonista: Fernanda es la joven hermana de Felipe, que ha
enloquecido por sus continuos fracasos amorosos y por el continuo abandono por
parte de todos aquellos hombres que, en aquel clima de ilusoria felicidad,
persiguen siempre a la “novedad”.
Es en una casa de acogida para
mujeres, la “Casa de Hijas de España”, donde la protagonista encuentra por fin
algo de reposo, pero pronto “con la salud y el descanso nació el tedio” (p.53).
Aquí la mujer, que ya no tiene que luchar contra la miseria y la pobreza,
experimenta la falta de libertad y la depresión, aunque su pasado de mujer
libre le hace nacer otra vez el anhelo de andar por las calles libremente. Ser
víctima de episodios de vejaciones y malos tratos por parte de sus compañeras
de infortunio es la última desafortunada circunstancia que está dispuesta a
sufrir en este sitio: con un permiso especial sale del asilo para no regresar
jamás.
El barrio chino supone para ella la
ocasión de experimentar una nueva faceta de su desafortunado viaje a Cuba:
nunca ha visitado este barrio de la ciudad, en el cual tiene también la ocasión
de asistir a un espectáculo de teatro. El lector tiene la percepción de que
Mercedes se encuentre en una fase de “regeneración”, sin embargo, cuando un
hombre chino la invita a cenar y luego a entrar a su casa, aparece otra vez la
palabra clave –derivada del adjetivo “dócil”– que
había marcado el principio de su caída, con otro hombre. Como Guadalupe en La misionera de Teotihuacan, Mercedes ve
por escenas las últimas infaustas circunstancias que la han llevado ahí, y
sigue al hombre sin protestar: “Paon-Ling-Su la
condujo hasta allí. Mercedes sintió el impulso de resistir... Recordó la casa
de Felipe…, el grito de la loca…, el asilo…, y lo siguió dócilmente” (p.60).
Tras empezar a trabajar para el
chino, que la usa como amante o criada, según le convenga, la obsesión por
volver a Europa se apodera finalmente de ella, viendo todos sus objetivos y
ambiciones de sus viajes fracasados: la vuelta a casa es necesaria para no
enloquecer. Su parábola descendiente termina con un clímax ascendente de
tensión que se manifiesta con el homicidio de Paon-Ling
tras el intento de robarle el dinero necesario para comprarse el billete. Ha
tenido lugar la definitiva escisión de su ser en lo que fue y en lo que es,
pues matando al chino se ha matado a sí misma como objeto subordinado y
dependiente de ese hombre: “le parecía que se habían abierto ante ella las
puertas de la eternidad: como si, cumplida la fatal trayectoria en la vida, se
acabase de suicidar (p.64)”.
No sabemos qué será de Mercedes,
pero ha acabado con la esclavitud empezada desde sus primeros momentos en Cuba:
la de los hombres que la quieren sujeta no ya por su inteligencia o belleza,
sino por sus propios intereses. Mercedes ha sido protagonista de una novela
basada en los contrastes: el paisaje la ha envuelto en su ensueño y su engaño,
ha elegido entre la libertad y casarse, equivocándose y sufriendo el abandono;
seguridad (en el asilo) y la huida en la total incertidumbre; quedarse e irse a
Europa, la vida y la muerte… la locura que habíamos apreciado en el personaje
de Fernanda, que podemos entender en estas circunstancias como un
personaje-espejo en relación a la protagonista, se ha apoderado de ella y ha
acabado por anular su identidad.
La bella, misteriosa y libre
Mercedes parece uno de aquellos personajes femeninos de dudosa moralidad por
medio de los cuales la autora se enfrenta a la “persistente polarización de la
mujer como ángel y demonio”, aun sin ni rechazar esta dicotomía ni proponer
alternativas o superarlas, sino que se “limita” a mostrar sus efectos nocivos (Cibreiro, 2005, p. 58). Como tipología de personaje
femenino teorizado por Establier Pérez, parece ser
una “envenenada por el arte” que, como Alina de La indecisa (1912) y Soledad de Senderos
de vida (1908), sufren las nefastas consecuencias de sus vidas de arte y
disipación, a pesar de tener también los rasgos de la “señorita” ingenua y de
clase media que demuestra no tener los instrumentos culturales y educativos
para enfrentarse a una sociedad patriarcal (Establier
Pérez, 2000, pp. 72-79). Por eso y
también por sus caracteres “varoniles” en lo que atañe a las relaciones, sufre
el abandono progresivo de la sociedad, lo cual la lleva a una degeneración
física y espiritual que nos sugerirían una identificación también con las
“degeneradas”.[7]
Manera (2020, p. 223), subraya cómo el personaje de Mercedes, teniendo que
elegir entre dos estilos de vida opuestos (hogar o viaje, matrimonio o amantes)
representa el choque entre el modelo de mujer tradicional y
estereotipado y un nuevo modelo de mujer moderna todavía no definido, que
atestigua, junto con otras heroínas de la autora, la gran dificultad en la
evolución de la condición de la mujer.[8]
3.2. Cuba: la tierra de las ilusiones
El dorado trópico es un recorrido por la isla de Cuba que
empieza por la capital, La Habana. Los primeros personajes no contemplan la
presencia de Mercedes, sin embargo, se presentan como una preparación, una
introducción de lo que es la vida en la capital. Su pronta identificación con
una mujer nos sitúa ya en lo que será el eje de la novela: el tratamiento de
las mujeres por parte de los hombres, influenciado por el clima sensual de la
isla: “La Habana tiene un encanto blando, lánguido, de mujer rubia –dijo Federico.
–No– respondió
Emilio–; de mujer mulata. Si yo tuviera que pintar la
sensualidad le pondría cara de mulata.” (p.3) Hay, además, en estos primeros
capítulos, una atención especial hacia las mujeres cubanas, mulatas, ágiles y
ligeras, con dientes blancos y trajes coloreados. La descripción del lugar sigue con una
observación más profunda de la gente y de las diversiones que caracterizan la
vida social, cómplices probablemente de la actitud desenfrenada y licenciosa de
sus habitantes o visitantes: “aquí en la Habana hay mucho relajo” (p.8). Cuba
se presenta sobre todo como una tierra de contrastes culturales: se nota mucho
la influencia estadounidense –sobre todo en los bienes de lujo como los automóviles– que choca con la cultura africana y el
sincretismo creado con la religión católica, causa de varias supersticiones, lo
cual añade a la novela un toque sobrenatural. El último elemento de contraste
es el carácter de los cubanos: es alegre sin exceso, y contrasta con los
estadounidenses, pues, según dice Federico, “son ellos que dan aquí el mal
ejemplo” (p.36).
Por lo que se refiere estrictamente
a los espacios vividos por la viajera, sabemos que ha viajado por toda
Latinoamérica y ha cambiado muchas veces de identidad; en Cuba, la evolución de
la protagonista, o mejor dicho, la involución, tiene que ver con los lugares
que paso a paso frecuenta: antes, los salones más exclusivos, después de su
historia con Federico y el abandono progresivo de todos sus conocidos, empieza
su parábola descendente hacia lugares como locales nocturnos, cárceles, la casa
de un amigo (frecuentada por una mujer enloquecida), la casa de acogida, hasta
el barrio marginal chino, donde tendrá lugar el punto más bajo y el desenlace
de la novela: el homicidio de su compañero Paon-Ling.
4. conclusiones
A lo largo de este trabajo
pretendimos interpretar dos novelas cortas de Carmen de Burgos centrándonos en
temas concretos, o sea viaje y modernidad, pasando por la temática de la
identidad en las protagonistas. Las protagonistas de estas dos novelas –pese a
sus diferentes trayectorias vitales y a sus diferentes desenlaces– sugieren
reflexiones sobre la modernidad muy parecidas.
Así como el viaje ha sido de vital
importancia para la autora y el desarrollo de su obra y reflexiones, también en
estos relatos parece jugar un papel importante, puesto que crea para las
protagonistas unas circunstancias reveladoras para poner en marcha un cambio
radical en su vida. Analizando el tratamiento del espacio explorado por ellas
pretendimos analizar los matices de su cambio y de su desarrollo.
Guadalupe y Mercedes emprenden un
viaje ocultando su identidad bien para preservar el objetivo del viaje y
protegerse de algunas circunstancias sociales o económicas, bien para obtener
ventajas. Por un lado, jugar con la identidad –utilizar la “máscara”– es la
condición necesaria para permitir a estas mujeres cruzar los límites de su
existencia para explorar nuevos mundos, nuevos estilos de vida y, sobre todo,
experimentar diferentes aspectos de la modernidad; por el otro, sin embargo,
vemos cómo en ambas novelas las protagonistas tienen que enfrentarse con las
consecuencias contradictorias y dramáticas de la vida “mundana”. El contacto e
identificación con otros personajes, tanto autóctonos como extranjeros, además,
les dan la oportunidad de reflexionar sobre su condición anterior y actual.
Aquí se encuentra el importante papel del viaje: las dos protagonistas se
encuentran en un espacio desconocido que propicia su cambio, que hace que las
mujeres cuestionen su propia identidad y que ésta sufra un cambio importante.
Las
dos protagonistas nos ofrecen dos posturas, dos puntos de vista ante la
modernidad que podríamos definir como “complementarias”: una intenta rechazar
la mundanidad y la “modernidad” (aunque está obligada a vivirla de alguna forma
y a observarla en otras mujeres); la otra, en cambio, la desea, la vive con
plenitud y paga las consecuencias de ella, llegando a ser el personaje
“inquietante” fruto de la ruptura de la polarización “mujer angelical o
demonio” de la que hablaba Cibreiro (2005, p.58). El
estilo de vida moderno que presenta la sociedad descrita en los relatos parece
hacer resaltar los aspectos más superficiales de una mujer, y como la mujer
viene a menudo identificada con la moda del tiempo. En las dos novelas, en
particular la segunda, se nota como la sociedad la trata como prenda de vestir,
para ser usada y abandonada cuando está vieja o pasada de moda. La autora
parece dejar claro que si el sistema de valores
tradicional “somete” a la mujer, las dinámicas de la modernidad de principios
de siglo a menudo la devalúan, la degradan y no permiten que una mujer pueda
ser independiente y a la vez respetada, lo cual pasa –por el contrario– con
los hombres. El amor, elemento siempre presente en la narrativa de la autora,
resulta aquí también conflictivo y la postura de los hombres ante las mujeres
confirman lo afirmado anteriormente.
A través de la experiencia como
viajeras de Guadalupe y Mercedes, la autora parece, por un lado, hacer una
sutil crítica a la superficialidad de las costumbres modernas, a menudo
caracterizadas por el exceso y la ostentación en detrimento de las mujeres, relegadas
a objetos de lujo. Por el otro, parece dar una severa reprimenda a la sociedad,
que hace que la mujer que renuncia a aquella mínima base
de valores “tradicionales”, como el hogar y la familia, esté destinada
a enfrentarse a consecuencias nefastas para su vida.[9] En estas dos novelas, de hecho, podemos observar cómo las
mujeres siempre son víctimas de sí mismas y de sus elecciones y deben luchar
por su libertad e independencia. Por lo tanto, estos dos relatos parecen volver
a confirmar la necesidad de un nuevo sistema de valores que no esté
necesariamente en las antípodas de la tradición y que vea a las mujeres como
creadoras asertivas de su independencia y no víctimas del vórtice de los
rápidos cambios que están llevando la sociedad a la modernidad.
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[1] Carmen de
Burgos (1867-1932) nace en la ciudad andaluza de Almería, en el seno de una
familia acomodada. Se casa muy joven con un hombre de veleidades poéticas que
la introduce en el mundo del periodismo. Después de perder a varios hijos, se
separa y huye a Madrid con su hija María para completar su formación de
Magisterio en la Escuela Normal Superior. Allí empieza a colaborar con el
periódico Diario Universal, en el
cual se le conoce con el seudónimo de “Colombine” y se convierte en la primera
periodista española. Trabaja también como escritora y empieza a desarrollar su
posicionamiento a favor de por la reivindicación de los derechos de la mujer,
siendo uno de ellos el derecho a voto. En el verano de 1909 se convierte también
en la primera mujer corresponsal de guerra, enviando sus artículos sobre la
Guerra del Rif al Heraldo de Madrid.
Su obra cuenta con novelas largas, cortas, cuentos, libros de viajes, de
entrevistas y de manuales divulgativos. Sobre su biografía existen varios
trabajos, entre los cuales los de Castañeda (1994), Utrera (1998), Bravo Cela
(2003), Castillo Martín (2003), Concepción Núñez Rey (2005), Sevillano
Miralles y Segura Fernández (2009).
[2] En lo que
a atañe a su dedicación por los derechos femeninos, se recuerda la fundación de
la Cruzada de Mujeres Españolas y su cargo como presidenta de Liga
Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas (sobre el feminismo de la
autora véase Starcevic, 1976; Establier Pérez, 2000; Louis, 2005). Además, ya
se ha investigado sobre como los viajes han tenido un papel decisivo en la
evolución de su pensamiento y de su creación literaria (Pozzi, 1999; Navarro
Domínguez, 2007; Daganzo-Cantens, 2010).
[3] El
volumen publicado en 2018, Carmen de
Burgos, Colombine: Periodista Universal recoge numerosos artículos sobre
ellas, precedidos por el comentario de Concepción Núñez Rey, a quien se debe el
estudio y la edición. Véase
bibliografía.
[4] “Burgos seems to deploy ironically alternative sexual
relationships to address modern social concerns” en Johnson, Roberta (2001):
«Carmen de Burgos and the spanish modernism». South
Central Review, Vol. 18, No. 1/2, Spain Modern and
Postmodern at the Millenium.
[5] “En 1926
cuando se publicó el cuento, acababa de terminar la última etapa de la
Revolución mexicana en contra del gobierno de Porfirio Díaz. Pancho Villa y
Emiliano Zapata comenzaron una revolución social que abogaba por las reformas
agrarias, la justicia social y la educación. Las revueltas culminaron con la
creación de la constitución mexicana de corte liberal y social de 1917. Es
posible que la referencia de Carmen de Burgos al hecho de que las monjas se
despojen de sus hábitos, se deba a que esta constitución promovía la educación
laica y la libertad de cultos y en algunas capas de la alta sociedad mexicana
se entendiera como una reacción anticatólica” (Daganzo-Cantens, 2011, p.657)
También Marta Portal avanza esta hipótesis: “Se refiere a la repercusión política
que en ese momento podían tener los hábitos religiosos, ya que el artículo 24
de la Constitución Mexicana –desde los años de la posrevolución–, prohibía
cualquier manifestación externa de culto” (Portal, 2010, p.97)
[6] Esta
reflexión resulta interesante a la luz de la visión de la moda que Carmen de
Burgos muestra en La mujer moderna y sus
derechos (1927) y en otras obras ensayísticas. Ana María Díaz-Marcos la
analiza en «“La mujer moderna” de
Carmen de Burgos: feminismo, moda y cultura femenina», Letras Femeninas, Vol. 35, No. 2 (Invierno 2009), pp. 113-132.
[7] Podemos
ver también en esta protagonista, como en la de Quiero vivir mi vida, los caracteres de la intersexualidad teorizadas
por Gregorio Marañón (Establier Pérez, 2000, p.126).
[8] “Se negli scritti
teorici Carmen de Burgos difende idee femministe liberanti, nella pratica
letteraria anche le sue protagoniste più progredite non sono ancora davvero
liberate e testimoniano la grande difficoltà e confusione del cambiamento che
pure era in atto (e che per la Spagna verrà bloccato dalla dittatura
franchista)” (Manera, 2020, p. 223).
[9] También Establier Pérez (2000, pp. 90-91) reflexiona sobre este aspecto, pero observándolo en las mujeres artistas de dos novelas de Carmen de Burgos. Establier afirma en particular que “[de Burgos] critica duramente las dificultades de éstas para compaginar en la vida profesional y personal lo que los hombres tuvieron de hecho y de derecho” y subraya la crítica de la escritora hacia los hombres, quienes resultan “no preparados para asumir [...] que esos animalillos domésticos sin personalidad [....] comienzan de hecho a brillar públicamente con luz propia”.