LOS RIESGOS DE LA MASCULINIDAD: REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA DE LA
VIOLENCIA MASCULINA Y SU PREVENCIÓN EN CONTEXTOS EDUCATIVOS
THE RISKS OF MASCULINITY: LITERATURE REVIEW OF MALE
VIOLENCE AND ITS PREVENTION IN EDUCATIONAL CONTEXTS O RISCO
OS RISCOS DA MASCULINIDADE:
UMA REVISÃO DA LITERATURA SOBRE A VIOLÊNCIA MASCULINA E SUA PREVENÇÃO EM
CONTEXTOS EDUCACIONAIS
Fran Coveña Mejías
Fabiana Paz Alejandra Sánchez Contreras
Universidad Austral de Chile
Resumen
La violencia es interseccional a la
raza, la identidad sexual, al sexo, la edad, la educación y la clase
socioeconómica, y es asociada principalmente al género masculino. Esta
violencia afecta directamente a las mujeres, en menor medida a las personas de diversas
orientaciones e identidades de género-sexuales disidentes, y en mayor proporción, a los hombres. Esta investigación
tiene como objetivo describir, a través de una
revisión bibliográfica narrativa, datos y reflexiones provenientes de
diferentes fuentes institucionales chilenas y académicas sobre la masculinidad
como un factor de riesgo para la violencia de género ejercida por los hombres.
Hemos agregado encuestas e informes institucionales como el Centro de Estudios
y Análisis del Delito (2020), y el Informe Anual de Derechos Humanos de la
Diversidad Sexual y de Género en Chile, Hechos 2018 del Movimiento de
Integración y Liberación Homosexual (Movilh, 2018).
Finalmente, las implicancias de la violencia masculina como factor de riesgo se
enlazan al contexto de la prevención de la violencia en educación.
Palabras
clave:
Violencia de género, factor de riesgo, prevención, educación
Abstract
Violence is intersectional to race,
sexual identity, sex, age, education and socioeconomic
class, and is primarily associated with the male gender. This violence directly
affects women, to a lesser extent people of diverse orientations and
gender-diverse sexual-sexual identities, and to a greater extent, men. This
research aims to describe, through a narrative literature review, data and reflections from different Chilean institutional
and academic sources on masculinity as a risk factor for gender-based violence
carried out o performed by men. Surveys and institutional reports such as Centro de Estudios and Análisis del Delito (2020),
and the Informe Anual de Derechos Humanos de la
Diversidad Sexual y de Género en Chile, Hechos 2018 of
the Movimiento de Integración y Liberación Homosexual
(Movilh, 2018) have been added. Finally, the implications of male violence as a risk factor are linked
to the context of violence prevention in education.
Keywords: Gender-based violence, risk
factor, prevention, education
Resumo
A violência
é intersetorial à raça, identidade sexual, sexo, idade, educação e classe sócio-econômica, e está
principalmente associada ao gênero masculino. Esta violência afeta diretamente
as mulheres, em menor grau, as pessoas de diversas orientações de gênero e
identidades sexuais diversificadas, e, em maior grau, os homens. Esta pesquisa
visa descrever, através de uma revisão narrativa da literatura, dados e
reflexões de diferentes fontes institucionais e acadêmicas chilenas sobre a
masculinidade como fator de risco para a violência de gênero perpetrada por
homens. Acrescentamos pesquisas e relatórios institucionais como o Centro de Estudios y Análisis del Delito (2020) e o Informe Anual de Derechos
Humanos de la Diversidad
Sexual y de Género en Chile, Hechos
2018 do Movimiento de Integración
y Liberación Homosexual (Movilh,
2018). Finalmente, as implicações da violência masculina como um fator de risco
estão ligadas ao contexto de prevenção da violência na educação.
Palavras-chave: Violência
de gênero, fator de risco, prevenção,
educação
1. La violencia y el riesgo de la
masculinidad
El concepto de violencia
para Hannah Arendt (2006) implica siempre la negación de lo otro. Del otro, la
otra u otrx[1]. Este
desencuentro entre personas puede acabar en una tragedia cuando la violencia
atenta contra la vida. La violencia es un fenómeno simbólico y físico producido
por una psicología de demostraciones, intenciones y/o hechos de dominación. La
investigación de Claudia Perlo (2013) relaciona esta violencia al deseo y la
voluntad de dominar expresado en descalificaciones, críticas destructivas,
tendencias autodestructivas, intolerancia, discriminación, exclusión, abandono,
control, maltrato, acoso, abuso y asesinatos. Este fenómeno ha desarrollado un
malestar cultural situado en el macrocontexto
capitalista que establece al individuo en un mundo productivo, un mundo en que lxs sujetxs son sujetxs de rendimiento (Han, 2010; del Valle, 2021). Así,
la violencia masculina[2]
desarrolla prácticas que provocan el malestar cultural reproducido en contextos
individuales, sociales, educativos, culturales y políticos. Las agresiones de
civiles, asesinatos, atropellos policiales, de discriminación laboral y todos
los hechos que se constituyen en un tipo de violencia son perpetradas en su
gran mayoría por hombres (Fiscalía, 2020; Estudios
de la OCDE sobre Salud Pública: Chile hacia un futuro más sano evaluación y
recomendaciones [OCDE], 2019; Instituto Nacional de Estadística [INE],
2019, 2014; Centro de Estudios y
Análisis del Delito [CEAD], 2020, 2017; Movimiento de Integración y Liberación
Homosexual [Movilh], 2018; Encuesta Nacional de Salud
2016-2017 [ENS], 2017; Keijzer, 1997; Gendarmería de
Chile, 2015; Luzon y Ramos, 2012; Connell, 1995).
Afines de los años
50´, el pedagogo, psicólogo y filósofo John Dewey (en Perlo, 2013), señala que
la violencia se enseña en los procesos de socialización que se promueven en
contextos particulares, entre ellos el educativo, y reproducen en la
interacción social sistemas competitivos y de rendimiento en la enseñanza y el
aprendizaje (Perlo, 2013). De esta manera, la violencia masculina se ha
convertido en un malestar cultural que se ha reproducido en los contextos
educativos (del Valle, 2021). La realidad de las escuelas en Chile no es ajena
debido al sistema neoliberal de competencia que predomina en las aulas, sistema
que se conjuga con las prácticas patriarcales (Alarcón et al., 2014).
La violencia también
se expresa simbólicamente. Puede ser sutil, silenciosa y estar naturalizada en
nuestra percepción, y, por ende, reproducida en las interacciones sociales del
ámbito educativo. La violencia atenta contra nosotras,
nosotros mismos y lxs demás, e influye en la salud mental, o
en la posibilidad de cometer delitos “accidentales”. La violencia simbólica
puede ser definida también en comportamientos o actitudes emocionales, de
negación del otro, la otra u otrx como legítimo
(Maturana, 1999) individuo de derecho. La violencia es un comportamiento
motivado por el miedo, el enojo, la desconfianza, la intolerancia y la
opresión. Sin embargo, existe una
violencia premeditada, calculada, que de simbólica pasa a ser material,
corporal (Butler, 1993).
El género es un concepto que no podemos dejar de
caracterizar ya que las discusiones sobre las categorías de sexo y género
tienen múltiples matices. Por género entenderemos una serie de atributos y
funciones construidos social y culturalmente y que le son adjudicados a los
sexos para justificar diferencias y relaciones de opresión entre los mismos
(Levy, 1996; Kabeer, 1997). Sin embargo, el género no
es una tipología o un concepto que refiere a caracterizaciones estáticas sino a
un proceso que actúa desde un
mecanismo de interiorización que se desarrolla a través de los procesos de
socialización, en las formas en que nos representamos, valoramos y actuamos en
el mundo (Keijzer, 1997). Bien señala Carmen Sáez que
este proceso no ocurre sólo en la
infancia sino durante toda la vida (1990). Por ejemplo, hoy por hoy, son las
distintas redes sociales las que juegan un papel fundamental, según el caso,
para promover el cambio o para frenar o impedir la violencia de género en las distintas
etapas de la vida.
De
acuerdo a la antropología feminista (Lerner, 1990; Rosaldo, 1979; Lagarde, 2011; Rodrigañez,
2006) las culturas patriarcales comienzan su desarrollo cuando establecen una
relación particular de dominación en la diferenciación y subordinación de las
sexualidades. Las mujeres aparecen así en su definición contraria al hombre,
contraria a lo que el hombre “es”. En estas investigaciones antropológicas se
afirma que la apropiación reproductiva y sexual
de las mujeres es anterior a la propiedad privada que se basa en el uso de
dichas capacidades como mercancía. Así, en una dialéctica entre dominación,
códigos jurídicos e institucionalizaciones, el género se convierte en norma
legítima y normaliza la subordinación (Lerner, 1990; Lagarde, 2011; Rodrigañez, 2006). Así, la
diversidad humana se articuló sobre la idea de que existen solo dos géneros hegemónicos,
lo masculino y lo femenino.[3]
La masculinidad se ha construido desde una
manifestación común y repetitiva en la conducta de los varones asociada al
ejercicio de la violencia. Por otra parte, la femineidad se ha definido debido
a la conducta de las mujeres asociada a la pasividad, el hogar y los cuidados. En
el contexto de los factores de riesgo, los varones
expresan sus deseos, necesidades, emociones y proyecciones en tendencias
(auto)destructivas que implican un riesgo para la sociedad en tanto atenta contra
las personas que componen el núcleo social, mientras que, por otra parte, las mujeres
se ubican en el lugar de la subordinación y reciben la expresión de dominación y
violencia de parte de los hombres.
El objetivo de la investigación es identificar datos y
reflexiones provenientes de diferentes fuentes institucionales chilenas y
académicas sobre la masculinidad como un factor de riesgo para la violencia de
género. Para ello se utilizó la metodología de la revisión narrativa que “se
define como un estudio bibliográfico en el que se recopila, analiza, sintetiza
y discute la información publicada sobre un tema, que puede incluir un examen
crítico del estado de los conocimientos reportados en la literatura” (Fortich, 2013, 1). Para desarrollar esta investigación enfatizamos
en la búsqueda bibliográfica los riesgos de la masculinidad asociados a tres
contextos (Kaufman, 2001, 1997, 1989 y De Keijzer,
1997). En primer lugar, el riesgo de la masculinidad para las mujeres y otrxs (principalmente diversidades y disidencias
sexo-genéricas) contextualiza el problema de la masculinidad hegemónica
asociada a la violencia de género. Este contexto se complementa con las
evidencias registradas, principalmente, por los últimos informes emitidos
respecto al tema en Chile de la Subsecretaría de Prevención del Delito, Centro
de Estudios y Análisis del Delito (CEAD, 2020) y el Informe Anual de Derechos
Humanos de la Diversidad Sexual y de Género en Chile, Hechos 2018 (Movilh, 2018). En segundo lugar, el registro bibliográfico
se enfatizó en el riesgo de la masculinidad hacia los propios hombres desplegando
la visibilización de los factores de riesgo que
implica la violencia masculina que presenta hacia su propio género. Y, en
tercer lugar, la masculinidad como factor de riesgo hacía sí
mismo se caracteriza a través de la revisión de informes institucionales tales
como CEAD (2020), la Encuesta Nacional de Salud 2016-2017 (ENS, 2017), del
Instituto Nacional de Estadística (INE, 2017) y la Situación Actual de la Salud
del Hombre en Chile (SSP, 2011), entre otros. Estos contextos se utilizan como
base para el tercer apartado titulado El
riesgo de la masculinidad en la educación y su prevención donde se presenta
una revisión bibliográfica en relación a las implicancias
de la violencia masculina como factor de riesgo en el contexto de la violencia
en educación. Finalmente, en el apartado de las conclusiones presentamos una
síntesis de los hallazgos y nos permitimos reflexionar sobre ellos para
continuar con este debate aún no concluido.
2. Los riesgos de la masculinidad
2.1.
El riesgo de la masculinidad para mujeres y otrxs
En los estudios sobre
masculinidades, el modelo de masculinidad hegemónica o dominante ha sido
reconceptualizado y puesto en crisis gracias a las ideas de feministas y
pensadores del dispositivo sexo-género (Lerner, 1990; Butler, 1993; Connell,
1995). Ello propició un avance importante en los estudios y prácticas sobre las
masculinidades (Olavarría y Parrini, 2000). Los
movimientos feministas identificaron el modelo de dominación y opresión que han
ejercido los hombres en los tratos injustos de desvalorización y dominación
sobre el cuerpo de las personas identificadas como femeninas, y complejizaron
las representaciones de la masculinidad hegemónica (Villarreal, 2001; Segato, 2003; Mella, 2016). Según estas investigadoras,
fueron las feministas quienes realizaron un análisis sobre el rol que cumple el
varón en el trabajo, el hogar, en el poder y la violencia. Así, la masculinidad
hegemónica fue descrita por tipos de patrones y estereotipos que se repetían
como conductas sexistas y misóginas.
Con el paso del tiempo,
la masculinidad hegemónica no sólo era un modelo, sino un concepto que se
refiere a psicologías, conductas múltiples y dinámicas en que se expresa el
poder. La masculinidad hegemónica es mutable, se camufla en cada contexto en
distintas expresiones o características que dan forma a esa masculinidad
dominante. Sin embargo, la preocupación fundamental asociada a la masculinidad
hegemónica recae en la expresión que ella hace de la violencia y que trae
consigo un riesgo latente: un riesgo para las mujeres y otras identidades de
género y sexuales (Connell, 1995).
La conceptualización
de la violencia que ha sido sistematizada en el trabajo de Michael Kaufman (2001,
1997, 1989) logra determinar el lugar donde el varón coloca en riesgo a otras
personas y a sí mismo. Kaufman (1989) señala que el riesgo hacia mujeres, niñas y niños es una problemática relevante para señalar,
reparar y prevenir. Por ejemplo, la violencia doméstica creciente es considerada
un problema de salud pública en cada vez más países y ámbitos. Esto ocurre,
según Virginia Goldner (1990) y Rita Segato (2003), porque el hombre es más violento cuando
siente su masculinidad cuestionada y recurre a la violencia como mecanismo para
“restablecer” las relaciones de género determinadas en la familia.
En el campo sexual
podemos decir que la masculinidad ha sido modelizada por la cosificación de la
mujer, y ahora, inducida y fomentada por la pornografía (Alario,
2019). La sexualidad masculina hegemónica aparece allí donde no hay lugar de
encuentro sino ejercicios de poder y de afirmación de una masculinidad
asegurada en la potencia y el volumen genital; coitocentrismo
y falocentrismo. Sin embargo, esto lleva no solo a relaciones sexuales poco
placenteras y lineales en muchas parejas, sino que abre la problemática del
abuso, el hostigamiento sexual y la violación (Segato,
2003). Otro de estos problemas es la falta de participación en la
anticoncepción y el embarazo impuesto a la pareja: sacándose el condón o
pidiéndolo[4],
para conseguir una nacionalidad como inmigrante o como amarre al comienzo de su
autodeterminación e independencia. Los varones tienen poca consciencia de estas
agresiones y no luchan contra ellas hasta que no le acontece a alguna mujer en
su familia. Hasta que eso no suceda, la mayoría de los hombres se refugian en
el silencio de la complicidad masculina (Keijzer,
1997).
En Chile, el varón
como factor de riesgo es un hecho ratificado por múltiples estudios como las
estadísticas y análisis de la Subsecretaría de Prevención del Delito, el Centro
de Estudios, Análisis del Delito (CEAD, 2020) y el Informe Anual de Derechos
Humanos de la Diversidad Sexual y de Género en Chile, Hechos 2018 (Movilh, 2018).
Según la
Subsecretaría de Prevención del Delito (CEAD, 2020) las violaciones, abusos sexuales
y violencia intrafamiliar (VIF) ocurridas en Chile el año 2019 tienen las
siguientes cifras según la diferenciación de sexos:
Tabla
1 - Delitos
en violencia de género año 2019, Chile
|
Mujeres |
Hombres |
Otrxs |
Fueron violadxs |
2.241 |
299 |
Sin datos |
Victimarixs de violaciones |
28 |
1050 |
Sin datos |
Víctimas de abusos sexuales |
7.543 |
1.117 |
Sin datos |
Victimarixs de abusos sexuales |
148 |
3.508 |
Sin datos |
Acusaciones de VIF |
87.938 |
4.489 |
Sin datos |
Victimarixs de VIF |
8.237 |
56.646 |
Sin datos |
Nota: Elaboración propia a partir de
los datos de CEAD (2020). La Tabla 1 tiene los números de delitos registrados
el año 2019 en Chile. Se diferencian mujeres, hombres y otrxs.
Estos últimos se presentan sin datos en esta tabla. Se diferencian en los delitos
víctimas y victimarios.
El estudio de la
Subsecretaría de Prevención del Delito (CEAD, 2017) realizado a través de la
encuesta nacional de violencia intrafamiliar contra la mujer y delitos sexuales
determina que entre las mujeres víctimas de violencia sexual y física hay una
mayor proporción de “alta dependencia económica” respecto a las no víctimas.
Además, se menciona que en relación a la violencia en
general, psicológica, física y sexual, hay una mayor proporción de “bajo nivel
de redes de apoyo”.
En este estudio (CEAD,
2017) el uso de la violencia se concentra en mayor porcentaje en el contexto
intrafamiliar, seguido del espacio público, del ámbito educativo y el ámbito
laboral (38%, 25%, 15% y 10% respectivamente). En el ámbito educativo las
principales expresiones de violencia son ignorar, menospreciar, subestimar o
denigrar por ser mujer, tomar represalias por haberse negado a sus
pretensiones, obligarlas o intentar forzarlas a tener relaciones sexuales
(2017).
Las mujeres también
son las mayoritariamente agredidas en el ámbito intrafamiliar. Según los
resultados de las encuestas aplicadas por este estudio (CEAD, 2017), la mayoría
de las mujeres están muy en desacuerdo con que “en general una buena esposa
debiera compartir opinión con su esposo, aunque ella no piense lo mismo” y muy
en desacuerdo con que “si hay golpes o maltrato en la casa, esto es un asunto
que se resuelve en familia” (2017). El análisis de la
encuesta nacional concluye que existe mayor conciencia de las mujeres de que
las expresiones de violencia psicológica y simbólica constituyen una agresión
en sí mismas (2017).
Los índices de
violencia de género son datos preocupantes para muchas organizaciones sociales.
Según la Fiscalía de Chile, las víctimas VIF ingresadas por región, sexo y
tramo etario en el período entre el 1 enero y el 31 diciembre, año 2019
(Fiscalía, 2020), como víctimas de violencia contra la mujer representan un
76,01% comparadas a las que se ejercen hacia los hombres. Estos índices no han
tenido disminuciones considerables a lo largo de estas últimas décadas lo que
permite conjeturar que las políticas públicas aún no son suficientes para
prevenir la violencia de género.
Más grave aún es el
delito de femicidio que registrado por el Servicio Nacional de la Mujer y la
Equidad de Género (SERNAMEG, 2021) demuestra que sigue siendo un problema
significativo ya que no existe una disminución significativa en estos últimos
años. En Chile, al 22 de diciembre del 2021, se registra en promedio, considerando
los últimos 3 años, 44 femicidios consumados y 137 femicidios frustrados
(SERNAMEG, 2021), sin considerar la veintena de muertes que se producen por
violencia de género y que la ley no considera, como algunos femicidios o las
consecuencias de suicidios por violencia de género.[5] Así, el
riesgo que tienen las mujeres de ser objeto de dominación y violencia es
preocupante y necesario abordar urgentemente.
Las cifras dan cuenta
que desde el año 2002 al 2018 se perpetraron 41 asesinatos registrados a
personas de otras identidades sexuales no hegemónicas.[6] Además, de
los 698 atropellos perpetrados sólo el año 2018 a personas con identidad sexual
no hegemónica, 3 fueron asesinatos:
Tabla 2 - Delitos perpetrados a personas sin una identificación sexual
hegemónica, 2018
Asesinatos |
3 |
Agresiones físicas o verbales perpetradas por civiles
desconocidos por las víctimas |
58 |
Abusos policiales |
16 |
Hechos de discriminación laboral |
28 |
Episodios de exclusión educacional |
37 |
Movilizaciones o campañas homo/transfóbicas |
102 |
Situaciones de marginación institucional |
271 |
Denegaciones de derechos en espacios públicos o privados |
17 |
Actos de violencia comunitaria (familiares, vecinos,
amigos, conocidos) |
72 |
Declaraciones de odio |
92 |
Abusos en el terreno de la cultura, los medios o el
espectáculo |
2 |
Nota: Elaboración propia de los datos
de Movilh (2018). La Tabla 2 contiene las cifras de
los delitos perpetrados a personas sin una identificación sexual hegemónica
registradas en Chile el año 2018.
Por tercera vez, la
población trans concentró el mayor número de denuncias por abusos, con el 39%
del total. Los asesinatos a personas trans aumentaron un 50% en
relación al 2017, además de acumular el número de abusos más alto
conocido hasta ahora (Movilh, 2018). Las personas más
abusadas fueron trans, seguidos de personas gays y
lesbianas. En Chile, estos ocurrieron en mayor medida en Antofagasta, La
Serena, Concepción y Puerto Montt. En Santiago de Chile acontecieron en las
comunas de Independencia, Providencia y Santiago (Movilh,
2018).
La violencia de
género se hace evidente en las instituciones que presentan altos grados de
androcentrismo, es decir, espacios públicos que por tradición tienen
concentrado su poder y organización por parte de hombres masculinos hegemónicos.
Según Movilh (2018) el ranking de las instituciones
más homo y transfóbicas en Chile son, en primer lugar, Carabineros de Chile, y
en particular la 1era Comisaría de Santiago, seguida de las comisarías de
Temuco, Cartagena, Puerto Natales y la 66ta Comisaría de Bajos de Mena en
Puente Alto. En el segundo lugar de este ranking se encuentra Gendarmería de
Chile, en las ciudades de La Serena, Arica y en la Región del Biobío.
Finalmente, otras instituciones que ejercen violencia son la Unión Demócrata
Independiente UDI, el Tribunal Constitucional, la Sociedad Chilena de Endocrinología
y Diabetes, la Sociedad Chilena de Pediatría, la Catedral Evangélica, el
Concilio Nacional de Iglesias, la Universidad de los Andes, el Centro de la
Familia de la Universidad Católica, la Fundación Jaime Guzmán, la librería
Antártica y muchas más (Movilh, 2018). Finalmente,
nos es relevante identificar la discriminación que se ejerce en instituciones
educacionales. Según el mismo informe, estos últimos años han exponencialmente
aumentado las denuncias o casos por discriminación desde el sistema
educacional.
2.2.
El riesgo de la masculinidad hacia hombres
El riesgo de la
masculinidad hacia otros hombres es un problema poco visibilizado. En términos
cuantitativos se constata una cantidad predominante del uso de la violencia. Se
identifican el año 2019 en Chile (CEAD, 2020):
Tabla 3 - Delitos de violencia año 2019, Chile
|
Mujeres |
Hombres |
Víctimas de homicidio |
112 |
512 |
Victimarixs de homicidio |
25 |
274 |
Víctimas en accidentes producidos en estados de ebriedad |
127 |
1.176 |
Victimarixs en accidentes
producidos en estados de ebriedad |
1.948 |
20.349 |
Víctimas en robos con violencia |
25.202 |
56.591 |
Victimarixs en robos con
violencia |
1.001 |
8.036 |
Víctimas en riñas |
257 |
276 |
Victimarixs en riñas |
533 |
3.813 |
Nota: Elaboración propia basada en
CEAD, 2020. La Tabla 3 muestra cifras que diferencian hombres y mujeres
respecto a delitos ocurridos el año 2019 en Chile. Se diferencian víctimas y
victimarios. Los hombres tienen las más altas cifras en todos los ítems.
En el año 2019, en
ninguno de los siguientes grupos delictuales los victimarios varones son menos
que las mujeres; robo con violencia, por sorpresa, vehículo motorizado, robo en
lugar habitado, robos con fuerza, hurtos, lesiones menos
gravísimas, homicidios o violación, entre otras. Sin embargo, respecto a
ser víctimas de los grupos delictuales, los varones sólo son menos en delitos
de robo por sorpresa y violaciones. Además, los victimarios son en todos los
delitos tres veces más varones que mujeres y otrxs
(CEAD, 2020).
En particular, otro
factor asociado a los grupos delictivos es la alcoholización masculina y sus
consecuencias; agresiones, accidentes, violencia, homicidios y el uso de drogas
duras son motivados por los estados de ebriedad. A su vez, para los delitos de
lesiones (13,1%), amenazas (14,3%) y violencia intrafamiliar (13,8%) una gran
proporción de victimarios se encontraban bajo la influencia del alcohol o en
estado de ebriedad (CEAD, 2020).
En el contexto
chileno, la cantidad de presos hombres supera el 90% en comparación a las
mujeres recluidas. En Chile, solo entre el 6% y 7% del total de personas que
cumplen condenas de prisión son mujeres, y se las encuentra recluidas en dos
tipos de Establecimientos Penitenciarios, distribuidos a lo largo del país
(Gendarmería de Chile, 2015).
En términos más
generales se demuestra en un estudio sobre la tendencia a la mortalidad de la
región de las Américas (Yunes y Rajs, 1994) que entre
1979 a 1990 la mortalidad por causas externas se concentra en el grupo de
adolescentes y jóvenes en donde predomina el sexo masculino como el que
registra más muertes. Se hace evidente que la mortalidad por accidentes de
tráfico continúa siendo un grave problema en Brasil, Canadá, EE.UU.
y Venezuela, junto a la mortalidad por suicidio en Canadá, EE. UU, Surinam,
Trinidad & Tobago, Argentina y Uruguay. Es alarmante
la mortalidad por homicidio en Brasil, Colombia, México, Panamá, Puerto Rico y
Venezuela, especialmente por su focalización en los adolescentes y jóvenes (1994).
En relación al
comportamiento global de los tres grupos de causas externas (accidentes de
tráfico, suicidio y homicidio) se observa claramente que el único que muestra
tendencias inequívocas al descenso en la mayoría de los países de la región de las
Américas son los accidentes de tráfico, mientras que la mortalidad provocada
por homicidio y suicidio en algunos tienden al aumento, afectando
preocupantemente a las y los adolescentes y jóvenes y, en particular, al grupo
entre los 15 y 19 años de edad (Yunes y Rajs, 1994).
No todas estas
problemáticas las podemos referir exclusivamente a la socialización de los
géneros. En el caso del homicidio, por ejemplo, hay circunstancias y una
tipología que pueden diferenciar el tipo de muerte por distintos tipos de
violencia, como la ligada a situaciones políticas, estallidos sociales,
represión o al narcotráfico (Keijzer, 1997). Sin
embargo, que no esté fundamentada en la socialización de los géneros no quiere
decir que no pertenezcan a un tipo de estructura que normalice, incluso legalmente,
el uso de la violencia como estrategia de dominación. Hay que reconocer también
que el asesinato entre conocidos o los que son productos de riñas utilizan la
violencia como un mecanismo de resolución de conflictos y son representantes de
una cultura patriarcal y del género masculino.
La masculinidad se
expresa como un factor de riesgo hacia ciertos grupos humanos, y también para
el desarrollo de una sociedad. El Informe Anual de Derechos Humanos de la
Diversidad Sexual y de Género en Chile (Movilh, 2018)
sostuvo que hubo un aumento de un 44% de abusos por orientación sexual o
identidad de género respecto al año anterior. Este aumento es consecuencia de
la obliteración que personas y grupos ejercen sobre sus planes electorales para
transformar lo social en espejo de sus aspiraciones individualistas. Así, se
sugiere que existen pocas voces gubernamentales críticas que defienden la
libertad de expresión y la diferencia, ya que estas sólo se expresan
hegemónicamente a través de discursos de odio que terminan coartando derechos,
cercenando dignidades y quitando la vida (Movilh,
2018).
2.3.
El riesgo de la masculinidad hacia sí
Algunas
circunstancias propician que un varón se sitúe en riesgo así mismo para
demostrar su masculinidad. Todas y todos conocemos algún relato en que niños o
adolescentes demuestran actos temerarios y no exentos de accidentes. Atravesar
una carretera como juego competitivo, lanzarse de grandes alturas sobre el agua
o conducir bajo los efectos del alcohol y drogas son algunos ejemplos de estos
comportamientos. Según Keijzer, estas conductas se
relacionan con la incorporación de la temeridad como prueba de masculinidad. Afirma
este autor que no es “accidental” que los accidentes tengan tanto aumento a
partir de los diez años de edad (1997).
Los accidentes se
pueden entender en la medida en que la temeridad (desarrollada, probada y
demostrada colectivamente entre hombres) se constituye como una característica
de lo masculino desde antes de la adolescencia (Bonino, 1989). Esto puede tener
relación con el Informe Situación Actual de la Salud del Hombre en Chile (SSP,
2011) que determina la muerte por tumores malignos (22%) en el primer lugar y,
en tercer lugar, aquellas por causas externas[7] (13%). En
otro esquema de datos, la cantidad de muertes por accidentes, violencia,
suicidios y homicidios en Chile son:
Tabla 4 - Muertes por causas externas de morbilidad y mortalidad[8]
|
2003 |
|
2013 |
|
|
Hombres |
Mujeres |
Hombres |
Mujeres |
5.968 |
1.439 |
5.801 |
1.816 |
Nota: Elaboración propia basada en INE,
2014. La Tabla 4 contiene los reportes de dos años por los sexos hombre y
mujer. Los años que se contrastan son el 2003 y el 2013 en Chile. El descriptor
de la tabla V01-Y89 refiere a las causas externas de morbilidad y de mortalidad
que abarcan las lesiones no intencionales, los accidentes y las lesiones
intencionales que pueden ser autoinfligidas o causadas por terceros. En ambos
años los hombres tienen cifras que quintuplican las cifras de las mujeres.
Respecto a la
mortalidad general llama la atención que las principales causas de muerte en
los hombres continúan siendo las enfermedades del sistema circulatorio, los
tumores y las causas externas como los suicidios y los accidentes de tránsito.
En particular, el 69% del total de las muertes ocurridas en el año 2016 en
Chile se debieron a solo cuatro grandes grupos de causas de muerte:
enfermedades del sistema circulatorio (28.148), tumores malignos (26.027),
enfermedades del sistema respiratorio (9.847) y a causas externas[10] de
la morbilidad y de mortalidad (7.773) según el Instituto Nacional de
Estadística (INE, 2017).
Como contraparte y
complemento, mencionaremos que en España el suicidio y las lesiones
autoinfligidas se sitúan de nuevo en el año 2018 como la principal causa
externa de muerte en hombres por el número de personas fallecidas. La tasa de
suicidio (por 100.000 personas) en hombres fue de 11,4 en el año 2018 según
INE.es (2019).
El consumo de alcohol
es un factor de riesgo que aumenta las posibilidades de daños que se realizan
los varones a sí mismos. Socialmente, el consumo de alcohol se relaciona con
las riñas y las muertes violentas. Por otro lado, individualmente, el consumo
de alcohol es causa de más muertes por cirrosis hepática que por homicidios. En
Veracruz, México, por ejemplo, uno de cada diez hombres muere por problemas
asociados a la cirrosis hepática[11] o
de dependencia al alcohol, y tiene cinco veces mayor riesgo de morir por estas
causas que una mujer (Keijzer, 1997). Además, en
Chile, uno de los factores de riesgo, asociados a la salud determinada por la
Encuesta Nacional de Salud 2009-2010 (ENS), es el consumo de alcohol en los hombres,
quienes presentan una diferencia significativa respecto a las mujeres en más
del doble (3.94 tragos versus los 1.83 tragos en un día respectivamente).
Además, según los Estudios de la OCDE sobre Salud Pública Chile hacia un futuro
más sano, Evaluación y recomendaciones (OCDE, 2019), el consumo de alcohol
entre los adultos es inferior al promedio de la OCDE, aun cuando el consumo
está aumentando, yendo en sentido opuesto a la tendencia de la OCDE, que tiende
hacia la baja.
Por otra parte, el
tabaquismo es otro factor de riesgo individual que explica por qué el cáncer
broncopulmonar es el que toma más vidas entre la población masculina. En Chile,
año 2009, el consumo de cigarrillo es de un 44,2%, cifra mayor que las mujeres,
quienes reportan un porcentaje de consumo de un 37%. Esta diferencia se observa
entre hombres y mujeres en todas las edades, siendo la más relevante el rango
etario entre 25-44 años (SSP, 2011). Sin embargo, la ENS del año 2017 reporta
que el consumo de tabaco ha disminuido a 37,8% en hombres y 29,1% en las
mujeres. Así, el índice de tabaquismo diario entre los adultos va a la baja,
pero aún es relativamente alto, especialmente en los hombres (OCDE, 2019).
Estos datos nos permiten concluir que, si bien el consumo de cigarrillo ha
disminuido con el tiempo, los hombres tienen menos nociones o consideraciones
con el cuidado de sí mismo y con el de lxs demás. En relación al cáncer de pulmón, mientras Chile tiene una
serie de políticas anti-tabaco, el costo del
tratamiento para la cesación tabáquica aún no está cubierta (2019).
Así mismo, el
suicidio es como promedio cuatro veces más realizado por hombres que por
mujeres en varios países de Latinoamérica (Keijzer,
1997). Para seguir ejemplificando, el año 2009, en Chile, se registraron 1724
suicidios de hombres y 424 de mujeres. Así, se constata que, respecto a los
suicidios, los hombres se suicidan cuatro veces más que las mujeres (SSP,
2011). Según las investigaciones de Baére y Zanello (2020) se revelan ciertos contextos de sufrimiento
que llevan a los hombres a ideaciones y tentativas de quitarse la vida. En
Brasil, los fallecimientos por suicidio superan en cuatro veces a las mujeres.
Además de eso, las investigaciones de Baére y Zanello (2020) muestran que la prevalencia de los intentos
suicidas puede ser mayor en la población masculina. Los sufrimientos más
intensos que propenden al suicidio son cuando el sujeto no logra el
reconocimiento profesional o pierde la esperanza de lograrlo y cuando pierde el
compromiso con una pareja, generalmente, tras peleas o crisis violentas de
separación.
En síntesis, es
necesario enfatizar que las primeras dos causas de mortalidad se asocian a la
falta de autocuidado que los hombres tienen como conducta masculina. Este
mandato de la masculinidad oblitera el riesgo, minimizando e invisibilizando el
daño, construyendo la autopercepción de lo que deben ser, es decir, fuertes,
que nada los debilita, y así, no necesitar ir al médico, porque, además, “es
cosa de mujeres”.
3. El riesgo de la masculinidad en la educación y su
prevención
La importancia de
pensar y hacer esfuerzos por prevenir y erradicar la violencia de género
resulta de la sensibilización social originada a partir de los esfuerzos de las
organizaciones de mujeres al eco de algunos medios de comunicación por hacer
justicia. Si bien había que detener el problema urgente de estas
manifestaciones de violencia también se trataba de un problema social que, de
no abordarse desde la prevención, no deja de producir víctimas. Las
investigadoras María José Luzon y María Esther Ramos
(2012) proponen que la primera forma de prevención de la violencia de género
debe estar focalizada al sector de la población aún no afectada directamente
por el problema, es decir, a la infancia y la primera juventud. Cabe
puntualizar que, a esas edades, desgraciadamente, ya se pudo haber dado el
presenciar y padecer un tipo de violencia de género en la familia con la
vulnerabilidad que ello conlleva. Por ello una parte de la población juvenil ya
tiene conocimiento experiencial ante la violencia. Por ejemplo, en el contexto
de parejas jóvenes afectadas por este problema el sexismo existe en la
adjudicación y legitimación de la autoridad al varón. La especial relación con
este tipo de violencia radica en que parece ser un objetivo de los varones que
la ejercen: el dominio, el control y la consideración de la mujer como algo de
su propiedad (Luzón y Ramos, 2012).
En la Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la
Mujer, conocida como la Convención de Belém Do Pará (1994, citado en Ramírez y
Gutiérrez de La Torre, 2015) se piensa que los hombres son la otra parte de las
problemáticas y, por consiguiente, son parte de la solución. Se muestra la
plena convicción de que los hombres deben incorporarse de manera activa,
responsable y amorosa en los aspectos relacionados con la educación sexual, la
salud reproductiva y la violencia masculina hacia las mujeres y hacia otros
hombres, en busca de la igualdad de género (Ramírez y Gutiérrez de La Torre, 2015).
Respecto a la
prevención del delito, la propuesta de la Convención privilegia la educación para
modificar la cultura patriarcal. Un componente fundamental es la armonización
de estrategias de seguridad y su integración en los programas sociales que
promuevan las masculinidades alternativas, utilizando los medios de
comunicación a favor de la igualdad y no reproduciendo contenidos sexistas. Por
lo tanto, se requiere consolidar el trabajo reeducativo con hombres que ejercen
violencia en contra de sus parejas; visibilizar a los hombres en las redes de
trata y prostitución forzada, que incluye no sólo a los participantes directos,
sino la cadena que termina en los hombres consumidores. El consumo sexual se
asocia a la cosificación del cuerpo de las mujeres en una cultura patriarcal y
hay que trabajar con los hombres su vivencia de la sexualidad enfocada en la
genitalidad (Ramírez y Gutiérrez de La Torre, 2015).
Por ello, es que
Luzón y Ramos (2012) ponen énfasis en que la educación debe procurar el diseño
de modelos educativos no sexistas que
permitan eliminar los estereotipos culturales relativos al sexo y el género,
uno de los orígenes de esta realidad problemática. La escuela y los primeros
años de universidad son lugares de socialización que poseen una proyección para
adquirir aprendizajes relacionados con valores y actitudes. Los centros
educativos son pilares en la transmisión de patrones culturales de género. Por
ello, también son espacios sociales en que pueden operar transformaciones
educativas y sociales deseables. Así, es sumamente relevante lograr la
(auto)consciencia y el reaprendizaje de lo afectivo no sólo de lxs estudiantes sino también del equipo docente. Porque
mientras el ámbito académico siga siendo un contexto donde se transmite
sexismo, tras las acciones pertinentes, puede convertirse en transmisor de
modelos culturales libres de estereotipos (Luzon y
Ramos, 2012).
Según Carmona y Esquivel (2018) el ejercicio de la masculinidad hegemónica tiene un efecto en la salud sexual y reproductiva. Las conductas sexuales de riesgo en adolescentes, como la promiscuidad y la falta de consistencia en el uso del preservativo, les expone a infecciones de transmisión sexual con consecuencias negativas sobre su salud, tales como riesgo de adquirir VIH, infertilidad, complicaciones en el embarazo y la muerte (Carmona y Esquivel, 2018). Así, se considera que la reeducación es una acción que busca proveer la reflexión capaz de transformar el ejercicio de la identidad masculina. En este sentido hay que subrayar la importancia de trascender, del paradigma de castigo al de rehabilitación (Carmona y Esquivel, 2018).
Según Teresa Valdés (2020) el Programa de Acción Mundial de El Cairo
señaló que en el contexto de la educación de los factores de riesgo hay que
hacer énfasis en la paternidad responsable, el comportamiento sexual y
reproductivo saludable, la educación de los hijos y la salud. Igualmente señala
que debe hacerse especial hincapié en la prevención de
la violencia contra las mujeres y los niños (Valdés, 2020). En
relación a los documentos de políticas de igualdad con hombres (declaraciones,
propuestas de agendas y políticas específicas en México), la autora señala que sobresale
el desfase existente entre las declaraciones, sus conclusiones y las políticas
y programas efectivamente implementados, en especial, en aquellos que aseguran la
prevención de la violencia y que carecen de trabajo con hombres a nivel
educacional y de medios de comunicación (Valdés, 2020).
Por su parte, María
Colas y Rocío Jiménez (2006) determinan fundamental que las prácticas en
cuestiones de género deben considerar tres fases consecutivas. 1ero. La
sensibilización de las prácticas transmisoras de los estereotipos de género de
las mismas instituciones. 2do. La identificación de prácticas sexistas y 3ero
la expansión y diseminación de las buenas prácticas educativas sobre la
diversidad y la equidad de género (2006).
En la Educación Media
educativa, o secundaria en otros países, se debe contribuir a reforzar la
capacidad que tenemos los seres humanos para relacionarnos con lxs demás de forma pacífica y para conocer, valorar y
respetar la igualdad de oportunidades y la diversidad (Luzón y Ramos, 2012).
Avanzada esta etapa de la vida, en el proceso de formación universitaria como
un bachillerato o formación profesional, se debe contribuir a la consolidación
de la madurez personal, social y moral que les permita actuar de forma
responsable y autónoma. También se debe realizar un análisis y una valoración
crítica de las desigualdades de sexo y así fomentar la igualdad real y efectiva
entre géneros. Además, debemos incluir entre nuestros objetivos desarrollar
actividades en la resolución pacífica de conflictos y fomentar el respeto a la
dignidad de las personas y a la igualdad y equidad entre hombres, mujeres y todxs lxs demás (Luzon y Ramos, 2012).
Según la evidencia de Ramírez y Gutiérrez de La Torre (2020) respecto a los
temas de políticas públicas en salud propuestos en América Latina se ha demostrado la importancia de las enfermedades
crónico-degenerativas, entre ellas varios tipos de cáncer; la cirrosis hepática
(por abuso del alcohol); las causas externas de muerte, como los accidentes y
la violencia, en los que se asumen riesgos para “mostrar” una masculinidad
arrojada, desafiante y “valiente”; el deficiente control de enfermedades, como
la hipertensión arterial y la Diabetes mellitus y la artritis, al no demandar
servicios médicos por no evidenciar vulnerabilidad. Por otra parte, los procesos
de (auto)atención, (auto)cuidado y preservación de la salud, y la necesidad de
ampliar la prestación de servicios de salud por las instituciones públicas y de
seguridad social requiere mejorar un enfoque de género, lo que implica la
capacitación tanto a los profesionales de la salud en pleno ejercicio como a
quienes se encuentran en una etapa de formación (Ramírez y Gutiérrez de La
Torre, 2020). Se propone entonces que la atención de la salud involucra una
alimentación sana, las tareas de crianza; la educación que tiene un inicio y es
ante todo un proceso de acompañamiento del que el hombre debe ser partícipe y
responsable (Ramírez y Gutiérrez de La Torre, 2020).
A continuación,
presentamos una sistematización, a partir de la investigación de Luzón y Ramos
(2012), de cinco factores de riesgo para la prevención de la violencia de
género en la siguiente Tabla 5:
Tabla
5 - Factores
de riesgo para la prevención de la violencia de género
Factor de riesgo |
Fundamentación |
1er
factor de riesgo: Interiorización
sexista de roles, rasgos y expectativas. |
Implica poseer
“guiones” no conscientes que ejercen influencia en el pensar, actuar, y en nuestro futuro. Las consecuencias son generar en la
mujer vulnerabilidad, debilidad y dependencia, creando un terreno para la
discriminación, el abuso, y la violencia en el contexto de pareja, escuela y
universidad. |
2do factor de riesgo: Abuso en el contexto de pareja. |
La
necesidad de desarrollar la capacidad para identificar indicadores de abuso
en la pareja: Chantaje, culpabilización, insistencia, manipulación, agresión,
autoritarismo, abuso, acoso y maltrato. Además, desarrollar habilidades para
experimentar relaciones saludables se convierte en un factor de protección:
relaciones sanas, reducción del uso del alcohol, igualdad de género, apoyo
mutuo, denuncias y redes de apoyo. |
3er
factor de riesgo: El
sexismo referido al conjunto de creencias y actitudes que legitiman las
relaciones de dominio/sumisión |
En qué medida y
forma siguen siendo interiorizados en la actualidad modelos de
dominio/sumisión y el cómo corregirlos o intervenir. Las causas de una
relación de abuso y violencia de género son la dominación, el control y la
posesión del hombre sobre la mujer. |
4arto
factor de riesgo: Desarrollo
de mitos culturales producto de la falta de información |
La falta de, o poca, información desarrolla mitos culturales que
niegan, minimizan o justifican el empleo de la violencia, aumentando el
riesgo. Es necesaria la adecuada información, la reconceptualización de la
violencia de género y de los conceptos asociados al sexo y al género. La
información puede ser una medida de protección. |
5to
factor de riesgo: Factores
individuales que explican el modo, las formas y el grado en que se ejerce el
abuso en nuestro cotidiano |
En la familia los
aprendizajes se traducen en determinadas formas de pensar, actuar y valorar
tradiciones. Aquí existen formas de resolución de conflictos disfuncionales
que se aprenden y reproducen. Cuando estas formas son inadecuadas y/o
violentas, los varones sexistas ejercen el abuso con violencia. En el caso de
las mujeres se produce un efecto de normalización que impide identificar la
situación y dilata el tiempo en poner marcha medidas eficaces para poner fin
a su situación. Otro factor de riesgo es la existencia de una estructura
autoritaria en que el poder de mandar está distribuido de manera desigual,
otorgando una división de funciones, tareas y roles rígida y estereotipada
produciendo un efecto de normalización. |
Nota: Elaboración propia basada en Luzon y Ramos (2012).
Según Luzón y Ramos
(2012), los maltratadores no tienen modelos unificados de canalización de la
ira, emoción permitida desde su expresión de masculinidad. Un foco de atención
para esta realidad desde la prevención y reparación de la violencia de género
es enseñar habilidades para controlar los impulsos agresivos y concientizar los
casos en que la conducta violenta es premeditada, calculada y planificada con
resultados igualmente dramáticos. Por ello, es necesario entender la dificultad
para reconocer la carencia de habilidades al afrontar las emociones del enfado,
la ira o cólera, habilidades para la resolución de conflictos, habilidades
sociales, empatía, comunicación y asertividad (Luzón y Ramos, 2012).
Otro factor de
vulnerabilidad aparece cuando lxs niñxs
presencian maltrato hacia su madre, y sobre todo cuando esta no pone fin a la
relación entre ella y el padre de su hijx o el hombre
conviviente. Además, la gravedad de este factor aumenta si en la infancia se
sufre maltrato, abuso emocional o abusos sexuales donde se elabora una
indefensión aprendida, es decir, una cierta certeza de que nada de lo que haga
o intente hacer puede poner fin a su sufrimiento. Estos factores de
vulnerabilidad desarrollan hábitos ante la violencia como inhibirse, callarse,
intentar pasar inadvertidx, consecuencia normalmente
del miedo (Luzon y Ramos, 2012). Por lo mismo, en
contextos juveniles, las víctimas de violencia carecen de capacidades para
identificar el abuso, ya que también desarrollan una tolerancia al mismo.
Incluso, se ha determinado que las personas que ejercen conductas sexistas son
generalmente cercanas a la víctima y resultan ser conductas consuetudinarias y,
por lo tanto, conductas aceptadas (2012).
En síntesis, la
cultura patriarcal desarrollada desde Occidente conlleva una construcción
particular y amplia de la masculinidad, de ser varón, macho u hombre. Esta
construcción es asociada a factores de riesgo multisistémicos, pues los diferentes tipos de violencia tanto material como
simbólica son perpetrados en gran medida por hombres e instituciones
androcéntricas. De esta manera, se ha puesto en
evidencia que la violencia es una característica de este mandato de
masculinidad (Segato, 2003) y que sería representativa
de una masculinidad hegemónica violenta. Este tipo de violencia, no es solamente ejercido hacia quienes no
son hombres o masculinos, sino que también supone un riesgo mayor para los
propios hombres. En conclusión, la violencia de género y los factores de
riesgo están presente hacia gran parte de la sociedad contribuyendo en la
perpetración de diferentes tipos de atropellos, abusos y delitos.
Podemos concluir que
las causas de la mortalidad masculina se deben a la falta de herramientas
socioafectivas. No saber comunicar emociones y sentires por parte de los
hombres los hace desligarse de su (auto)conocimiento afectivo, y así, minimizan
y eluden la prevención de la violencia. Además, los factores de riesgo de la
masculinidad son agravados por el exceso de sedentarismo, alcohol, tabaco, mala
alimentación, entre otras.
Es relevante
mencionar que existen aportes (Valdés, 2020; Alario,
2019; Carmona y Esquivel, 2018; Ramírez y Gutiérrez de La Torre, 2015; Luzón y
Ramos, 2012; Keijzer, 1997 y Kaufman, 1989) en la
búsqueda de mecanismos que rompan con la antiquísima relación de subordinación
ante el género masculino. Uno de ellos es la perspectiva (auto)crítica que
parte del supuesto de que para lograr relaciones igualitarias con las mujeres y
entre los hombres es necesario primero deconstruir los procesos de
socialización, así como los elementos enajenantes y los costos que conllevan (Keijzer, 1997).
El ejercicio de la
dominación tiene como herramienta de control la violencia, base del ejercicio
de poder demostrado y ejercido especialmente por las personas identificadas
como masculinas (Segato, 2003; Mella, 2016 y Connell,
1995). Las víctimas de esta violencia son principalmente los mismos varones
(CEAD, 2020; Baére y Zanello,
2020; OCDE, 2019; INE, 2019; INE, 2017; SSP, 2011; Keijzer,
1997; Gendarmería de Chile, 2015; Yunes y Rajs, 1994
y Bonino, 1989). Las intenciones de dañar y matar no tienen que ver sólo con un
problema de género sino con estructuras sistémicas patriarcales que tienen como
característica el individualismo.
Decíamos antes que
esta violencia es de carácter sociocultural y está relacionada básicamente con
la interiorización del sexismo (Luzón
y Ramos, 2012). Entonces, es la interiorización de creencias, normas y valores
de naturaleza sexistas las que son consideradas factores de riesgo o protección
inmersas en la psicología humana moderna. De allí que podamos hablar en
contextos educativos sobre las características, rasgos o atributos, de roles,
tareas, funciones, actividades, responsabilidades y pautas de comportamiento, o
de expectativas o preconcepciones de los individuos para anticipar proyectos de
vida en lo profesional, personal o económico (Luzon y
Ramos, 2012) que son en el fondo sexistas.
Una forma hegemónica
de socializar a los hombres tiene desventajas que se van transformando en un
costo sobre su salud, la de otras y otrxs. Ejemplo de
ellos son la falta de autocuidado, la agresividad, la competencia y la
incorporación de conductas violentas y temerarias en aspectos tan diversos como
la relación que estos tienen con las adicciones, la violencia y la sexualidad (Valdés, 2020; Carmona y Esquivel, 2018; Ramírez y Gutiérrez
de La Torre, 2020, 2015; Luzón y Ramos, 2012; Colas y Jiménez, 2006 y Keijzer, 1997).
Finalmente, nos
permitimos reflexionar. Estos fenómenos de violencia masculina dan cuenta de
las contradicciones de los sistemas culturales patriarcales. Porque si el
sistema busca perpetuarse, ¿cómo atentar contra los de tu misma especie? Porque
el problema no es tanto que la violencia se ejerza principalmente entre los
géneros, sino que es principio de acción para la conquista o la dominación. Es
decir, no todas las expresiones que trae la violencia masculina la podemos
referir exclusivamente a la socialización de los géneros. Es por ello que la guerra, la religión y la ciencia son también
dispositivos de dominación administrada por los principios y valores
tradicionales androcentristas.
¿Es la tradición, la
cultura, las que se imponen y determinan el aprendizaje y la naturalización de
las conductas violentas? o ¿existe un instinto que reproduce las actitudes
dominantes, competitivas, arriesgadas y ansiosas de poder? ¿Es la dominación
una característica del mamífero humano macho? ¿Qué diferencias existen entre la
dominación que los animales ejercen para sobrevivir y la dominación consciente
que los hombres utilizan? ¿Por qué los hombres son los representantes de la
violencia en un sistema de sexo-género dominante? ¿Qué tan naturalizada está la
violencia como herramienta de dominación?
La conducta masculina
se caracteriza por ser poco cuidadosa consigo mismo y el resto. Decíamos que la
falta de herramientas afectivas-emocionales ha repercutido en la reproducción
de conductas autodestructivas que a largo plazo determinan su muerte según las
enfermedades asociadas a los valores patriarcales. La dominación que realizan
grandes corporaciones androcentristas como la industria farmacéutica, la
alimentaria, tabaquera y de alcoholes han fomentado la destrucción de los
sujetos con fines lucrativos individualistas. Además, la hegemonía política, la
legislación, los estilos organizativos, los medios de comunicación social, la
publicidad, la literatura, el cine, y el lenguaje presentan y difunden una
imagen de las mujeres que las subordina a sus deseos, comportamientos y
bienestar de los hombres.
Nuestro propósito es desmantelar y
desnaturalizar las situaciones de inferioridad de cualquier persona. Defendemos
una educación no sexista que implique una auto(consciencia)
y reaprendizaje de lo afectivo por parte de toda la comunidad educativa. Para
ello, es necesario promover estos valores en la sociedad y la escuela. Resulta
imperante un trabajo de re-aprendizaje donde los
círculos familiares y las comunidades puedan desmantelar e identificar los
factores de riesgo y la violencia que conlleva la masculinidad, para avanzar en
respuestas y resoluciones contextualizadas que permitan desarticular las
lógicas patriarcales-heteronormativas, teniendo como resultado niñeces y
juventudes libres de violencia.
Finalmente, esta
investigación ha identificado estos problemas que aún no tienen solución
práctica efectiva pero que suscita seguir problematizando ¿por qué los varones
tienen la particularidad de género que implica el uso sistemático de la
violencia y cómo transformarlo?
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[1] Para
facilitar la escritura y evitar el empleo de sustantivos masculinos
totalizadores, así como para hacer referencia a grupos de personas, decidimos
utilizar la letra “x” en sustitución de la “a” y la “o”. Al ocuparla, tomamos
postura y apostamos por un lenguaje incluyente y sensible al sexo-género que
sustituye otras formas que actualmente suelen utilizarse y que nos parecen
problemáticas (como la “e” y/o la “@”, las cuales dificultan la
conceptualización del sistema sexo-género).
[2] La masculinidad en
singular será utilizada no como una homologación, identificación y reducción a
los supuestos cuerpos correctos, cuerpos de hombres. Cuando hagamos uso del
concepto de masculinidad entenderemos, en esta investigación, la masculinidad como
concepto hegemónico donde las formas de dominación y opresión simbólica o
físicas se expresan en una violencia que podemos llamar masculina. Cuando
hablamos de masculinidad hegemónica no estamos entendiendo una serie de
características, estereotipos o patrones, sino que, un ejercicio dinámico de
violencia. La masculinidad hegemónica cambia de forma de contexto en contexto.
Además, entiéndase que las palabras varón y masculino refieren a esta condición
de violencia. Varones masculinos serán personas identificadas culturalmente
como masculinas, personas de sexo biológico identificables, y también, personas
de cualquier sexo que tienen actitudes que podríamos calificar dentro de la
masculinidad hegemónica.
[3] No es insuficiente la concepción occidental binaria que
defiende la existencia de dos sexos como universalidad. Denunciemos a la
comunidad médica, unida al sistema jurídico, que determinó que los cuerpos
fueran intervenidos al nacer “acercándoles” a su genitalidad correcta apelando
a la “angustia de los padres” y a la “futura infelicidad” del niño y/o niña
(Fausto-Sterling, 1993). Esto hace entender por qué la sexualidad hegemónica
apoyada y materializada en un lenguaje binario y genital, junto a una
prescripción jurídica, deja en restricción de derechos a quienes se apartan de
la tradicional dicotomía hombre y mujer.
[4] Según
la ENS (2017) el uso de preservativos durante el año 2016 en Chile que se
corresponde a la pregunta ¿Ha usado preservativo o condón en los últimos 12
meses? (% “siempre”) es en los varones de un 12,8%.
[5] Por la mañana del 18 de septiembre del
año 2019 Antonia Barra despertó en una cabaña (un alojamiento turístico) en
Pucón, en el sur de Chile. Martín Pradenas yace sobre ella. Después de gritarle
que se apartara, se vistió y se fue. Había viajado a esa ciudad junto a su
amiga Consuelo y su novio, con quienes fue a una discoteca. Allí habría
comenzado el acoso de Pradenas, registrado por cámaras de seguridad. Los
mensajes de texto y audio que la joven mandó a varios amigos por WhatsApp y que
fueron publicados por la Fiscalía son testimonios de su relato. En ellos se
relata que fue violada por Pradenas y que no quiso denunciarlo por miedo a la
reacción de sus padres. Antonia guardó silencio hasta el 12 de octubre de 2019.
Ese día llamó por teléfono a su exnovio, Rodrigo Canario, y le relató la agresión sexual que había sufrido. Él la
insultó y, además, grabó la llamada y la reenvió. Un día después, ella le mandó
un mensaje de despedida. Finalmente, se quitó la vida.
[6] El 28 de agosto del
año 2018, en la comuna de Puente Alto, Santiago de Chile, Felipe Olguín Gómez
de 19 años fue asesinado en un paradero de micros
(autobuses) tras recibir amenazas y ofensas en razón de su orientación sexual.
El victimario, siete días antes del homicidio constata en un audio: “Donde te
pille chuchetumare te voy a pegarte las sendas puñalás, (…) Voy a atravesarte
el corazón perro culiao. Tú no sabí con quien te estái metiendo chuchetumare
(…) Yo no voy a andar metiendo gente como vo, metiendo mujeres maricón culiao.
¿No sabí defenderte vo mismo? Ah, verdad que vo soy maricón. Todavía tení la
pichula metida en la raja. Ponte los pantalones, como hombre. Ah, de veras que
vo soy gay, estay todo funao chuchetumare” J.A.S.I. Efectivamente este sujeto
apuñaló a Olguín cerca de su corazón después de que lo había agredido
verbalmente, unos momentos antes, en las cercanías del Persa Biobío. La pareja
de Olguín estaba con él cuando fue asesinado. Lo trasladaron en automóvil al
consultorio Karol Wojtyla donde los esfuerzos por reanimarlo fueron en vano.
[7] Las causas externas de morbilidad y de
mortalidad abarcan las lesiones no intencionales, los accidentes y las lesiones
intencionales (violencia), que pueden ser autoinfligidas (intencionalmente) o
causadas por terceros (agresiones).
[8] Causas externas de mortalidad. Fuente: Anuarios
de Estadísticas Vitales 2003 y 2013 y Estimaciones y Proyecciones de Población
actualizadas 2002-2020, INE.
[9] El descriptor de la tabla V01-Y89 refiere a las causas
externas de morbilidad y de mortalidad que abarcan las lesiones no
intencionales, los accidentes y las lesiones intencionales que pueden ser
autoinfligidas o causadas por terceros. Causas
externas de mortalidad. Fuente: Anuarios de Estadísticas Vitales 2003 y 2013 y
Estimaciones y Proyecciones de Población actualizadas 2002-2020, INE.
[10] Causas externas de
morbilidad y de mortalidad: V01-Y98. En general son causas de muerte por
accidentes, suicidios, homicidios, agresiones, traumatismos, uso de drogas o
medicamentos. La lista completa de los códigos en: https://www.paho.org/relacsis/index.php/en/foros-relacsis/foro-becker-fci-oms/61-foros/consultas-becker/908-lista-de-codigos-de-causas-externas
[11] Si bien existen otras causas de la cirrosis, se
calcula que un 75% está asociado al consumo de alcohol.