PIONERAS DE LA MEDICINA DEL SIGLO XIX A TRAVÉS DE SUS
ESCRITOS
XIXTH CENTURY
PIONEER MEDICAL WOMEN THROUGH THEIR WRITINGS
Pilar Iglesias
Aparicio
Resumen
Durante
el último tercio del siglo XIX, las pioneras de la medicina moderna, pese a la
férrea oposición al acceso de las mujeres a la educación superior y práctica
profesional, fueron capaces de transmitir su conocimiento y opiniones a través
de conferencias y publicaciones. Comenzaron a construir la historiografía de
las mujeres médicas y matronas, divulgaron conocimientos sobre el cuidado de la
salud, rebatieron el discurso misógino sobre el cuerpo y la sexualidad de las
mujeres y realizaron importantes contribuciones al conocimiento
científico. Este trabajo, desde el
ámbito de los estudios feministas, pretende proporcionar información sobre
algunas de sus obras.
Palabras
clave: pioneras de la medicina; médicas escritoras; historiografía
de médicas y comadronas; discurso científico-médico del siglo XIX.
Summary
During the last third of the XIXth century, pioneer female physicians, in spite of the hard
opposition to women’s access to higher education and professional practice,
were able to transmit their knowledge and opinions, through lectures and
publications. They started the historiography of women in medicine and
midwifery, produced works to promote popular knowledge about health care,
refuted the misogynistic discourse on women’s bodies and sexuality and
contributed to the construction of scientific knowledge. This paper, from the
sphere of feminist studies, aims to provide information about some of their
works.
Kew words: Pioneer medical women; women medical writers;
historiography of medical women and midwives; XIXth
century scientific-medical discourse.
Introducción
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el
acceso a la educación superior y al desempeño de profesiones liberales constituyeron
una reivindicación fundamental del movimiento de mujeres, junto con otras como
el derecho al voto, los derechos de familia y la mejora de las condiciones
laborales. La medicina fue una de las primeras especialidades universitarias a
cuyo estudio intentaron acceder las mujeres en diferentes países de América y
Europa. Ello constituía una ruptura de la imagen de la mujer promovida por el
discurso científico-médico imperante. Un discurso que no sólo convirtió las
diferencias biológicas entre mujeres y hombres en esenciales, sino que además
las jerarquizó, “al describir lo propio y específico de las mujeres como
inferior a lo propio y específico de los hombres y al asignar a las diferencias
femeninas una positividad que sólo era tal para quienes se beneficiaban de
ellas, el sistema patriarcal, pero no para las que las poseían” (Flecha, 2001,
p.224). Un discurso que definía a la
mujer como un ser débil, física e intelectualmente inferior al hombre, tendente
a la enfermedad física y psíquica, limitado por sus funciones reproductivas, y cuyos
trastornos de todo tipo se atribuían al funcionamiento de sus órganos sexuales.
Un ser cuyo único destino “natural” era el matrimonio y la maternidad.
En este marco, el hecho mismo de pretender
realizar estudios superiores, y concretamente estudios de medicina, con la
intención de ejercer posteriormente la profesión, constituía un elemento fuertemente
disruptivo de la rígida estructura patriarcal, una ruptura peligrosa del orden
establecido. Consecuentemente, ante este propósito de las mujeres, la reacción
de las universidades y otras instituciones, tales como colegios profesionales y
sociedades médicas, fue extremadamente discriminatoria, legitimando su
oposición con argumentos basados en la visión misógina predominante en el siglo
XIX, a que acabamos de referirnos. Autores como Paul Broca[1] o Carl Vogt[2], defendieron la tesis de
la debilidad de las mujeres basándose en el menor tamaño de su cerebro. James McGrigor Allan[3] defendió la analogía entre
los cerebros de las mujeres y los de los animales. También pretendió probar el
inferior desarrollo del cerebro femenino el neurólogo alemán Paul Moebius en su
tratado La inferioridad mental de la mujer (Über
den physiologischen Schwachsinn
des Weibes) de 1900. Leopold Henius[4], se apoyó en la debilidad
muscular y ósea de las mujeres. Otros, como Hermann Fehling[5], Edward Clark[6] o Henry Maudsley[7] insistieron en el carácter
incapacitante de la menstruación. La misoginia de estos doctores entroncaba
perfectamente con la larga tradición del pensamiento patriarcal durante siglos,
al construir una visión del cuerpo, la salud y la sexualidad de las mujeres
como seres débiles, enfermizos e inferiores al varón[8].
Las pioneras recurrieron a diferentes
estrategias para lograr acceder al estudio y práctica de la medicina moderna; muchas
se vieron obligadas a recorrer un laberinto en solitario, con el apoyo, en
ocasiones, de sus familias y algunos médicos de buena voluntad, como fue el
caso de Elizabeth Blackwell (1821-1910)[9] y Elizabeth Garrett
(1836-1917)[10];
otras debieron solicitar permisos especiales para poder realizar estudios superiores
como las españolas Dolores Aleu Riera (1857-1913)[11] y Martina Castells Ballespí (1852-1884)[12]; y otras, se vieron
obligadas a trasladarse a países diferentes del propio, para poder estudiar u
obtener titulaciones de mayor nivel, destacando las Facultades de Medicina de
Berna y Zúrich, en las que se matricularon más de 100 mujeres entre 1864 y
1874, sobre todo procedentes de Rusia y Alemania (Bonner,
1992). Asimismo se organizaron colectivamente para ejercer incidencia política
ante las universidades, colegios profesionales, parlamentos, gobiernos, etc.
como en el caso de Sophia Jex-Blake
(1840-1912)[13]
y sus compañeras frente a la Universidad de Edimburgo (Jex-Blake,
1886, Vol. II; Iglesias, 2018a, p.233), o el movimiento social de apoyo a las médicas
alemanas (Bonner, 1992, p.111); crearon escuelas de medicina
de mujeres, como en el caso de Nueva York, Londres, Edimburgo y Glasgow; establecieron
hospitales para mujeres atendidos únicamente por mujeres; fundaron asociaciones
de mujeres médicas y tomaron la palabra para rebatir los argumentos
discriminatorios esgrimidos por sus opositores[14].
Los países que contaron con mayor número
de médicas a lo largo del último tercio del siglo XIX fueron Estados Unidos y
Gran Bretaña, debido, fundamentalmente a las escuelas de medicina de mujeres.
Entre 1850 y 1882, se crearon escuelas de este tipo en las principales ciudades
estadounidenses: Boston, Nueva York, Filadelfia, Chicago, y Baltimore. En Gran
Bretaña existieron cuatro, una en Londres (la London School
of Medicine for Women, en adelante la Escuela o LSMW, por sus
siglas en inglés), dos en Edimburgo y una en Glasgow: el Departamento de
Medicina de la Universidad Reina Margarita (Queen Margaret College), dedicado exclusivamente a la educación
de las mujeres (Iglesias, 2018a, p.234).
Muchas de las médicas pioneras produjeron
una importante obra escrita a través de la publicación de conferencias, tesis
doctorales, artículos, investigaciones, libros, y, en el caso de la LSMW a
través del Magazine donde también participaban las alumnas. Podemos
clasificar estas obras de acuerdo con sus principales temáticas: contribución a
la historiografía de las mujeres en el cuidado de la salud; defensa de la capacidad
de las mujeres para el estudio y práctica de la medicina; aportación de
argumentos científicos para deconstruir la misoginia del discurso médico
dominante; producción de obras de divulgación sobre salud sexual de las
mujeres, cuidado de la salud infantil y normas de higiene; así como publicación
de obras de carácter científico sobre diferentes temas. Y todo ello, pese a la
dificultad añadida de no permitírseles el acceso a los espacios de creación y
puesta en común del conocimiento científico-médico, como las diferentes asociaciones
y colegios profesionales. El interés por las publicaciones de las pioneras continúa
dando lugar a estudios como el publicado por Susan Wells en 2001, centrado en
Ana Preston (1813-1872)[15];
Hannah Longshore (1819-1901)[16], Rebecca
Crumpler (1831-1895)[17] y
Mary Putnam Jacobi (1840-1906)[18], o la obra de Carla Bittel sobre Mary Putnam, publicada en 2009, en que brinda
amplia información sobre las investigaciones realizadas por esta doctora. El
presente trabajo pretende visibilizar algunas de estas aportaciones de las
pioneras de la medicina moderna a través de sus escritos.
Aportaciones
a la historiografía de las mujeres en el cuidado de la salud y defensa de la
capacidad de las mujeres para el estudio y ejercicio de la medicina
Varias pioneras realizaron una importante
aportación a la construcción de la historia de las mujeres en el cuidado de la
salud. Demostrar la existencia de una genealogía de médicas y matronas en
épocas anteriores, contribuía a fortalecer y legitimar su posición y a rebatir
los argumentos esgrimidos contra ellas. Además, algunas autoras se convirtieron
en las primeras historiadoras de su propio proceso, con lo que sus obras
constituyen una magnífica fuente de detallada información para toda
investigación posterior sobre las dificultades que hallaron para acceder a la
universidad, las acciones de incidencia social y política emprendidas, los
procesos de creación de escuelas de medicina de mujeres, etc. Estas obras sirvieron
también en su momento para obtener apoyo social, y en ocasiones económico, para
sus proyectos.
Podemos afirmar con Teresa Ortiz (2018),
que “la historiografía de las mujeres, la medicina y la salud (HMMS) se comenzó
a escribir al mismo tiempo que las mujeres empezaron a acceder a la profesión médica
en el último tercio del siglo XIX” (pp.65-86). Como recoge dicha autora: “Entre
1872 y 1901 se publicaron alrededor de una docena de trabajos sobre la historia
de las mujeres en la profesión médica, firmados en su mayoría por profesionales
de la medicina” (Ortiz, 2018, pp.86-87), además de numerosas autobiografías o
memorias.
Sophia Jex-Blake es la primera médica[19] que publica, en 1872[20], un libro sobre la historia
de las mujeres en el cuidado de la salud. El primer volumen de su obra Medical
Women. A thesis and a history (Mujeres médicas. Una tesis y una historia)
se centra en la historia de mujeres médicas y comadronas. Jex-Blake
afirma que las mujeres “están naturalmente inclinadas y provistas de
características adecuadas para la práctica de la medicina” (1886, p.6)[21] pero que nadie tiene
derecho a determinar que “no se les permita hacer su trabajo de forma
científica cuando lo deseen y queden limitadas a los detalles mecánicos y la
rutina agotadora de la enfermería, mientras se reserva para los hombres el
conocimiento inteligente de la enfermedad y todo el estudio de las leyes por
las que se preserva o restituye la salud” (Jex-Blake,
1886, p.6). Este será un argumento esgrimido con frecuencia por las pioneras:
si se atribuye a las mujeres el cuidado de la salud en el ámbito doméstico y en
el duro trabajo de enfermería, no se justifica la negativa a su acceso al
conocimiento científico, la obtención de titulaciones y el acceso a la práctica
profesional en igualdad con los varones. Defiende asimismo Jex-Blake
como algo natural que hombres y mujeres se dediquen a atender la salud de las
personas de su propio sexo, sin suponer por ello que sea moralmente reprobable
que las mujeres sean atendidas por varones. Su recorrido histórico comienza en
la Grecia clásica, incluye numerosas referencias a matronas, para llegar a su
época y reforzar sus argumentos con la experiencia adquirida durante su
estancia en Estados Unidos[22] y en la Universidad de
Berna.
La segunda médica que publicó un libro
sobre las mujeres en la historia de la medicina, fue Mélanie Lipinska (1865-1933), cuya tesis doctoral, presentada ante
la Facultad de Medicina de la Universidad de París el 18 de julio de 1900, fue publicada
con el título Histoire des femmes médecins depuis l’Antiquité jusqu’à nos jours (Historia de las mujeres médicas desde la
Antigüedad hasta nuestros días), obra por la que recibió el premio
literario Víctor Hugo en 1902. Se trata de un trabajo de 584 páginas, mucho más
amplio que el de Jex-Blake, que recorre desde la
Antigüedad hasta 1900, proporcionando información sobre “matronas, sanadoras,
enfermeras y religiosas, combinando el relato biográfico personal con los
estados de la cuestión por épocas, países, escuelas o actividades
profesionales” (Ortiz, 2018, p.92). Incluye “una amplísima bibliografía
multilingüe donde las referencias a fuentes escritas por mujeres (libros de
partos, de enfermería, memorias de médicas pioneras o ensayos políticos) son
muy numerosas” (Ortiz, 2018, p.92). En su segunda obra, publicada ya en 1930,
dedica más de la mitad de sus 220 páginas a la situación de las médicas en los
siglos XIX y XX.
Tras Jex-Blake y
Mélanie Lipinska, la siguiente médica que contribuyó con
un libro a la historiografía de las mujeres en el cuidado de la salud fue Kate
Campbell Hurd-Mead, con su obra de 523 páginas, titulada Women
in Medicine. From the
earliest times to the beginning of the nineteenth century (Las Mujeres en la Medicina. Desde
los primeros tiempos hasta el comienzo del siglo diecinueve)
publicada en 1939.
El segundo volumen de la obra de Jex-Blake, titulado, The
Medical Education of Women: 1. The Battle
in Edinburgh, 2. The Victory
Won (La Educación médica de las Mujeres: 1. La Batalla en Edimburgo. 2.
La Victoria conseguida),
resulta una magnífica fuente de
información sobre los hechos acaecidos en la Universidad de Edimburgo entre
1869 y 1874, sobre los requisitos impuestos por la Ley de 1858 para acceder al
Registro, y las circunstancias que provocaron que la creación de una escuela de
medicina para mujeres fuese imprescindible para facilitarles el acceso al
estudio y práctica de la medicina en Gran Bretaña. Además, al incluir como anexo
la transcripción de numerosos documentos, su obra ofrece a quien quiera llevar
a cabo una investigación sobre la propia Jex-Blake y
la lucha de las mujeres por acceder a la Universidad de Edimburgo, la práctica
totalidad de los documentos relevantes (Iglesias, 2018b, p.7).
También publicó Jex-Blake
los ensayos The practice
of medicine by women (La práctica de la medicina por las mujeres), en
1875 y Medical women (Mujeres médicas) en
1877.
Francis Hoggan[23] publicó en 1884 el
capítulo titulado Women in Medicine (Mujeres
en la Medicina), en la obra colectiva editada por Theodore Stanton, The Woman question in Europe (La
Cuestión de la Mujer en Europa)[24]. Hoggan
dedica varias páginas a Elizabeth Blackwell, Elizabeth Garrett, la Escuela de
Medicina de Mujeres de Londres, y la modificación que supuso la conocida como
“Ley Russell Gurney”, aprobada en el Parlamento en
1876, que concedió a los Tribunales Examinadores la capacidad de decisión para
admitir mujeres, lo que permitió que dos universidades de Irlanda, el King
and Queen’s College of Physicians (Colegio Médico
del Rey y la Reina) y la Queen’s University (Universidad de la Reina), fuesen las
primeras en permitir acceder a sus exámenes a las mujeres, siendo seguidas por
la Universidad de Londres en 1877. Hoggan refiere su
propia experiencia al verse obligada a matricularse en la Universidad de Zúrich,
tras modificar en 1867 sus estatutos la Sociedad de Boticarios, exigiendo que
quienes se presentasen a sus exámenes hubiesen cursado estudios en una facultad
o escuela reconocida y no mediante clases particulares con doctores (como había
sido el caso de Elizabeth Garrett). Esta decisión tenía como propósito y consecuencia
impedir el acceso de las mujeres a los exámenes de la Sociedad, puesto que no
se les permitía matricularse en ninguna de las escuelas o facultades existentes
en Gran Bretaña.
Incluye cinco páginas redactadas por su
esposo, el Dr. Hoggan, sobre el tratamiento recibido
por las mujeres que intentaron acceder a la Facultad de Medicina de la
Universidad de Edimburgo entre 1869 y 1872, en el que este elabora un relato que,
en cierto modo, disculpa el comportamiento de la universidad y critica a quien
lideraba el grupo de mujeres (Sophia Jex-Blake), sin mencionarla directamente. Manifiesta la
autora que la opinión pública en Inglaterra “en la cuestión de las mujeres
médicas, está por delante de la opinión general de la profesión médica, pese a
la generosa ayuda que algunos miembros de esta profesión han dispensado siempre
a sus hermanas profesionales, a menudo con gran detrimento personal propio” (Hoggan, 1884, p.88); y concluye refiriéndose al incremento
de mujeres médicas en Inglaterra; la existencia de dispensarios atendidos por mujeres
en Londres, Bristol y Manchester; las médicas misioneras en la India y la forma
en que “las mujeres están comenzando a también a contribuir a la literatura
médica y la investigación científica” (Hoggan, 1884, p.88).
También en 1884, coincidiendo con el
décimo aniversario de su fundación, la LSMW convocó un concurso de
ensayos sobre la práctica médica por las mujeres, abierto a la participación de
estudiantes y graduadas. La ganadora fue la entonces alumna de segundo curso, Edith
A. Huntley (1852-1917)[25]. Su trabajo, titulado The Study and Practice of Medicine by Women (El Estudio y
Práctica de la Medicina por las Mujeres) fue publicado en 1886. Huntley
rebate los argumentos esgrimidos por quienes se oponían al ejercicio de la medicina
por las mujeres, defendiendo su capacidad intelectual, probada por los excelentes
resultados obtenidos en los exámenes realizados ante los Tribunales
Examinadores de Dublín y Londres; hace referencia a la historia de las mujeres
en el cuidado de la salud desde la Antigüedad y se extiende en el proceso de
aprobación de la Ley Russell, la apertura de los exámenes de la Universidad de
Londres y la historia de la LSMW. Dedica varias páginas a las matronas y
propone que “se debería establecer en Inglaterra una Escuela de Matronas digna
de una de las naciones más adelantadas del mundo, y retirar de la medicina
obstétrica inglesa el reproche de que sus mejores estudiantes deben completar
su formación en París o Viena” (Huntley, 1886, p.39). Se refiere al papel que
pueden desempeñar las mujeres médicas como misioneras, e incluso como
cirujanas, destacando siempre la importancia de que cuenten con una buena
formación teórica y práctica. Aunque reitera la consideración habitual en su
tiempo, de que las médicas deben dedicarse principalmente a la atención de
mujeres y niñas y niños, afirma que no deben de existir restricciones para
optar por otras especialidades.
En 1882, Mary Putnam
publicó en la North American Review un
artículo de 23 páginas, titulado Shall Women practice Medicine?
(¿Deben las Mujeres practicar la Medicina?), que comienza criticando el hecho
de que la capacidad de las mujeres sea objeto de debate social mientras no lo
es la de los hombres. En 1891, publicó un trabajo de 96 páginas, titulado Woman in Medicine (La Mujer en la Medicina), en
el libro colectivo editado por Annie Nathan Meyer (1867-1951), Woman’s work in America (El trabajo de la mujer en América).
Putnam “establece siete momentos en la historia de las médicas en Estados
Unidos desde el periodo colonial hasta sus días, y dedica la mayor parte del
texto a la historia reciente de la formación de las médicas en instituciones
femeninas, creadas exclusivamente para ellas” (Ortiz, 2018, p.91). Constituye
una brillante aportación a la historia de las mujeres en la medicina, citada
con frecuencia (Ortiz, 2018, p.91).
Entre los numerosos artículos publicados
por Elizabeth Garrett, destacamos en este apartado el publicado en marzo de 1893
en la Fortnightly Review,
con el título The history
of a movement (La
historia de un movimiento). Comienza recordando que el movimiento de mujeres
médicas se inició a partir de la idea de que “sería adecuado que el cuidado de
la salud de mujeres y niños fuese atendido por mujeres profesionales” (Garrett,
1893, p.404)[26].
Además de las referencias a Elizabeth Blackwell, Sophia
Jex-Blake, ella misma y la creación de la LSMW,
ofrece algunos datos interesantes sobre la evolución de la situación en los 16
años transcurridos desde 1877 hasta 1893, fecha en que admitían mujeres seis
Tribunales Examinadores[27] y ocho escuelas de
medicina: las cuatro específicas para mujeres de Londres, Edimburgo y Glasgow,
y cuatro mixtas, una en Durham y tres en Irlanda (Dublín, Belfast y Cork). La
importancia de las escuelas solo para mujeres queda demostrada en el hecho de que
cursaban en ellas 240 estudiantes, mientras solo lo hacían 17 en las mixtas
(Garrett, 1893, p.408). Este fue uno de los temas de debate planteados con
frecuencia, puesto que no todas las pioneras coincidían en qué tipo de
enseñanza (mixta o específica) podía ser más conveniente para las futuras
médicas. Garrett considera que no es momento de pronunciarse sobre este
extremo, pero sí establece tres consideraciones a tener en cuenta como
orientación para las jóvenes que deseen estudiar medicina: la necesidad de una
formación teórica y práctica de calidad; el tipo de centro que se adapte mejor
a las características de la estudiante, teniendo en cuenta que las más jóvenes
pueden sentirse más cómodas en las escuelas específicas; y, por último, el gasto
que su familia pueda permitirse, puesto que existían importantes diferencias en
el coste de las diferentes instituciones académicas, aspecto sobre el que
también ofrece información. Lamenta que no todas las universidades brinden las
mismas titulaciones, y señala la dificultad que representa para una escuela
pequeña como la LSMW, preparar a las estudiantes para los exámenes de la
Universidad de Londres, dado los gastos requeridos, razón por la que la mayoría
de personas que obtenían este preciado Doctorado en Medicina procedían de las
escuelas de los grandes hospitales y la propia Universidad de Londres (Garrett,
1893, p.412), que no admitían mujeres. Continúa el artículo refiriéndose a las
salidas profesionales para las médicas, destacando en primer lugar los centros
atendidos únicamente por mujeres: el Nuevo Hospital para Mujeres, trasladado desde
1889 a Euston Road, la Maternidad Clapham, fundada en 1885 por una antigua
alumna de la Escuela, y el dispensario de Notting Hill. En el momento de
publicación del artículo se habían incorporado al Registro Médico, 144 mujeres,
de las cuales 45 ejercían en Londres. Habían comenzado a crearse puestos
públicos en hospitales infantiles, y para la atención de las empleadas de
Correos, en Londres, Manchester y Liverpool. Otra salida profesional era
ejercer en las colonias: India, China, Sudáfrica y Australia. En este caso, las
médicas deben saber que “su ayuda se solicitará sólo para casos médicos graves,
operaciones ginecológicas o de cirugía general que requieran el mayor nivel de
pericia, coraje y experiencia” (Garrett, 1893, p.415). No carente del racismo y
clasismo imperante en la época, insiste en las dificultades que presenta para
una dama inglesa residir en la India y recomienda que sean las propias mujeres
nativas quienes se formen para ejercer como médicas en el país, añadiendo el
matiz interesante de que “las mujeres de la India serían las más beneficiadas
y, a largo plazo, se podría esperar mucho más de una influencia de este tipo,
que comenzaría desde dentro de la propia sociedad de la India, en vez de
intentar influir desde fuera, que del sacrificio, aunque sea heroico y
desinteresado, de unas pocas mujeres europeas” (Garret, 1893, p.416). Por
último, lamenta Garrett que las mujeres sigan estando excluidas de todas las
sociedades médicas de Londres, siendo ella la única admitida en la Asociación
Médica Británica desde 1872, aunque varias de las secciones de otras ciudades
habían comenzado ya a proponer su apertura a las mujeres (p.416). Finaliza
recordando que las médicas podían utilizar la excelente biblioteca provista de
las principales publicaciones británicas y estadounidenses y la sala de
conferencias del Nuevo Hospital de Mujeres, donde se celebraban sesiones
mensuales de presentación de ponencias debatidas por las componentes de la Association of Registered Medical Women (Asociación
de Mujeres Médicas Registradas)[28] (Garrett, 1893, p.417).
En 1895, Elizabeth Blackwell publicó una obra
autobiográfica, de 265 páginas, titulada, Pioneeer
work: Autobiographical
sketches (Trabajo pionero: sketches autobiográficos), en que
recoge las dificultades encontradas
hasta acceder a la Escuela de Medicina de Geneva, su estancia posterior en La
Maternité de París, la fundación del Hospital de
Mujeres de Nueva York y posteriormente de la correspondiente Escuela de
Medicina de Mujeres del Hospital junto con su hermana Emily, y su regreso
definitivo a Londres en 1874, coincidiendo con la apertura de la LSMW, en
la que aceptó ser profesora de Ginecología.
El 25 de enero de 1898, Mary Scharlieb
(1845-1930)[29] pronunció una conferencia
en el Women’s Institute
(Instituto de las Mujeres) de Londres, de la que éste publicó una tirada
reducida de ejemplares. Apelando a la genealogía de mujeres sanadoras, inicia
su exposición con estas palabras: “Desde los tiempos más remotos de que tenemos
noticia, desde los días de Moisés, las mujeres han practicado la medicina en
mayor o menor medida. La idea de que es demasiado arduo o de que el estudio y
práctica de la profesión es desmoralizador para las mujeres es completamente
moderna” (Scharlieb, 1898, p.3). Brinda información
que nos permite apreciar algunos avances: en los cinco años transcurridos desde
el artículo de Garrett, el número de mujeres médicas incluidas en el Registro
había ascendido a más de 200, la Escuela contaba con 170 alumnas y dos sociedades
médicas, la Asociación Médica Británica y la Sociedad de Anestesistas (Society of Anaesthetists), admitían ya mujeres (Scharlieb, 1898, p.14). También habían aumentado los
hospitales y dispensarios atendidos por mujeres. Completan esta publicación
cuatro apéndices con información sobre: escuelas de medicina abiertas a las
mujeres; titulaciones a que podían optar; puestos de trabajo oficiales abiertos
a las mujeres y una bibliografía sobre educación y práctica de las mujeres
médicas que incluye tres publicaciones en alemán y una en francés.
Isabel Thorne (1834-1910)[30], contribuyó a la historia
de las pioneras en Gran Bretaña con algunos artículos publicados en el Magazine
de la LSMW, a partir de mayo de 1896. Profunda conocedora de la historia
de la LSMW, a la que dedicó su vida profesional, publicó en 1905 una
obra de 45 páginas, titulada Sketch of the
Foundation and Development of the London School
of Medicine for Women (Sketch de la Fundación y Desarrollo de la
Escuela de Medicina de Mujeres de Londres), contribuyendo así a la historia
de la misma. En primer lugar, hace referencia a las dificultades encontradas
por ella para acceder a los estudios de medicina, lo que provocó su decisión de
trasladarse a París en 1869. Pero, tras
conocer a Sophia Jex-Blake,
se unió a ella y otras jóvenes que tenían el mismo propósito, para intentar ser
admitidas en la Universidad de Edimburgo. Thorne dedica 14 páginas a referir
los diferentes obstáculos que impidieron la graduación de las estudiantes por
la Universidad de Edimburgo, pese a haber logrado completar la formación
requerida, a fin que “quede constancia de las condiciones bajo las que comenzó
la Escuela, de manera que las estudiantes puedan saber a quién deben la
fundación de la que puede justamente ser considerada la Escuela Madre de todas
las Escuelas de Medicina de Mujeres de Gran Bretaña” (Thorne, 1905, p.19), en
claro homenaje a Sophia Jex-Blake.
Completa su historia de la LSMW con una referencia a
las cualidades de una buena médica:
debería ser sabia y empática, con una mente clara y lógica,
mucho sentido común, buen juicio, tacto y comprensión de la naturaleza humana,
capaz de inspirar confianza a sus pacientes. Entra en contacto con tantas
criaturas humanas, tiene una experiencia tan variada de situaciones difíciles,
que requiere no solo un profundo conocimiento de medicina y cirugía, sino
también de los principios subyacentes y la capacidad de aplicar su conocimiento
de la manera más recomendable en cada caso. Debe de ser generosa con gran
capacidad para aceptar las dificultades. Si opta por la cirugía requerirá gran
habilidad práctica […] Debe de ser capaz de enfrentar responsabilidades, puesto
que la vida y la muerte están a menudo en sus manos y mucho depende su juicio;
la buena salud también es una condición muy importante. […] Su profesión le
brinda una esfera de acción en que puede ejercer las más altas cualidades.
Confiamos en las generaciones de estudiantes de Medicina presentes y futuras
para que justifiquen la dura batalla de las pioneras del movimiento y muestren
su aprecio de los esfuerzos realizados para asegurar que las mujeres gocen de
libertad para acceder a la formación y poder dispensar tratamiento médico y quirúrgico
a su propio sexo (Thorne, 1905, p.45).
También Franziska Tiburtius (1843-1927)[31] y
otras pioneras alemanas escribieron sobre la historia de su lucha por la
obtención de títulos universitarios y las dificultades que encontraron en la práctica
médica, y publicaron libros divulgativos de medicina doméstica (Meyer, 2001, pp.251-276).
La reformadora social Mathilde Weber
(1819-1901), en su libro titulado Mujeres Médicas para Enfermedades de las
Mujeres: Una Necesidad Ética y Sanitaria, publicado en 1888, defendía la
necesidad de que se formasen médicas en Alemania “para poder evitar que miles
de mujeres, que evitaban visitar a un doctor por sentimientos de vergüenza o
delicadeza, pudiesen preservar su pudor” (Bonner,
1996, p.112).[32] También algunos médicos alemanes
defendieron la capacidad de las médicas en
sus escritos (Bonner, 1992, p.110).
Obras
de carácter pedagógico y orientaciones dirigidas a las estudiantes
Florence Nightingale (1820-1910)[33], publicó Notes on Nursing (Notas sobre Enfermería) en 1859, tres años después de su regreso de la Guerra de Crimea, tras haber publicado el año anterior una obra sobre las condiciones de los hospitales del ejército británico. Aunque tan solo seis meses más tarde, ya en 1860, fundaría la Nightingale Training School of Nurses of St Thomas’s Hospital (Escuela de Enfermeras Nightingale del Hospital de Santo Tomás), no era su intención producir un manual de estudio para futuras enfermeras. En el prefacio afirma “Las siguientes notas no pretenden ser un conjunto de normas que las enfermeras puedan utilizar para aprender a cuidar, y mucho menos un manual para enseñar a las enfermeras a cuidar. Simplemente pretenden dar algunas pistas a todas las mujeres que tengan a su cuidado la salud de otras personas” (Nightingale, edición de 1969, p.3), dando por descontado que el cuidado de la salud es misión de todas las mujeres en un momento u otro de sus vidas. Pese a ello, se considera la primera obra escrita que contribuyó a la modernización y profesionalización de la enfermería, proporcionando información práctica sobre higiene, ventilación, iluminación, niveles de ruido, alimentación, limpieza, condiciones de la cama para la persona enferma, observación de pacientes, etc.
Elizabeth Garrett creó un cuaderno de
trabajo que pretendía brindar a las alumnas de la Escuela un instrumento donde
poder anotar todo su trabajo clínico para referencia posterior. Garrett nunca
publicó el contenido de sus clases, pero los apuntes elaborados por su alumna
Louisa Aldrich-Blake (1865-1925)[34] se conservan y pueden ser
consultados en la biblioteca de la Fundación Wellcome
de Londres.
Los consejos y orientaciones a las jóvenes
interesadas en acceder a la profesión médica constituyen el objeto de diferentes
artículos y conferencias de las médicas pioneras, en ocasiones con motivo de la
inauguración del curso académico, como la
pronunciada por Marie Zakrzewska (1829-1902)[35] el 2 de noviembre de
1859, en la Escuela de Medicina de Mujeres de Nueva Inglaterra, recién nombrada
profesora de la misma, o la pronunciada por Mary Scharlieb
en la inauguración del curso de la LSMW de 1887, publicada en 1888, con
el título de Seven lamps
of Medicine (Siete lámparas de la Medicina).
Jugando con el título de la obra publicada en 1849 por el crítico de arte John
Ruskin, Scharlieb considera que el camino a recorrer
por las estudiantes de medicina tiene que estar iluminado por una potente luz,
compuesta por siete rayos. Muestra así, los valores en que la Escuela pretendía
educar a las estudiantes: Obediencia, Autoexigencia, Sinceridad, Coraje,
Amabilidad, Humildad y Sacrificio. Demanda de las alumnas una entrega en el
altar de la profesión médica (p.21), en nombre de la devoción que deben a las
pioneras que las han precedido. Pese al tono excesivamente moralizante de la
conferencia, ésta encierra algunos consejos útiles: “Entre todas las falacias y
apariencias que debemos evitar están las de parecer que hacemos lo que no
estamos haciendo o que sabemos lo que ignoramos” (Scharlieb,
1888, p.12), consejo que seguramente deberían haber escuchado muchos médicos de
la época. “Nunca tengáis miedo de decir «no sé». Ningún ser humano puede
saberlo todo” (Scharlieb, 1888, p.13). “Tenemos que
ser capaces de dejar de lado nuestras propias ansiedades, fatigas e incluso la
enfermedad, para tratar a nuestras pacientes con una inteligencia siempre
activa y una apreciación certera de su situación” (Scharlieb,
1888, p.17). Y está siempre presente la preocupación de la Escuela por exigir a
sus alumnas un alto nivel de trabajo para adquirir la mejor formación posible,
que deberá continuar tras la graduación “Es innecesario recordaros que obtener
una titulación, lejos de marcar el final de vuestros días como estudiantes, es
realmente el comienzo de una educación superior” (Scharlieb,
1888, p.7).
Blackwell inicia la conferencia de
comienzo de curso de la LSMW, en 1888, lamentando que todavía las
mujeres no hayan alcanzado en Gran Bretaña las posibilidades de estudio ya
existentes en EEUU, donde se contaba con más de 3.000 médicas. Pide a las
alumnas que sean conscientes del alcance a largo plazo y los efectos sociales
que supone el acceso de las mujeres a la profesión médica (Blackwell, 1890,
p.2). Considera que deben preguntarse al inicio de sus estudios qué fin
persiguen, puesto que, aunque sea lícito buscar el beneficio económico, éste no
puede ser su único objetivo. La profesión médica está íntimamente ligada al
progreso y el bienestar de la sociedad, no solo por el cuidado de la salud física,
sino porque “el cuerpo y la mente están tan inseparablemente unidos en la
constitución humana, que no podemos tratar con una parte de esta naturaleza
compuesta, sin afectar a la otra, en mayor o menor grado” (Blackwell, 1890,
p.4), de lo que deduce que la práctica médica tiene que estar guiada por un fin
moral. Esta
exposición de Blackwell muestra su visión de la misión moralizante de las médicas
basada en lo que considera la “naturaleza” de la mujer: “el poder de la
maternidad” (p.7) que implica “la subordinación del yo al bienestar de los
demás” (p.8). Nada innovador, transgresor, ni en discordancia con el mandato de
género vigente, evidentemente. Sin embargo, Blackwell conduce su discurso para
afirmar que la esperanza de su época está en las mujeres y que no hay esfera,
aparte del ámbito privado, donde éstas puedan ejercer mejor su misión que en el
ejercicio de la práctica médica, siendo las áreas más adecuadas la medicina
preventiva, la medicina general y la ginecología y resaltando las ventajas que
la formación intelectual de las médicas representa para la sociedad. Tras
recomendar la necesidad de observación y estudio detallado de la anatomía y la
fisiología como requisitos para el aprendizaje, advierte de dos peligros para las
estudiantes: la aceptación ciega de la autoridad y el materialismo que
prevalece en muchos científicos. Como en otros escritos, encontramos aquí la
posición de Blackwell, defensora del destino de la mujer como madre, y
radicalmente influenciada por el pensamiento religioso, común a otras médicas que “apoyaban la visión esencialista de las
cualidades especiales de las mujeres para ejercer la medicina, y consideraban
que su área específica era la ginecológica y obstétrica, mientras otras, como
Putnam, defendían que las doctoras tuviesen la más amplia formación posible y
estuviesen presentes en diferentes campos de la medicina” (Iglesias, 2018b, p.113).
Obra
de divulgación: fisiología, higiene, educación sexual.
Dentro de la visión higienista de la época,
las médicas pioneras realizaron también una labor de divulgación de
conocimientos relativos al cuidado de la salud, la sexualidad, la alimentación,
el vestido y la educación requerida por las mujeres para poder ocuparse de su
propia salud y desempeñar sus funciones como madres.
Comenzamos con las tesis doctorales de
Dolores Aleu, De la necesidad de encaminar por
nueva senda la educación higiénico-moral de la mujer y Martina Castells, Educación
física, moral e intelectual que debe darse a la mujer para que esta contribuya
en grado máximo a la perfección y a la de la humanidad, se centran, como
evidencian sus títulos, en su preocupación por rebatir los argumentos contra la
educación de las mujeres y su acceso a la práctica médica profesional. No dejan
de preconizar la maternidad como destino prioritario de las mujeres, con lo que
no se enfrentan al discurso dominante, pero sí defienden la necesidad de la
educación, incluso para cumplir mejor dicho destino.
Una educación que incluía lo
físico, lo moral y lo intelectual, y que ponía un énfasis especial en el
cuidado del cuerpo. La educación del cuerpo, objeto por parte de educadores, de
médicos y de legisladores, más especialmente a partir de la segunda mitad de
ese siglo XIX, demostró una finalidad que iba más allá del estudio y
divulgación de la naturaleza masculina o femenina; en el caso de las mujeres,
afectaba también a la función social, y hasta política, que se atribuía a la
maternidad (Flecha, 2001, p. 223).
Castells defiende los beneficios de la
educación, en concreto la médica, como profesional o como madre (dicotomía que
seguían planteando algunas de las propias pioneras) con estas palabras:
Dad a la mujer representación en la
sociedad; dejad que cultive su inteligencia y de este modo, contribuyendo a su
felicidad, redundará el resultado en beneficio vuestro.
Si al final de su carrera, médica por ejemplo, una mujer se decide a ser esposa, sus
conocimientos en vez de estorbarle le sirven en todos conceptos. ¡Ojalá todas
las esposas y todas las madres pudiesen ser médicos! Si la mujer no se casa,
produce un bien en la sociedad dedicándose a las enfermedades propias de su
sexo; puede atender a ellas con solicitud por su carácter, sin distracción
ninguna porque no la tiene, y tal vez proporcione a la ciencia algún nuevo
conocimiento (Castells, 1882, cita tomada de Flecha, 2001, p.249).
Xavier Torredabella-Flix
(2012), en su trabajo sobre
las 35 tesis doctorales en Medicina presentadas entre 1853 y
1914 en relación con la educación física, menciona “cuatro que tratan
consideraciones higiénicas de género y dieciséis tesis que tocan aspectos
relativos a la educación física de la mujer” (p.59). Todas ellas redactadas por
varones, ya que el autor no incluye las tesis de Aleu
y Castells. Trece de estas tesis se encuadraban dentro del tema número 30: “¿Cuál
es la educación física y moral de la mujer más conforme al gran destino que le
ha confiado la divina Providencia?”, de los 40 ofrecidos como temas para la
disertación doctoral (Flecha, 2001, p.219). No era, pues, una temática
innovadora, pero sí lo era el hecho de que fueran las propias mujeres, que
habían tenido que sortear dificultades y obstáculos inexistentes para los
hombres, quienes tomaran la palabra ante un tribunal examinador. Las tesis de Aleu y Castells se convierten así, no solo en el mero requisito
de investigación para obtener el Doctorado, sino en un alegato en defensa del
derecho a la educación superior y la práctica profesional de las mujeres que
tanto les estaba costando conseguir en su propia vida. Así justifica Aleu esta elección temática en el comienzo de su
disertación: “el considerar que aún hay quien discute y disputa a nuestro sexo
la aptitud para los estudios profesionales, ha sido para mí motivo de
inspiración para adoptar como objeto de esta tesis, el siguiente tema, que, si
no tiene todo el mérito de la novedad, entrañará siempre los altos quilates de
la oportunidad” (Aleu, 1883, p.2).
En 1880,
Elizabeth Blackwell publicó The Human Element in
sex. A consideration of facts in relation to the physical and mental
organisation of men and women, addressed to students of medicine (El elemento humano en el sexo.
Una
consideración de hechos en relación con la organización física y mental de
hombres y mujeres, dirigida a estudiantes de medicina)[36], ejemplo de la visión de
Elizabeth Blackwell sobre la sexualidad y la necesidad de educación sexual de
los y las jóvenes, repetida en sus diferentes obras e intervenciones públicas.
Blackwell aborda la relación entre la fisiología sexual y la moral cristiana,
desde el planteamiento religioso y moralista predominante en toda su obra. Nada
muy alejado de las posiciones oficiales, si tenemos en cuenta el título del
tema de disertación doctoral a que acabamos de referirnos. Pese a que mantiene
muchas de las afirmaciones, y errores, del discurso científico-médico de la
época, realiza Blackwell algunas aportaciones interesantes. En primer lugar,
reivindica la necesidad de que la moral se base en un conocimiento de la
fisiología sexual, y denuncia que existe una laguna importante en la educación
de la juventud, pues “en todos los excelentes tratados de fisiología, economía
doméstica y educación, diseñados especialmente para la instrucción y ayuda de
las madres, se omite todo conocimiento que se refiera a las funciones sexuales”
(Blackwell, 1884, p.13). La educación sexual es necesaria para las y los
jóvenes y resulta obligación de madres y padres. Los procesos fisiológicos,
incluida la menstruación y las poluciones involuntarias (que Blackwell
considera procesos similares, de expulsión del esperma y los óvulos no
utilizados en la procreación)[37], son naturales, lo que
significa una interpretación normalizadora y positiva de la menstruación, opuesta
a la visión de la misma como riesgo para la salud y proceso invalidante
preconizado por muchos doctores, que contribuyen a rebatir el argumento del
daño producido por la actividad intelectual en las jóvenes. “La devoción más
alta a la vida intelectual, a pensamientos elevados, a actos beneficiosos,
jamás daña la capacidad de procreación” (Blackwell, 1884, p.30).
Defiende asimismo Blackwell una visión
positiva del placer sexual: “No hay nada necesariamente malo en el placer
físico. Aunque inferior en categoría al placer mental, es una parte legítima de
nuestra naturaleza que lleva siempre consigo algún grado de acción mental” (p.19).
Al igual que la satisfacción producida por otros sentidos, “el acto sexual en
sí mismo debidamente entendido, está lejos de ser un mal necesario, es
realmente una realización plena de las condiciones de nuestra vida presente
totalmente justa y honesta, creada por la divinidad” (Blackwell, 1884, p.19). De
acuerdo con su posicionamiento religioso, el placer sólo será aceptable cuando
se ajuste a las normas morales que considera propias de una sociedad cristiana
y se produzca dentro del matrimonio.
Aborda un tema no tratado generalmente por
los doctores de la época: el placer sexual de la mujer, en el que considera
tiene mayor papel que en el hombre el aspecto mental y espiritual. Reconoce Blackwell
el hecho de que muchas mujeres encuentran más placer en los besos y caricias
que en el coito, acto que “mentalmente les separa y les es frecuentemente
indiferente o repugnante” (p. 45). Apunta a posibles causas de este hecho, por
la salud de la mujer o el comportamiento del esposo: “En la vida matrimonial,
lesiones producidas en el parto, o un acercamiento conyugal brutal o
inadecuado, pueden causar un alejamiento inevitable del acto sexual a menudo
atribuido equivocadamente a falta de pasión” (Blackwell, 1884, p.45). Afirma
que muchas mujeres sanas y enamoradas, que no han sufrido daños derivados del
parto, pueden experimentar placer en el acto sexual.
Lo más importante a resaltar es que
Blackwell, al igual que otras médicas y defensoras de derechos de las mujeres
de la época, defiende la existencia de una única moral sexual para mujeres y
hombres: recomienda la castidad, evitar la masturbación y reducir la frecuencia
de realización del acto sexual, dado el desgaste físico que se suponía implicaba
para el varón, pero las recomendaciones son similares para mujeres y hombres,
sin conceder a estos el derecho a un ejercicio de la sexualidad negado a las
mujeres. “Cualquier teoría que proponga dos métodos de juicio, o dos medidas
legales, como consecuencia de una supuesta diferencia en la potencia vital es
equivocada. El igual número de hombres y mujeres, su igual longevidad, y
consecuentemente igual capacidad de soportar las dificultades de la vida,
prueba el poder vital general igual en ambos sexos” (Blackwell, 1884, p.42). Por
ello, afirma en el último capítulo que el instinto sexual existe igualmente en
mujeres y hombres, pero que la castidad y la continencia no son instintivas en
ninguno de los sexos y dependerán de la educación que considera en gran parte
responsabilidad de los y las profesionales de la medicina.
Rebecca Lee Crumpler
publicó en 1883 A Book of Medical Discourses (Un libro de Discursos Médicos), obra
de 145 páginas, “con unas pocas llamadas al sentido común dirigidas a madres,
enfermeras y mujeres en general” (p.1). En 1896, Hanna Longshore
publicó su obra de 351 páginas, Discourses to Women on
Medical Subjects (Discursos a las Mujeres
sobre Temas Médicos) “convencida la autora de la gran necesidad de las
mujeres de instrucción fisiológica para evitar la gran cantidad de enfermedades
que pueden afectarles” (Longshore, 1896, p.VII).
Aunque fue escrita por una educadora,
incluiremos también en este apartado la obra Physiology
and Calisthenics for Schools and Families, (Fisiología
y Calistenia para Escuelas y Familias) de Catharine
E. Beecher (1800-1878)[38], publicada en 1858. Según
la autora, “el objetivo del libro es enseñar métodos que pueden aplicarse para
ayudar a que los niños y niñas se desarrollen con salud, fuerza, agilidad y
buen aspecto” (p.9). Pretende también ser un manual de fisiología que pueda
interesar a adolescentes, familias y profesorado. Una obra de divulgación,
escrita en lenguaje sencillo, que incluye, tras el prefacio, 184 páginas con
amplia información sobre anatomía y fisiología y recomendaciones para la salud,
y otras 50 con ejercicios prácticos, ilustrados por figuras de niñas y niños,
sin diferenciación por sexos en el tipo de ejercicios recomendados.
También algunas médicas rusas pronunciaron
conferencias y publicaron libros divulgativos sobre la salud de las mujeres: Varvara
Kasherova-Rudneva (1844-1899)[39], publicó en 1892 Higiene
para el organismo femenino en todas las fases de la vida. Elizabeth Drentel’n, titulada en los Curso de Medicina para Mujeres
de San Petersburgo, accedió al Registro médico en 1883. Publicó varias obras: La
salud de las mujeres: cuatro conferencias públicas. La necesaria dirección
femenina de las instituciones sanitarias para mujeres y Sobre la prostitución
(Den-Benste Barnett, 2001, pp.283-284). Mariia Volkova, también graduada
en los Cursos para Mujeres de San Petersburgo publicó dos manuales con
orientaciones de salud, uno dirigido a las mujeres y otro a los hombres. Defendía
la educación y el ejercicio físico para las mujeres, por lo que proponía una
profunda reforma de la indumentaria femenina (Den-Benste
Barnett, 2001, p.288).
Deconstrucción
del discurso científico-médico dominante
En Estados Unidos, en 1881, se realizaron dos
investigaciones
basadas en encuestas para definir
los límites de las vidas profesionales de sus colegas y valorar sus progresos.
Consideradas en conjunto, estas investigaciones demostraron los logros de las
mujeres médicas a lo largo de medio siglo y pusieron de manifiesto su gradual
integración con la profesión médica masculina. Al mismo tiempo, revelaron que
continuaba vigente a lo largo del primer cuarto del siglo XX un separatismo que
afectaba las carreras profesionales de las mujeres (Drachman,
1986, pp.59-60).
El estudio realizado por Rachel I. Bodley[40] (1831-1888) fue impulsado
por la Escuela de Medicina de Mujeres de Pensilvania de la que Bodley era
Decana, y el de Emma Coll[41] y las hermanas Emily (1846-1930)
y Augusta Pope (1846-1931)[42], por el Nuevo Hospital
para Mujeres y Niños de Nueva Inglaterra (New England
Hospital for Women and Children). Estas obras, en vez de rebatir de forma
teórica los argumentos contra el acceso de las mujeres a la medicina o tratar
de avalar su empeño apelando a la historia, realizan un trabajo estadístico de
investigación, mediante encuestas a mujeres médicas, en un momento en que
comenzaban los estudios sociológicos sobre las mujeres.
A finales del siglo XIX y comienzos
del XX, una generación de jóvenes mujeres en el campo de la ciencia social
lideraron estas investigaciones. Su objetivo era poner a prueba la asunción de
la sociedad victoriana estadounidense de que las mujeres eran diferentes de los
hombres. Mediante la recogida sistemática y análisis de datos, examinaron las
respuestas sexuales de las mujeres, sus capacidades intelectuales y físicas.
Sus estudios proporcionaron evidencia factual, cuantificable, que contribuyó a
refutar la creencia tradicional de las diferencias sexuales inherentes y a
apoyar, por el contrario, la creciente aceptación de la igualdad entre los
sexos (Drachman, 1986, pp.60-61).
Bodley analizó las carreras de 189
graduadas, mientras que el estudio de Emma Call y las
hermanas Pope se extendió a 390 mujeres médicas de varias partes del país.
Ambos estudios se basaron en cuestionarios sobre los siguientes temas: el tipo
de práctica profesional desarrollado por las médicas; las especialidades a que
se dedicaban; sus ingresos; su estado civil y su estado de salud. Los resultados mostraban que la mayoría se
habían formado durante una media de poco más de cuatro años en algunas de las
escuelas de medicina para mujeres de las ciudades de Nueva York, Boston o
Filadelfia (áreas en las que residían); habían comenzado a practicar la medicina
a los treinta y un años, como media. Llevaban en práctica activa durante unos
diez años, relacionándose profesionalmente casi únicamente con mujeres, tanto colegas
como pacientes. Se dedicaban a medicina general, obstétrica y ginecología en
consultas particulares. Otras trabajaban en instituciones (hospitales,
dispensarios, asilos y colegios) dedicadas a mujeres. Se sentían satisfechas
con su profesión, sus ingresos y el trato dispensado por sus colegas
masculinos, aunque casi dos tercios no pertenecían a ninguna asociación médica
mixta. La mayoría permanecían solteras. Sólo 65 de las 390 del estudio de las
hermanas Pope se habían casado tras graduarse, 19 de ellas con médicos. Catorce
(22%) habían abandonado la práctica profesional tras el matrimonio o al
convertirse en madres, mientras que otras 21 (32%) reconocían que las
obligaciones domésticas interferían con sus vidas profesionales. Sin embargo,
en el estudio de Bodley, casi la mitad de las encuestadas (47%) se habían
casado, siendo estudiantes, o tras graduarse. Y la mayoría reconocían haber
conseguido un equilibrio entre su vida familiar y profesional.[43]
Lo más importante de estos estudios es que
contribuyeron con las evidencias presentadas a
refutar el argumento de que la
carrera médica era peligrosa para la salud de las mujeres. Esta creencia de que
la práctica de la medicina constituía una seria amenaza a la salud de las
mujeres se basaba en la noción del siglo XIX de la diferencia sexual. Mientras
que se consideraba que los hombres eran naturalmente fuertes físicamente, las
mujeres eran consideradas como inherentemente débiles (Drachman,
1986, p.63).
Las más importantes aportaciones, en este
sentido, son las realizadas por Elizabeth Garrett y Mary Putnam Jacobi, al rebatir los argumentos misóginos expresados por
los doctores Edward H. Clarke (1820-1877)[44] y Henry Maudsley,
(1835-1918)[45]. Clarke publicó en 1873 la obra titulada Sexo
en la Educación o Una Oportunidad Justa para las Jóvenes (Sex
in Education or A Fair Chance for Girls, 1873), basada en la conferencia pronunciada el
año anterior en el Club de Mujeres de Nueva Inglaterra de Boston. En ella venía
a afirmar que se deriva de la fisiología de la mujer la imposibilidad de
realizar los mismos estudios que los hombres y mantener al tiempo “un buen
estado de salud y un futuro libre de neuralgia, enfermedad uterina, histeria y
otros trastornos del sistema nervioso si sigue los mismos métodos que los
muchachos” (Clarke, 1873, p.18). Se basaba en la extendida concepción de la
menstruación como eliminación de residuos superfluos, por lo que se podrían
provocar daños cerebrales si se producía amenorrea como consecuencia de dedicar
las jóvenes al estudio la energía necesaria para sus funciones fisiológicas.
Clark afirma no existir diferencia en la capacidad mental entre mujeres y
hombres, pero sí en la forma de vida recomendable para cada sexo. Por ello,
si la
joven dedica su energía a la actividad mental cuando la requiere para el
desarrollo de su sistema reproductivo, éste quedará dañado para siempre, lo que
apoya con algunos casos atendidos en su práctica médica y referencias a otros
doctores, incluida la obra Cuerpo y Mente (Body and Mind, 1870) de Maudsley.
Consecuentemente, desaconseja las escuelas mixtas y propone un sistema
educativo para las chicas, con menor número de horas de estudio diarias y
descansos de uno o varios días para cada alumna en la semana de su periodo
menstrual, todo ello adaptado a lo que denomina el sistema periódico de las
mujeres versus el sistema persistente de los
hombres en el estudio y el trabajo (Iglesias, 2020, p.70).
Maudsley, a raíz del trabajo de Clarke, publicó en la Fortnightly Review de
abril de 1874 un artículo titulado Sex in Mind and
Education (Sexo en la Mente y la Educación), en
el que criticaba a quienes defendían el derecho de las mujeres
al acceso a la educación superior ignorando las diferencias entre los sexos.
Insistía en cómo la energía dedicada al estudio afectará a la función
reproductora, destino del que las mujeres no pueden escapar, aunque elijan no ser
madres. La diferencia sexual afecta a la constitución y las capacidades
cerebrales, ya que “hay sexo en el cerebro al igual que hay sexo en el cuerpo” (Maudsley, 1874, p. 469).
Basándose en la repetida creencia de la íntima relación entre órganos
reproductores y actividad mental, y los peligros de inhibición de la
menstruación que la dedicación al estudio puede provocar en las jóvenes,
propugna como Clarke “un sistema de educación adaptado a las mujeres que
debería tener en cuenta las peculiaridades de su constitución, las especiales
funciones a las que están destinadas en la vida, y el tipo y nivel de actividad
práctica, mental y física, a la que deberían están sometidas por la
organización sexual de su cuerpo y su mente” (Maudsley,
1874, p.483).
Elizabeth Garrett publicó un artículo
rebatiendo los argumentos de Maudsley en el siguiente
número de la misma revista, titulado
Sex in Mind and Education:
A Reply (Sexo en la Mente y la Educación: Una
Respuesta). Garrett afirma que la mayoría de mujeres adultas
continúa con su actividad normal durante el periodo menstrual, y llega a la
conclusión de que “el número de mujeres en quienes los trastornos provocados por
la menstruación interfieren seriamente con su actividad normal es muy reducido,
siendo la norma general que la mayoría de mujeres sanas apenas experimenten, en
ocasiones aisladas, un ligero malestar” (Iglesias, 2020, p.75). Señala, incluso
la mayor capacidad creativa e intelectual experimentada por algunas mujeres
durante la menstruación (Garrett, 1874, p.585). Defiende que
las condiciones de higiene, trabajo intelectual y actividad física serán sin
duda más beneficiosas para la salud corporal y mental de las jóvenes que la
falta de motivación a que pueden verse abocadas por la reclusión y la vida
monótona y superficial a que la sociedad las condena. Y, por último, resalta también que el esfuerzo que pueda suponer
para las jóvenes acceder al mismo sistema de estudio que los chicos, no tiene
sus raíces en la fisiología femenina, sino en que las mujeres tienen que
enfrentar dificultades que no existen para los varones:
Hasta aquí, la mayoría de las
mujeres que han «competido con los hombres para obtener sus mismas ambiciones»
no han tenido la posibilidad de fallar por hacerlo en igualdad de condiciones.
Han gozado del beneficio de contar con unas dificultades extra, inexistentes
para los hombres. Además de su supuesta inferioridad física y mental, han
tenido que comenzar la carrera sin gran parte del entrenamiento de que los
hombres han disfrutado, o bien, lo han conseguido por sus propios medios, una
atmósfera de hostilidad, que les ha supuesto mucha más fuerza y capacidad de
resistencia que el trabajo intelectual más exigente (Garrett, 1874, p.589).
También los argumentos de Edward Clarke
fueron rebatidos en 1874, en
varios libros escritos por mujeres: Woman´s
Education and Woman´s Health: Chiefly in Reply to “Sex in Education” (La Educación y la Salud de la Mujer:
Fundamentalmente en Respuesta a “El Sexo en la Educación”),
de Anna Manning y Georges Comfort, en el que critican
a Clarke por generalizar, sin realizar estudios comparativos de salud entre
mujeres con y sin estudios. Y dos antologías: Sex and Education.
A
Reply to Dr. E. H. Clarke’s
“Sex in Education” (Sexo y Educación. Una Respuesta a “Sexo en la Educación” del Dr.
E.H. Clarke), compuesto por 13 artículos y cinco textos
sobre los colegios Vassar, Antioch, Oberlin y las universidades de Michigan y Lombard, editada por Julia Ward (1819-1910)[46]
autora de la introducción y el primer capítulo. Ward critica la falta de estilo
e imparcialidad científica de la obra de Clark, que tampoco podría considerarse
una obra filosófica o moral, por lo que la califica como “una obra polémica,
que presenta un alegato persistente y apasionado contra la admisión de mujeres
a la educación superior junto con los hombres” (Ward, 1874, p.14).
La otra antología, La Educación de las
Jóvenes Americanas Considerada en una serie de Ensayos (The
Education of American Girls Considered in a Series of Essays), editada por Anna Callender Brackett (1836-1911)[47], consiste en catorce
ensayos de diferentes autoras, entre ellos el trabajo de 51 páginas de la
doctora Mary Putnam, Mental Action and Physical Health (Acción
Mental y Salud Física), en el que reforzaba con argumentos basados en la anatomía
y la fisiología las consideraciones morales del resto de los artículos.
Putnam acusa a Clarke de no probar
empíricamente sus afirmaciones, exagerando la incapacidad de las jóvenes
durante la menstruación y atribuyendo falsamente los trastornos de amenorrea y
menorragia a la actividad intelectual. Reconoce la profunda interrelación entre
mente y cuerpo (Putnam, 1874, p.259), pero critica que se apele una y otra vez
a lo largo de la historia a las funciones fisiológicas femeninas para
justificar “todas las teorías sobre la naturaleza de las mujeres, es decir,
todas las teorías de la organización de la sociedad” (Putnam, 1874, p.260). Refuerza
sus argumentos con los datos obtenidos en el estudio realizado por ella con 20
mujeres de entre 18 y 30 años, ofreciendo información sobre aquellas entrevistadas
que habían sufrido algún trastorno relacionado con la menstruación (Putnam,
1874, p.264), para concluir que la proporción es de aproximadamente una sexta
parte, y que en ningún caso el periodo de molestias sobrepasa las 48 horas (Putnam,
1874, p.265). Atribuye las causas de los problemas de hemorragia o amenorrea a
la vida sedentaria; a situaciones de intenso trastorno emocional (Putnam, 1874,
p.267); a enfermedades tales como anemia, reumatismo o malaria, y a
predisposición hereditaria. Para rebatir la repetida teoría de la imposibilidad
de realizar bien las funciones intelectuales y fisiológicas, realiza una
detallada explicación descriptiva del sistema nervioso humano, concluyendo que
si fuera cierta la completa subordinación del cerebro a los instintos en la
mujer,
quizás la hubieran reducido
inconscientemente al nivel anatómico de los crustáceos; así, quienes como el
Dr. Clarke insisten en la incompatibilidad entre la acción cerebral y la
actividad refleja en las mujeres, las convierten en seres inferiores
fisiológicamente a los animales o individuos en que tal incompatibilidad no
existe (Putnam. 1874, p.273).
Dedica más de cuatro páginas a la posible
interrelación entre excitación de las emociones, trastornos del sistema
nervioso y trabajo intelectual, detallando la diferencia entre los efectos
corporales del cansancio provocado por el estudio y el provocado por una profunda
emoción (Putnam, 1874, p.291). Concluye que la inferioridad intelectual de las
mujeres depende de la cultura y condiciones de vida y no del tamaño craneal (Putnam,
1874, p.300), por lo que es recomendable la educación intelectual completa para
chicas y chicos, extendida durante un periodo amplio de años, que incluya
ejercicio físico y entre cuatro y seis horas diarias de trabajo intelectual (Putnam,
1874, p.301), educación que debería ser mixta durante la infancia, separada por
sexos durante la adolescencia “por razones morales” (Putnam, 1874, p.304), pero
“a partir de los dieciocho años las razones contra la coeducación de los sexos
han dejado de existir, y entran en juego razones imperativas a su favor”
(Putnam 1874, p.305), lo que implica permitir el acceso de las mujeres a las universidades
en igualdad con los varones.
El estudio más conocido de Mary Putnam en
relación con la supuesta incapacitación de la mujer durante el periodo
menstrual es el ensayo titulado The Question of Rest
for Women During Menstruation (La
Cuestión del Descanso para las Mujeres durante la Menstruación), elaborado
con motivo de la convocatoria en 1876 del premio anual Boylston, de la Facultad de Medicina de Harvard, sobre la
temática ¿Necesitan las mujeres descanso físico y mental durante la
menstruación, y en qué medida? La elección de esta cuestión se debía a que
algunos doctores de la Facultad eran conscientes de la baja calidad del trabajo
de Clarke y consideraban conveniente contar con otras contribuciones
científicas. Animada por otras defensoras de derechos de las mujeres de Boston,
Putnam presentó su trabajo, de forma anónima según las normas, y firmado con el
seudónimo Vertías poemate verior. Tras ser premiado por
el comité, compuesto
por profesores de la Facultad, el estudio de Putnam fue publicado al año
siguiente en un volumen de 282 páginas. La autora modificaba la visión
invalidante de la menstruación y contribuía a derribar las barreras
argumentales contra la admisión de las mujeres en la universidad.
Dicha obra consistía en una
investigación realizada a partir de los datos recogidos mediante un
cuestionario de 16 preguntas, respondido por 268 participantes de diferente
formación académica y distintas ocupaciones, incluidas profesoras, médicas,
obreras y trabajadoras del servicio doméstico. De las 268
participantes, el 35% no habían sufrido nunca dolores menstruales. Del 65%
restante, dos tercios tenían problemas de tipo genético o enfermedades que les
provocaban debilidad y trastornos ginecológicos. Respecto a la necesidad de
descanso durante el periodo menstrual, Putnam deducía de los datos obtenidos que
la falta de trastornos menstruales se basaba en: una infancia sana; una historia familiar libre de trastornos; la realización
de ejercicio durante la vida escolar; la amplitud y extensión de la educación
intelectual; el mantenimiento de buena salud general y ejercicio físico tras la
etapa escolar; tener una ocupación estable y casarse a una edad adecuada (Putnam
1877, p.62). Y concluía que “no existe nada en la naturaleza de la menstruación
que implique que sea necesario, ni siquiera deseable, el descanso para aquellas
mujeres cuya nutrición es realmente normal” (Putnam 1877, p.227). El reposo era
únicamente recomendable en aquellos casos de dolor agudo o cuando las mujeres
debían realizar trabajos extremadamente duros, mientras que en el resto de
casos podría resultar incluso contraproducente. Por el contrario, coincidía con
Garrett en que para algunas mujeres el periodo menstrual representaba un
incremento de vitalidad y energía mental (Putnam, 1877, p.109).
Putnam rechazaba la teoría que asociaba ovulación, calor y excitación sexual,
por lo que reconceptualizó la menstruación en las hembras humanas como un
proceso ligado a la nutrición, o a un aspecto de ésta, el reproductivo, en vez
de a un proceso sexual (Putnam, 1877, pp.166-67), cuestionando la creencia de
la época de la simultaneidad entre ovulación y menstruación, que se derivaba de
la observación del periodo de celo en las perras.
Mary Putnam continuó posteriormente investigando sobre la menstruación y
las enfermedades ginecológicas, y a partir de mediados de los años ochenta se
implicó asimismo en la investigación neurológica, apoyando el beneficio de la
actividad física e intelectual para la salud de las mujeres. “Al rechazar un
abordaje de la diferencia sexual como oposición, se centró en los aspectos
físicos comunes entre el cuerpo masculino y el femenino, creando un modelo
biológico que permitía soportar un modelo social basado en roles de género
simétricos” (Bittel, 2009, p.227). Una importante
aportación científica para desmontar la justificación de la desigualdad
preconizada desde el discurso científico-médico dominante.
Mencionemos finalmente Physiology
of Woman (La
Fisiología de la Mujer) (1880), de Sarah Hackett Stevenson (1841-1909)[48]. Se trata de una obra de
230 páginas, que incluye un capítulo de 28 páginas sobre “Coeducation
of the Sexes in Medicine”
(“Coeducación de los Sexos en la Medicina”) y cuyo objetivo, según la autora, es
proporcionar información a las mujeres sobre su fisiología, rebatiendo la visión
de la invalidez femenina
En lo que se refiere a los muchos
libros sobre temas similares, no hay ninguno, que yo sepa, de ninguna autoridad
que no enseñe que la naturaleza hizo que las mujeres sean inválidas. De ahí la
necesidad de un libro más. Éste no es un libro de medicina. La medicina no es,
y nunca puede serlo, una ciencia popular. Me opongo a la automedicación de todo
tipo. El médico[49]
que ofrece prescripciones al público se coloca por encima del nivel de quien
pone una patente médica en el mercado. Mi objetivo es la falsa información que
las mujeres han recibido. Si cualquiera de mis hermanos médicos son culpables
de fomentar así la credulidad de las personas ignorantes, de ellos espero la
censura. Por otra parte, creo que ningún verdadero médico puede poner
objeciones a la información que estas páginas pretenden impartir. (Stevenson,
1874, p.2)
Stevenson (1874) basa en la naturaleza el
derecho de las mujeres a la educación, por poseer un órgano que permite la
actividad intelectual, es decir el cerebro, que en modo alguno es inferior al
del varón por tener menor tamaño, en contra de los planteamientos de la
craneología (p.146). Las mujeres, por tanto, tienen derecho a estudiar en las
mejores condiciones posibles. Es también natural que hombres y mujeres estudien
juntos ya que “fueron creados el uno para el otro, en todas las relaciones de
la vida” (Stevenson, 1874, p.152).
En el apartado dedicado a la menstruación,
Stevenson rebate también la supuesta debilidad provocada por la misma en las mujeres,
coincidiendo con Garrett y Putnam, autora a la que menciona directamente, al
afirmar que “una buena observación de las mujeres sanas prueba que los días que
preceden la menstruación son días de mayor capacidad” (Stevenson, 1874, p.38).
Obras
de investigación científica
Numerosas pioneras de la medicina, produjeron
obras de carácter científico, como los artículos de Dolores Aleu,
publicados durante su etapa de estudiante: Escrofúlide
ulcerada grave generalizada (1877) y Caso clínico de artritis reumática (1878)
o los numerosos artículos publicados por médicas rusas en la revista médica
nacional Vrach.
Destacamos, por su calidad científica, la
obra de Mary Putnam Jacobi, entre otros, su estudio
sobre el útero y los ovarios, recogido en una colección de artículos titulados Studies in Endometritis (Estudios sobre la Endometriosis), publicados en el American
Journal of Obstetrics and Diseases of Women and Children (Revista Americana de Obstetricia y
Enfermedades de las Mujeres y los Niños) en 1885. Putnam “examinó
el útero y los ovarios a nivel celular para contrastar el crecimiento y expulsión
normal de la menstruación con la inflamación patológica. Mediante el examen al
microscopio de tejido uterino y ovarios enfermos extraídos de pacientes,
produjo imágenes de tejidos enfermos y sanos” (Bittel,
2009, p.229), tratando de encontrar las causas en los casos de inflamación
patológica. Este trabajo vino a completar el iniciado sobre la menstruación en
1874. Muchos doctores apoyaron sus teorías fisiológicas, incorporaron sus
métodos de investigación y reprodujeron sus resultados. “Por ejemplo, muchos médicos
estuvieron de acuerdo con su crítica a la teoría de la ovulación, sobre todo
cuando comenzaron a cuestionar la simultaneidad entre menstruación y ovulación”
(Bittel, 2009, p.228).
Citemos asimismo su trabajo titulado Essays on Hysteria, Brain Tumour and some other cases of nervous disease (Ensayos
sobre la Histeria, el Tumor Cerebral y otros casos de enfermedad nerviosa),
publicado en 1888. Dada la amplia literatura producida por varones médicos
sobre la histeria como trastorno propiamente femenino, derivado del mal
funcionamiento de los órganos reproductivos de las mujeres, el trabajo de
Putnam resulta especialmente interesante, al investigar sobre las causas
de la histeria, sus manifestaciones y los posibles tratamientos. Basándose en estudios neurológicos, atribuyó la histeria a deficiencias
fisiológicas y nutricionales derivadas en gran parte de las limitaciones
impuestas en la vida de las mujeres; rechazó la imposición del descanso y la
inactividad como terapia adecuada, considerando que muchas mujeres necesitaban
más bien estímulos para librarse de los síntomas histéricos. Rebatía de nuevo
los argumentos de una figura de referencia en Estados Unidos, el médico Silas Weir Mitchell (1829-1914), experto en histeria y promotor
de la denominada “cura de reposo”, magníficamente descrita de
manera crítica por Charlotte Perkins Gillman, escritora y reformista feminista,
en su relato The Yellow
Wall Paper (El papel de pared amarillo)
publicado en 1892, a partir de su propia experiencia de dicho tratamiento en
1887.
Las médicas como protagonistas
de obras literarias
El impacto social de las reivindicaciones
de las mujeres médicas se refleja en su presencia como protagonistas de algunas
obras literarias.
En 1884, la escritora estadounidense Sarah
Orne Jewtt publicó A country doctor (Una
médica rural), que narra la historia y nacimiento de la vocación de la
joven Nan Prince, que seguirá los pasos de su tutor,
el doctor Leslie, médico rural.
Charles Reade
(1814-1880) publicó A Woman Hater (Un
Hombre que odia a las Mujeres), por entregas en el Blackwoods’s
Magazine entre junio de 1876 y junio de 1877 y posteriormente como novela
en tres volúmenes. La infancia de la protagonista, Rhoda Gale, está inspirada
en la infancia de Elizabeth Blackwell, y sus dificultades en el acceso al
estudio de la medicina recogen los hechos reales sucedidos en la Universidad de
Edimburgo, de los que Charles Reade tenía conocimiento
directamente por Sophia Jex-Blake.
En 1886, Henry James incluyó el personaje
de una médica, la doctora Mary J. Prance en su obra The Bostonians (Las
Bostonianas) y en 1892, Margaret Todd (1859-1918)[50], publicó la novela de 474
páginas, Mona Maclean, Medical student,
a novel, (Mona Maclean, estudiante de
Medicina, una novela) bajo el seudónimo de Graham Travers, siendo esta la única
de las obras citadas escrita por una médica. Al año siguiente, Sophia Jex-Blake publicó un
artículo sobre las médicas en la ficción (Medical Women
in Fiction) en que alaba la obra de su alumna y
compañera, Margaret Todd.
Nan
Prince, protagonista de A Country Doctor, elige la dedicación a la
medicina como una llamada personal que implica renunciar al matrimonio. Rhoda
Gale, también afirma que ama la ciencia como otras mujeres aman a los hombres,
lo que puede recordar la elección personal de pioneras como Elizabeth Blackwell
o Jex-Blake. Sin embargo, Mona Maclean
da un paso adelante en el derecho de la mujer a realizar ambos aspectos de su
vida, al igual que lo haría un varón. Combina su vocación profesional y su
relación personal, casándose con un hombre con el que comparte también la
dedicación a la medicina. En este sentido, Margaret Todd presenta un modelo de
mujer médica que estaría más cercano a la vida real de Elizabeth Garrett, Mary
Putnam y otras pioneras.
Conclusiones
Para las mujeres, tomar la palabra ha sido
(y aún es en ciertos ámbitos y lugares) un acto transgresor. Para las mujeres
que tuvieron que superar grandísimas dificultades para acceder a la educación
superior y el ejercicio profesional de la medicina, tomar la palabra, a través
de conferencias y publicaciones, fue una forma más de contribuir al avance en
la consecución de ese derecho. Con sus obras, médicas como Sophia
Jex-Blake, Edith A. Huntley, Mélanie Lipinska y más tarde Kate Campbell Hurd-Mead, comenzaron la
construcción de la historiografía de las mujeres en el cuidado de la salud; Jex-Blake, Edith Huntley, Francis Hoggan,
Elizabeth Blackwell, Elizabeth Garrett, Isabel Thorne, Mary Scharlieb
o Franciska Tiburtius,
contribuyeron a escribir la historia del propio movimiento del que eran
protagonistas, proporcionando testimonios y datos muy relevantes para
investigaciones posteriores. Pioneras como Florence Nightingale, Garrett, Blackwell,
Marie Zakrzewska o Mary Scharlieb
crearon materiales y pronunciaron conferencias destinadas a la formación de las
futuras médicas y enfermeras. Las médicas pioneras rebatieron los argumentos
contra el acceso de las mujeres al estudio y práctica de la medicina con
estudios como los realizados por Mary Putnam, Rachel I. Bodley, Emma Coll y las
hermanas Emily y Agusta Pope. Muy especialmente, cabe destacar los trabajos de
Elizabeth Garrett y Mary Putnam Jacobi, que contribuyeron
a despatologizar las funciones fisiológicas de las mujeres ofreciendo una
visión positiva de las mismas. Blackwell y Putnam, desde distintas posiciones, plantearon
argumentos científicos contra la doble moral sexual para hombres y mujeres,
dando así unos primeros pasos hacia la deconstrucción de la política sexual
patriarcal. Algunas pioneras de la medicina moderna realizaron también importantes
aportaciones al conocimiento científico de su época, abriendo el camino de la
investigación y la construcción de conocimiento para las siguientes
generaciones de médicas y científicas, destacando también en este sentido la actividad
de Mary Putnam como investigadora. Asimismo, médicas de diferentes países publicaron
obras divulgativas sobre fisiología y cuidado de la salud, destacando las
aportaciones de Elizabeth Blackwell, Sarah Hackett Stevenson, Varvara Kasherova-Rudneva, Elizabeth Drentel’n,
o Mariia Volkova, y las
tesis doctorales de las dos pioneras de la medicina moderna en España, Dolores Aleu y Martina Castells. Podemos, por tanto, concluir que
las pioneras de la medicina moderna, a través de su propia vida y de sus obras,
contribuyeron a deconstruir la misoginia del discurso científico-médico sobre
la salud, la sexualidad y el cuerpo de las mujeres que ofrecía argumentos para
mantener la situación de discriminación de las mujeres en la sociedad, su
limitación al ámbito privado y su destino único e irrenunciable a la función de
esposa y madre. Y aportaron una conceptualización más equilibrada y positiva de
la fisiología femenina basada en el conocimiento científico y los estudios
estadísticos.
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[1] Mémoirs
d’Anthropologie (Memorias de Antropología). Paris: Reinward et Cie. Livraires-Éditeurs. Tomo I, 1871. Tomo II, 1874.
[2] Lectures on Man. His place in creation, and in the history of the earth (Conferencias sobre el Hombre. Su lugar en la
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[3] On the real differences in the minds of men and women (Sobre las diferencias reales en la mente de hombres
y mujeres), Journal of the Anthropological Society of London, 1869.
[4] Ueber die
Zullasung der Frauen zum Studium der Medicin (Sobre el acceso de las
mujeres al estudio de la Medicina), Deutsche medicinische Wochenschrift,
1895, pp. 612-614
[5][5] Die Bestimmung der Frau: Ihre
Stellung zu Familie und Beruf (El destino de las mujeres: Su posición en
la familia y el trabajo). Sttutgart: Ferdinand Enke, 1892.
[6] Sex in
Education or A Fair Chance for Girls (El sexo en la Educación o Una
Oportunidad Justa para las Chicas). Boston: James R. Osgood and Company,1873.
[7] Sex in mind and education (El sexo en la mente y la educación), The Fortnightly Review,
vol. 15, 1874.
[8] Tema
ampliamente desarrollado en Calvo, 2016; García Dauder y Pérez Sedeño, 2017;
Iglesias, 2012 (capítulo I, II, III y IV), y 2020; Moscucci, 1990 y Russet, 1995.
[9] Médica estadounidense
de origen británico, primera mujer Graduada en Medicina en EEUU por una escuela
oficial: la Escuela de Medicina de Geneva (estado de Nueva York), en 1849.
Primera mujer que accedió al Registro Médico de Gran Bretaña en 1859. Fundadora
en 1857 del Hospital de Mujeres y Niños de Nueva York (New York’s
Infirmary for Women and Children) y en 1868 de la Escuela de Medicina de
Mujeres de dicho Hospital.
[10] Primera mujer que
obtuvo la Licencia de la Sociedad de Boticarios (Society of Apothecaries)
en 1865; segunda en acceder al Registro Médico de Gran Bretaña, en 1866;
primera Doctora en Medicina por la Soborna de París el 15 de junio de 1870 y
segunda Doctora en Medicina británica, tras Francis Hoggan; cofundadora de la
Escuela de Medicina de Mujeres de Londres en 1874, y decana de la misma desde
1883 hasta 1902. En
1866, puso en marcha un dispensario
para mujeres, que se convirtió en 1872 en el Nuevo Hospital para Mujeres (New
Hospital for Women) de Londres, en funcionamiento hasta finales del siglo
XX. Primera mujer cirujana de Gran Bretaña y primera en realizar ovariotomías y
otras cirugías abdominales. En 1874, fue también la primera mujer en acceder a
la Asociación Médica Británica (British Medical Association). Ver:
Crawford, 2006; Iglesias, 2012 y 2018b.
[11] Primera Doctora en
Medicina de España. Presentó su tesis doctoral en la Facultad de Medicina de
Madrid, única donde se podía acceder al Doctorado, el 6 de octubre de 1882.
[12] Segunda Doctora en
Medicina de España. Presentó su tesis doctoral el 9 de octubre de 1882.
[13] Doctora
en Medicina por la Universidad de Berna en enero de 1877 y Licenciada por el
Colegio Médico de Irlanda en marzo de ese mismo año para poder acceder al
Registro Médico de Gran Bretaña, que no reconocía titulaciones obtenidas en el
extranjero, siendo la quinta mujer en acceder a dicho registro. Convirtió la
reivindicación del acceso de las mujeres al estudio y práctica de la medicina en
causa social, siendo figura fundamental en las acciones ante el trato
discriminatorio dispensado a ella y sus compañeras por la Universidad de
Edimburgo. En 1874, promovió la fundación de la Escuela de Medicina de Mujeres
de Londres. Ejerció como médica en Edimburgo desde 1883, donde fundó un
Hospital para Mujeres y una Escuela de Medicina de Mujeres.
[14] Sobre las
diferentes dificultades y estrategias, ver: Bonner, 1996; Flecha, 1996 y 2019;
Flecha y Palerno, 2019 e Iglesias, 2012, 2018a y 2019.
[15] Graduada en
Medicina por la Female Medical College of Pennsylvania (Escuela de
Medicina de Mujeres de Pensilvania), en 1851, de la que fue decana entre 1866 y
1872.
[16] Graduada en 1851
por esta misma Escuela. Profesora de Anatomía en la Universidad de Medicina de
Pensilvania entre 1853 y 1857.
[17] Trabajó como
enfermera mientras realizaba sus estudios de medicina. Doctora en Medicina por
la New England Female Medical College (Escuela de Medicina de Mujeres de
Nueva Inglaterra) en 1864, siendo la primera médica afroamericana de los EEUU.
[18] Mary Corinna
Putnam, conocida como Mary Putnam Jacobi, por el apellido de su esposo, el
también Doctor en Medicina Abraham Jacobi, con el que colaboró ampliamente a
nivel profesional. Graduada en Farmacia por la Facultad de Farmacia de Nueva
York en 1863 y en Medicina por la Escuela de Medicina de Mujeres de Pensilvania
en 1864. Segunda mujer que obtuvo el Doctorado en Medicina por la Sorbona de
París en 1871. Primera mujer admitida en la Academia de Medicina de Nueva York,
en 1880, cuya cátedra de neurología presidió. Publicó más de ciento veinte
artículos y nueve libros. Ver: Bittel, 2009; Iglesias, 2018b y 2020.
[19] En 1875, el médico
francés Gustave Richelot (1806-1893), publicó su obra Les femmes médecins
(Las mujeres médicas). El segundo autor que publicó un libro
sobre la historia de las mujeres en el cuidado de la salud fue Marcel Baudouin
(1860-1901). Recopiló abundantes datos bibliográficos sobre médicas del pasado
con el objeto de apoyar la causa de las médicas de su tiempo, y publicó su
obra, Les femmes médecins. Étude de psychologie sociale internationale. Tome I. Femmes médecins
d’autrefois. (Las
mujeres médicas. Estudio de psicología internacional. Tomo I. Mujeres médicas
del pasado),
en 1899 para conmemorar el cincuentenario de la graduación de Elizabeth
Blackwell (Ortiz, 2018, p.94).
[20] La primera edición
es, efectivamente, de 1872, como queda constancia por los comentarios
publicados en el Evening Standard de 19 de noviembre de dicho año,
incluidos en la segunda edición, de 1886, que es la única accesible.
[21] Todas las
traducciones de originales en inglés son de la autora.
[22] En 1865,
Sophia-Jex Blake residió y desempeñó tareas administrativas en el New
England Hospital for Women (Hospital de Mujeres de Nueva Inglaterra),
invitada por su amiga, la médica estadounidense Lucy Sewall. Allí descubrió su
vocación por la medicina y en 1866 se matriculó en la Escuela de Medicina de
Mujeres de Nueva Inglaterra (New England Female Medical College). Dada
la baja calidad de las clases, intentó acceder a la Universidad de Harvard y
ante la negativa, se incorporó al Hospital de Mujeres y Niños de Nueva York (New
York’s Infirmary for Women and Children) fundado por las hermanas Elizabeth
y Emily Blackwell, y en 1868 se matriculó en la recién creada Escuela de
Medicina de Mujeres del Hospital de Nueva York (Women’s Medical College of
the New York’s Infirmary for Women and Children). Ver Iglesias, 2012, 2018b
y 2019.
[23] Francis Elizabeth
Morgan (1843-1927), conocida por el apellido de su esposo, el también doctor en
medicina Georges Hoggan. Primera mujer británica Doctora en Medicina, al
obtener el Doctorado en la Universidad de Zúrich, en marzo de 1870. Colaboró
con Elizabeth Garrett en el Nuevo Hospital de Mujeres de Londres. En
colaboración con Georges Hoggan publicó más de cuarenta estudios en inglés,
alemán y francés. Entre otros, su investigación sobre la anatomía y la
fisiología de los ganglios linfáticos.
[24] Obra sobre la
situación de las mujeres en Europa, que dedica cinco apartados a Inglaterra:
movimiento feminista, movimiento para la educación de las mujeres, movimiento
industrial, las mujeres como filántropas y las mujeres en la medicina; dos a
Alemania: movimiento de mujeres y asociación nacional de mujeres alemanas y dos
a Italia, una visión general y el movimiento por la educación, y uno a cada uno
de los siguientes países: Holanda, Austria, Noruega, Suecia, Dinamarca,
Francia, España (del que fue autora Concepción Arenal), Portugal, Bélgica,
Suiza, Rusia, Polonia y Bohemia más un capítulo sobre El Oriente.
[25] Huntley había
obtenido asimismo una beca de 30 libras en su examen obligatorio de ingreso a
la Escuela en 1882, como recoge el Illustrated London News de ese año.
Se graduó en la Universidad de Edimburgo en 1887. Ejerció la medicina en la India hasta
1902, y posteriormente en Wellington (Nueva Zelanda) donde residió hasta su
fallecimiento.
[26] Elizabeth Garrett,
al igual que muchas otras pioneras, mantuvo durante toda su vida profesional la
decisión de atender únicamente a mujeres, rechazando siempre a los pacientes
varones. En otros muchos casos, esta era la única práctica profesional que les
estaba permitida a las mujeres. Con el paso del tiempo, muchas médicas
defendieron el derecho a acceder a todas las especialidades y a poder atender,
igual que sus colegas varones, a hombres y mujeres.
[27] Las Universidades
de Londres, Irlanda y Glasgow, la Sociedad de Boticarios denominada ahora Apothecaries’Hall,
los Colegios de Médicos y Cirujanos de Edimburgo y Glasgow y los de Dublín.
[28] La creación de
asociaciones de mujeres médicas fue una de las estrategias a que recurrieron
las pioneras en Gran Bretaña y Estados Unidos. La Asociación de Mujeres Médicas
Registradas había sido constituida en 1879, teniendo como secretaria
honoraria a la médica escocesa Eliza Walker Dunbar (1845-1925) (Crawford, 2002,
p.108).
[29] Graduada en
Medicina por la Universidad de Madrás (India). Completó su formación en la LSMW
y se graduó en la Universidad de Londres en 1882. Ejerció como cirujana en el
Nuevo Hospital para Mujeres de Londres.
[30] Formó parte del
grupo de pioneras que intentaron acceder a la Facultad de Medicina de la
Universidad de Edimburgo. Participó en la fundación de la LSMW, y
renunció a completar sus estudios para dedicarse a ser secretaria de la misma
desde 1877 a 1908.
[31] Emily Lehmus y
Franziska Tiburtius fueron las dos primeras mujeres alemanas graduadas en
Medicina en Zurich en 1876. Tras titularse, pese a las múltiples barreras
contra las médicas existentes en su país y el acoso que sufrieron por parte de
algunos de sus colegas varones, lograron instalar una clínica para mujeres
pobres en Berlín.
[32] El argumento del
pudor era utilizado tanto por los detractores de las mujeres médicas como por
quienes apoyaban su causa.
[33] Considerada
pionera en la reforma de la enfermería, aunque habían existido otras
iniciativas como la Training Institution for Nursing Sisters
(Institución de Formación para Enfermeras), fundada en 1840 por la reformadora
social Elizabeth Fry; la creación de St John’s House en 1848, y los
avances introducidos por la enfermera jefa del Hospital de Santo Tomás, Sarah
Wardroper, a partir de 1854 (Iglesias, 2012, pp.235-243).
[34] Licenciada en
Medicina y Máster en Cirugía por la Universidad de Londres. Decana de la LSMW
desde 1914 hasta su muerte en 1925. Fue la primera mujer nombrada cirujana
en el Royal Free Hospital, donde también ejerció como anestesista. Se
incorporó al grupo de médicas militares durante la Primera Guerra Mundial. Es
la única médica pionera que cuenta con un monumento en Londres, en Tavistock
Square.
[35] Médica de origen
polaco. Se formó como comadrona en Berlín, y posteriormente se trasladó a
Estados Unidos y, en 1856, fue una de las seis mujeres graduadas en Medicina en
la Facultad de Medicina Cleveland de la Western Reserve University,
durante los cuatro años en que ésta estuvo abierta a las mujeres. Colaboró con
Elizabeth Blackwell en la fundación del Hospital de Mujeres y Niños de Nueva
York en 1857. En 1862, fundó el Hospital de Mujeres de Nueva Inglaterra.
[36] Las obras
completas de Elizabeth Blackwell fueron recogidas en dos volúmenes, publicados
en 1902, bajo el título de Essays in Medical Sociology (Ensayos en
Sociología Médica), reeditados en 1972.
[37] Recordemos que aún
no se conocía el funcionamiento del ciclo menstrual.
[38] Defensora del derecho a la educación de las mujeres. Fue profesora en una escuela de New Haven en 1821 y fundó un colegio femenino en Hartford (Conneticut) en 1823, donde impartió clases hasta 1832. Hermana de la escritora abolicionista de la esclavitud Harriet Beecher Stow, autora de Uncle Tom’s Cabin (La cabaña del tío Tom).
[39] Segunda mujer rusa graduada en Medicina en 1876 (la primera había sido Nadevna Suslova, graduada en Zúrich en 1867), y primera que obtuvo un permiso especial para realizar sus estudios y graduarse en Rusia, con la condición de dedicarse al cuidado de la salud de las mujeres que no podían ser atendidas por varones por motivos religiosos. Ejerció como médica en San Petersburgo.
[40] Profesora
del colegio universitario femenino Wesleyan Female Seminary desde su
graduación en el mismo en 1849. Profesora de Ciencias Naturales del Colegio
Femenino de Cincinnati. Profesora de Química y Toxicología en la Escuela de
Medicina de Mujeres de Pensilvania y Decana de la misma desde 1874. Miembro de
la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia y de la Academia de las
Ciencias de Nueva York. Fundadora y primera mujer miembro de la Sociedad
Química Americana de la ciudad de Nueva York.
[41] Una de las
primeras alumnas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Michigan.
[42] Graduadas por la
Escuela de Medicina de Mujeres de Nueva Inglaterra.
[43] Las médicas
pioneras no cuestionaban la creencia social imperante de que las
responsabilidades domésticas (aunque fuesen realizadas a través de la
supervisión del personal de servicio doméstico) y las derivadas de la
maternidad eran responsabilidad de las mujeres, aunque ejerciesen asimismo una
actividad profesional. Muy lejos aún de un enfoque feminista de
corresponsabilidad en los cuidados.
[44] Doctor en Medicina
por la Universidad de Pensilvania. Ejerció como otorrino y médico generalista.
Profesor de Farmacología de la Universidad de Harvard desde 1855 a 1872. Su
obra tuvo amplia difusión en Estados Unidos y repercusión en otros países.
[45] Neurólogo, superintendente del psiquiátrico de Manchester, coeditor del Journal
of Mental Science, miembro del Real Colegio de Médicos, profesor de
Jurisprudencia Médica de la Universidad de Londres, figura clave en el
desarrollo de una teoría evolucionista de la mente, y defensor de la
maternidad, que consideraba “inferior al noble oficio de hacer nacer ideas”,
como la función natural de la mujer. Maudsley publica las obras citadas en este
trabajo en un periodo de reforma de la educación en Inglaterra y de lucha de
las mujeres por el acceso al estudio de la medicina (Iglesias, 2012 y 2019). La
influencia del pensamiento anglosajón en otros países, incluida España, hace
relevante el análisis crítico de ambos autores.
[46] Escritora,
sufragista y abolicionista. Primera mujer elegida para la Academia Estadounidense
de las Artes y las Letras.
[47] Profesora y traductora,
graduada por la Escuela de Pedagogía de Framinghan (Massachusetts). En 1875,
fundó la Escuela Brackett para Chicas de Nueva York.
[48]
Graduada en Medicina por la Escuela de Medicina del Hospital de Mujeres (Woman's
Hospital Medical College) de Chicago en 1874, en la que fue profesora de
fisiología e histología desde 1875 a 1880 y de obstétrica desde 1880 a
1894. Fue la primera mujer admitida en
la American Medical Association (AMA) (Asociación Médica Americana) en
1876. Junto con otras pioneras fundó la Illinois
Training School for Nurses (Escuela de Formación de Enfermeras de Illinois)
en 1880.
[49] En la versión original la autora
utiliza el término “physician” que no tiene marca de género y puede
referirse a médicas y médicos. Sin embargo, sí utiliza el término “brethen”
(hermanos).
[50] Estudió Medicina
en la Escuela de Medicina de Mujeres de Edimburgo fundada por Sophia Jex-Blake,
donde ejercicio como profesora durante cinco años. Obtuvo el Doctorado en Medicina en Bruselas
en 1894. Publicó varias obras. Fue la autora de la primera biografía de
Jex-Blake, The Life of Sophia Jex-Blake (La vida de Sophia Jex-Blake),
publicada en 1918.